Mi hija y su curiosidad, hoy muy temprano la desperté como es habitual, con un beso, un abrazo y una frase linda para que su jornada se llene de fe y optimismo; pero esta vez hubo algo distinto, la felicité, porque la fecha lo amerita.
A pesar de tener 11 años y sentirse casi una jovencita, su mente y su corazón siguen siendo de niña y fue ahí, entre risas y preguntas, cuando me sorprendió, ¿Y por qué somos niños primero antes de ser adultos? ¿Por qué no nacemos y somos ya adultos? ¿Por qué…?
Sus interrogantes me dejaron pensando; el Día Mundial de la Infancia no es solo una conmemoración, es también un espejo que nos devuelve esas preguntas esenciales, la infancia es el inicio de todo, el terreno fértil donde se siembran los valores, la curiosidad y los sueños que más tarde darán forma a la adultez, no nacemos adultos porque necesitamos aprender a mirar el mundo con ojos limpios, a descubrirlo paso a paso, a construirnos en compañía de quienes nos cuidan.
Aquí esta jornada se vive con especial compromiso, a pesar de los difíciles momentos que atravesamos, la infancia es prioridad del estado y de la sociedad.
Se garantiza educación, salud, cultura y espacios de juego, porque cada niño merece crecer con dignidad y oportunidades, pero más allá de las políticas, está la vida cotidiana, los maestros que enseñan con paciencia, los médicos que velan por la salud, las familias que acompañan con amor.
El Día Mundial de la Infancia es también un homenaje a ellos, a quienes sostienen la niñez con su esfuerzo diario, porque defender a los niños es defender el futuro, y recordar que todos fuimos niños antes de ser adultos es reconocer que la ternura y la curiosidad son parte esencial de nuestra humanidad.
Hoy, mientras mi hija me lanza preguntas que parecen simples pero encierran toda la filosofía de la vida, entiendo que la infancia no es un tránsito rápido, es la raíz de lo que seremos y que cada beso, cada abrazo, cada palabra de optimismo es también una forma de protegerla.
Porque la infancia no es un preludio, es la esencia misma de la existencia, allí se fragua la esperanza, se cultiva la fe y se siembra la dignidad.
Defenderla es más que un deber, es la única manera de asegurar que el futuro tenga rostro humano.