Finlay, o la consagración a la ciencia

Dr. Carlos Juan Finlay // Foto: Archivo de Granma

¿Cómo se describe la grandeza de un hombre que se adelantó a su tiempo? ¿Cómo se califica la genialidad de un galeno cuyo desvelo mayor fue el de consagrar su vida a la ciencia que cura y salva? ¿Cómo se honra, con justeza, la memoria del más universal de los científicos cubanos?

En los resultados palpables de la Salud cubana parecen estar todas las respuestas, porque aún hoy, a más de un siglo de su partida física, la extraordinaria obra de Carlos Juan Finlay sigue siendo un referente ineludible para el tratamiento de varias enfermedades.

Y es que, más allá de su trascendental aporte a la ciencia mundial, al descubrir el modo de contagio de la fiebre amarilla, e identificar el agente biológico que la propaga (el mosquito Aedes aegypti), Finlay también hizo importantes investigaciones sobre el cólera, la malaria, el dengue y el tétano en el recién nacido, entre otros padecimientos.

Calificado como un modelo de superación y excelencia científica, los que lo conocieron resaltaron siempre su aguda mentalidad e incansable persistencia, a pesar de una vida marcada por grandes esfuerzos, cruentas angustias y hondas incomprensiones.

Para aquel genio de la ciencia cubana y universal, a quien quisieron incluso, arrebatarle la paternidad de su teoría del mosquito como transmisor de la fiebre amarilla, y al que, además, censuraron y privaron de muchos reconocimientos en vida, la posteridad lo premió con la práctica cotidiana de sus resultados investigativos.

Porque si Cuba exhibe hoy una labor sostenida en el control y eliminación de vectores, y la fiebre amarilla no constituye una preocupación, se debe a la impronta de ese científico inmenso, cuyo nombre nos honra como nación al figurar entre los seis grandes microbiólogos de todos los tiempos.