Manzanillo. Noviembre 1.- El paso del huracán Melissa dejó huellas visibles en varios territorios del país; aunque Manzanillo no figura entre los municipios orientales más golpeados, la sacudida ética que exige este momento no distingue niveles de afectación, lo que sí distingue y duele es el comportamiento de ciertos actores económicos que, lejos de sumar esfuerzos solidarios, han optado por lucrar con la necesidad.
En los últimos días, se ha registrado un alza injustificada en los precios de productos de primera necesidad vendidos por particulares, justo cuando el valor del dólar en el mercado informal ha descendido; esta contradicción revela una lógica perversa, aprovechar el dolor ajeno para engrosar bolsillos propios; no se trata de ajustes por escasez real, sino de oportunismo disfrazado de oferta.
¿Dónde queda la ética del comerciante? ¿Dónde la responsabilidad ciudadana? ¿Dónde la solidaridad que nos caracteriza? La especulación en tiempos de crisis no es solo inmoral, es una forma de violencia económica que castiga a las familias más vulnerables, a los ancianos que no pueden pagar un litro de aceite, ahora en mil cincuenta pesos, a las madres que buscan leche para sus hijos, a los trabajadores que no tienen cómo enfrentar precios inflados por la codicia.
Este momento exige más que palabras, gestos concretos de humanidad; exige que los precios reflejen conciencia, no ambición, que los patios compartan cosechas, que los negocios prioricen el servicio, que los vecinos se conviertan en red de apoyo, porque si algo debe aflorar tras el paso de un huracán, es la capacidad de cuidarnos unos a otros.
La solidaridad no es un eslogan, es una práctica diaria y en Manzanillo, donde la historia ha demostrado que la comunidad se levanta junta o no se levanta, no podemos permitir que el mercado informal se convierta en campo de abuso, es hora de fiscalizar, de denunciar, pero también de educar, porque el país que queremos no se construye con precios abusivos, sino con valores compartidos.
Que Melissa nos deje una lección, que la reconstrucción no empieza solo por los techos, sino por la conciencia.