Disciplina: antídoto contra la violencia

Foto: Archivo RG
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Manzanillo se alista para sus fiestas, pero este año la celebración tiene un eco diferente, un llamado urgente que debe ahogar cualquier ruido de violencia.
En estas fiestas, la verdadera lucha no es en la pista de baile, sino contra el enemigo interno que normaliza la navaja en la cintura, el puño fácil y la agresión como lenguaje. La fiesta popular no puede, ni debe, ser un campo de batalla.
Cada año, en contextos festivos, la tragedia irrumpe en forma de arma blanca. Un objeto diseñado para cortar, que en segundos corta también destinos. Un forcejeo estúpido, un roce en una multitud, una mirada mal interpretada, y lo que pudo ser un anécdota se convierte en un titular luctuoso. ¿Vale la pena cargar sobre la conciencia el peso de una vida arrebatada por un arrojo de vanidad violenta? La respuesta, es no. Dejar el arma en casa no es una medida de los organizadores; es un pacto de supervivencia con uno mismo y con la comunidad.
El asalto, la apropiación violenta de lo ajeno, es la otra sombra que acecha. La fiesta no es una zona de caza donde el más audaz o el más cruel se lleva el botín. Es un espacio de convivencia donde el único derecho es el de todos a disfrutar sin miedo. Sustraerle a un ciudadano su teléfono o su cadena no es un acto de astucia; es robarle la paz, es fracturar la confianza mínima que permite que una sociedad se reúna a celebrar. Es convertir la alegría en paranoia.
Por eso, el disfrute debe erigirse como la barrera contra la barbarie. Priorizar el baile, la música en vivo, el compartir una cerveza con amigos, el reír sin dobleces, es el acto de resistencia más poderoso. Es elegir la vida plena sobre la muerte absurda. Es entender que la verdadera fuerza no está en la capacidad de dañar, sino en la voluntad de proteger la alegría común.
Manzanillo tiene la oportunidad de demostrar que su cultura es más fuerte que su violencia. Que estas fiestas se recuerden por los abrazos, no por los partes policiales.

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