Cada 13 de septiembre, el mundo celebra el día del Chocolate, ese alimento que despierta pasiones, memorias y sabores universales, pero en esta ciudad del Golfo, esta jornada tiene un matiz distinto, el sabor perdido de una tradición que ya no está.
Durante años, la urbe contó con una chocolatera que, más allá de su función productiva, era uno de los lugares más concurridos por los citadinos; hoy, el establecimiento aún conserva el nombre, pero no el propósito.
En su lugar, funciona una tienda de ropa, útiles del hogar y otros artículos, sin vínculo alguno con el producto que le dio origen. No se ha ofrecido una explicación clara por parte de los responsables, y el letrero que permanece en la fachada parece más un eco que una promesa.
Este caso no es aislado, como la chocolatera, otros espacios emblemáticos han cambiado de rumbo, el centro de belleza infantil Granito de Canela, la peluquería Venus, la floristería local, esta última aún sin destino definido, han pasado a ser negocios privados, alejados de sus funciones originales, y aunque cada transformación responde a dinámicas económicas complejas, no deja de doler la pérdida de referentes que formaban parte del tejido cotidiano de la ciudad.
En medio de las limitaciones que atraviesa el país, y con pleno reconocimiento de los desafíos que enfrentan los emprendimientos locales, cabe preguntarse si no sería posible rescatar, aunque sea parcialmente, el espíritu de estos espacios.
¿Podría alguien con sensibilidad por Manzanillo tomar cartas en el asunto y ofrecer, al menos, productos derivados del chocolate en ese local que aún lleva su nombre? ¿Podría la memoria convertirse en oportunidad?
Hoy, más que celebrar, Manzanillo recuerda, y en ese recuerdo, hay una invitación a mirar con más cuidado lo que somos, lo que fuimos y lo que aún podemos recuperar.