A Cuba se respeta

El estallido rompió el aparente silencio de la Habana la noche del 15 de febrero de 1898, dejando sin vida a las tres cuartas partes de la tripulación de aquel acorazado con nombre MAINE y de procedencia estadounidense.

Destruir la nave fondeada en la bahía de hermosa ciudad, era la excusa de los que con total desprecio hacia la vida humana, aspiraban a un objetivo mayor: declarar la guerra a España y apoderarse de la Isla de Cuba.

La sola presencia de aquella “visita amistosa” no era sino una más en la cadena de presiones que el gobierno norteamericano venía ejerciendo sobre el español, en lo que constituía, claramente, la preparación para la intervención con propósitos expansionistas, en la guerra que los cubanos venían sosteniendo.

Al ser responsabilizadas las autoridades de Madrid y de La Habana, los agresivos círculos políticos intensificaron demandas y presiones sobre el  ejecutivo para que este se decidiera a intervenir en Cuba.

Con total cinismo, el presidente McKinley, en mensaje al Congreso norteamericano señalaba que la verdadera cuestión era que España «ni siquiera podía garantizar la seguridad de un buque norteamericano que visitaba La Habana en misión de paz», burlesca patraña alejada de la verdad.

Su desenmascarada actitud se mostró más claramente al pedir autoridad para terminar la guerra en Cuba, al tiempo que solicitaba emplear, con esos fines, a las fuerzas militares y navales estadounidenses.

Así, de pretexto en pretexto sustenta su política de guerra de rapiña el Gigante de Siete Leguas, el Monstruo en cuyas entrañas vivió el Apóstol de la independencia cubana.

Si 122 años atrás no lograron totalmente su objetivo porque el pueblo enardecido y uniformado les propinó la derrota en guerra justa y luego en Girón la primera que sufren en América Latina, los Estados Unidos aún con el sabor amargo del fracaso y con el insomnio que les provoca este país valeroso,  deben vivir convencidos de que  A CUBA SE RESPETA.