El pequeño Daniel José, una historia de esperanza y vida

Daniel José Rosales Hunt // Foto Marlene Herrera

Cuando el pequeño Daniel José Rosales Hunt apenas tenía dos añitos de edad se produjo un cambio brusco en su vida. La aparición de una serie de sintomatologías activó la alarma maternal que permitió el diagnóstico temprano de una diabetes mellitus tipo I.

“Él empezó a presentar algunos síntomas que apuntaban hacia la enfermedad, perdió peso, orinaba con mucha frecuencia, tomaba abundante agua. Esto me llamó la atención y lo llevé al hospital infantil Hermanos Cordové de la ciudad. Bastó hacerle una glicemia y otros exámenes para confirmar la presencia de la diabetes”, explica Yaumara Hunt Fonseca, madre del niño.

La acción del personal de la salud fue inmediata. Una remisión con el especialista en endocrinología, un psicólogo, y el ingreso del infante, facilitaron la compensación de los niveles de glucosa en sangre y la preparación para asumir el reto que les ponía la vida.

“Pero al salir esa primera vez del hospital ya había adquirido los conocimientos necesarios para enfrentar su padecimiento. Desde el mismo momento en que es detectada el personal médico nos ofrece, a ellos como pacientes y a nosotros como familia, una educación diabetológica para que aprendamos a vivir con esta enfermedad crónica”.

Como es un niño insulinodependiente ella valora que “es un éxito que en el hospital no te dan el alta hasta que aprendes a inyectarlo en las zonas del cuerpo que puedes hacerlo: abdomen, brazos, espalda, glúteos, muslo, rotando estos puntos de inyección siempre en contra de las manecillas del reloj”.

Aunque al inicio resultó difícil, porque como ella asegura “cuando una madre recibe el diagnóstico de que su hijo tiene una dolencia crónica, que es para toda la vida y que puede limitar sus posibilidades en algún sentido, te consterna”.

Sin embargo, los cuidados y dedicación incondicional del sistema de salud cubana, en su caso y en el de los mil menores de 15 años que conviven con diabetes en Cuba, se erigió como una fuerza, un privilegio que otorga esperanza, optimismo, que amplía los horizontes a la vida.

Además de las atenciones médicas generales que se le brinda como infante, y las del médico y enfermera de la familia, Daniel recibe una asistencia de especialistas en Endocrinología Pediátrica y chequeos sistemáticos, en una consulta a la que asiste los primeros lunes de cada mes, tanto él como los niños y niñas que padecen esta dolencia en Manzanillo.

Con la vivacidad de sus nueve años, y pese a la timidez que le hace como susurrar, el niño expresa: “sí, me atienden y si ha habido problemas en el mes me orientan lo que debo hacer para que el próximo esté mejor. Y que yo pueda conversar con la doctora es muy importante para preguntarle las dudas que tengo”.

Sus ojos achinados brillan a la par que sus palabras cuando asegura sentirse bien y que practica el judo, cuando asume con rapidez que él sabe inyectarse y manejar su glucómetro, qué hacer cuando tiene hipoglucemia o hiperglucemia, e incluso cómo actuar ante los síntomas y los alimentos.

“Yo debo ponerme la insulina cuatro veces al día, antes de desayuno, almuerzo, comida y dormir mi mamá me enseñó para que no dependa de nadie, aunque lo hago delante de ella en casa y de la enfermera en la escuela”, dice Daniel.

Justamente, es un orgullo para este sistema asistencial garantizarle la posibilidad de acceder a los medicamentos necesarios para el control. “Los adquiero en la farmacia, tanto la insulina simple como la lenta, que cada bulbito cuesta muy barato, como el algodón, alcohol, las jeringuillas, el reactivo para realizar los Benedict. También se nos facilitó la adquisición del glucómetro, cuyo reactivo en tirillas tiene un precio de seis pesos en moneda nacional, por cada diez”, afirma la madre.

Los precios subvencionados (un bulbo de mil unidades por un costo de un peso con 25 centavos en moneda nacional, equivalente a cuatro centavos de dólar) denotan las diferencias respecto a pacientes de otros países que no tengan acceso a la seguridad social, pues ese mismo bulbo en el mercado le cuesta entre 16 y 25 dólares.

Yaumara Hunt Fonseca (madre) y Daniel // Foto Marlene Herrera
Yaumara Hunt Fonseca (madre) y Daniel // Foto Marlene Herrera

A estas ventajas se suma “la facilitación de una dieta especial reforzada, a precios módicos, explica Yaumara Hunt- compuesta por leche, pescado, pollo, pastas, aceite, huevo, frutas, vegetales y viandas. En el municipio hay unidades especiales para su compra”.

La aplicación de una dieta balanceada y nutritiva, la práctica de ejercicios físicos moderados y el tratamiento médico multidisciplinario figuran como baluartes para la prevención de complicaciones crónicas y ofrecerle una mejor calidad de vida, de ahí que sea una prioridad del Estado cubano el acceso a todas estas garantías, en cumplimiento a sus derechos.

Pese a su definición como enfermedad crónica, la diabetes mellitus no ha reducido las capacidades de Daniel José Rosales Hunt. Cierto que lo limita de abusar de las golosinas, pero su madre ha aprendido a verla con optimismo, como una obligación de tener hábitos saludables.

Este 14 de noviembre, fecha en la que anualmente se celebra el Día Mundial de la Diabetes para promover la conciencia respecto a la enfermedad y en honor al médico y fisiólogo canadiense Frederick Banting, descubridor de la insulina, Daniel mostrará su sonrisa y con total orgullo recitará nuevamente la poesía que anuncia su estilo de vida.

“Vida sana y ordenada/ no abuzar de los remedios/ ni reparar en los medios/ y no alterarse por nada. La comida moderada, / ejercicio y discreción/ no tener mucha aprensión, / hábitos tóxicos nada. / Mucho trato poco encierro, / dignidad y compasión, constante la ocupación/ tener conciencia de hierro, y sexo con protección”.

 

Por Denia Fleitas Rosales

 

 

El día mundial de la diabetes se conmemora cada 14 de noviembre y este año bajo el tema Ojo con la Diabetes se continúa la labor en aras de aumentar la concienciación global sobre la diabetes.

 

El manzanillero Daniel José, ya es un joven, que ha aprendido a vivir con su enfermedad.