
En la madrugada manzanillera del 15 de enero de 1925, llegaba al mundo José Luis Tasende. Cuarto hijo de Vicente Tasende y Gloria Muñecas Valdespino, su familia disfrutaba entonces de cierta holgura económica en Santiago de Cuba, gracias al empleo del padre en la emblemática Compañía Bacardí. Las primeras aulas que pisó fueron las de la Escuela Pública #32 en la ciudad oriental. Sin embargo, la muerte de su padre en 1935 truncó esa estabilidad, obligando al joven Pepe Luis, con apenas once años, y a su familia a emprender un difícil traslado hacia La Habana en busca de nuevos horizontes, marcando un giro crucial en su vida.
En la capital, la tenacidad de Tasende brilló, continuó sus estudios como becario en la institución Inclán, ubicada en La Víbora, donde completó el octavo grado. Su espíritu práctico lo llevó luego a formarse como electromecánico con los Salesianos, graduándose en 1946. Pero Pepe Luis no fue solo estudios; el deporte, especialmente el béisbol, fue otra de sus pasiones. En los diamantes escolares forjó una amistad que marcaría su destino: durante un desafío contra el Colegio de Belén, conoció a un joven Fidel Castro. De ese encuentro nacería una lealtad inquebrantable, extendiéndose también a Raúl Castro. Su carácter afable y jovial le granjeó constantemente el aprecio de quienes lo rodeaban.
La vida laboral de Tasende estuvo marcada por su firme convicción y solidaridad. Tras trabajar en la fábrica de gomas «Goodrich» en Puentes Grandes. Allí, su defensa constante de los derechos de los trabajadores frente a los abusos patronales le ganó el profundo respeto de sus compañeros, pero también la animadversión de la dirección. Intentaron comprar su integridad con ofertas de cursos en el extranjero, pero su postura, inquebrantable como el acero que manipulaba, nunca flaqueó.
En la madrugada del 26 de julio del año 1953, frente al Moncada, el valor del manzanillero se puso a prueba. Fidel pidió voluntarios para la peligrosísima misión de neutralizar la posta #3. Tasende dio el paso al frente, fue seleccionado para el automóvil líder. En el tenso trayecto, un rápido intercambio de armas con un compañero (quedándose solo con el cargador insertado en la ametralladora) sellaría parcialmente su destino.
En el asalto, logró penetrar el cuartel, pero fue alcanzado por un disparo en la pierna. Herido, regresó cojeando a la garita, entregó su arma y, exhausto y debilitado, fue capturado. La fotografía de su cuerpo tendido en una oficina del cuartel, antes de ser asesinado a sangre fría, es un testimonio mudo de la barbarie y del sacrificio supremo de este hijo de Manzanillo. La Revolución perdió a un hombre de acción inquebrantable.
El espíritu del Moncada, encarnado en hombres como José Luis Tasende, debe guiarnos siempre como faro de dignidad, incluso cuando la victoria parezca lejana. Allí permanecen sus nombres, sus rostros jóvenes, el duelo perenne de sus familias.
Cada julio, el eco de aquellos disparos resuena, no solo en las marcas de bala que aún perduran, sino en el alma de Cuba. Podemos evocar la gesta con palabras, contemplar las imágenes histórica, pero su esencia, su ejemplo de entrega total por la libertad, debe ser parte indisoluble de nuestro ser nacional. El manzanillero José Luis Tasende, caído en Santiago, es memoria viva y compromiso.