La verdad en Siria es peligrosa para quienes pretenden destruirla

La verdad en Siria es peligrosa para quienes pretenden destruirla
Damasco, 5 abr (PL) Sin pruebas sustanciales porque manipular es presentar lo falso como verdadero, lo negativo como positivo y lo degradante como beneficioso, las potencias occidentales vuelven hoy a acusar a Siria de ataques químicos.

 

Otra vez se mencionan más de 50 muertos y decenas de heridos por un presunto ataque con gases en la población de Khan Sheikou, al sur de la provincia siria de Idleb, lugar de asentamiento de la Junta para la Liberación del Levante, una asociación de grupos terroristas liderado por el otrora Frente Al Nusra.

Antes de cualquier posible evidencia sobre los hechos, el canal Orient TV desde Qatar y a partir de Europa Occidental e incluso con declaraciones del régimen sionista en Tel Aviv, se dio por real el ataque con sustancias químicas no definidas y que por falta absoluta de pruebas no se sabe si es gas Sarín u otro elemento tóxico.

Toda esta algazara mediática, respaldada por tres miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Reino Unido y Francia sirve como un peligroso precedente con el que se pueden verter acusaciones públicas, incluso antes de que la verdad que rodea la tragedia pueda aclararse.

Las redes, a través de servidores controlados desde Occidente y diversas páginas web, dieron espacios inmediato a la noticias sobre el suceso emitido por voceros de los llamados cascos blancos, estrechamente vinculado al otrora Al Nusra, algo comprobado por sus actuaciones en Alepo.

En las imágenes difundidas en esos sitios y la que se menciona el gas sarín, los miembros de los cascos blancos tratan despreocupadamente a las víctimas de una manera muy expuesta y en medio de un escenario en el que se aprecian la entrada de túneles y refugios.

Al parecer, olvidaron ‘sustentar’ la información y ‘olvidaron’ que en cuestión de segundos en un ataque con sarín, el gas comienza a afectar los músculos y al sistema nervioso, induce al vómito y se vacían la vejiga y los intestinos, y en un área concentrada puede matar a miles de personas.

Para diversos analistas sirios y medios de prensa, resulta altamente extraño que un médico en un hospital saturado de víctimas de gas sarín tiene tiempo para twittear y realizar llamadas de vídeo y ‘difundir’informaciones recogidas con rapidez en las redes y por el Observatorio Sirio de derechos Humanos, radicado en Coventry, Reino Unido.

Según las argumentaciones y a pesar de todo el barraje desinformador, los antecedentes de ataques químicos perpetrados por los terroristas antes en Siria hacen pensar que en el hecho no se empleó sarín, sino gas cloro.

Por otro lado, los expertos señalan que se fotografiaron camionetas con personas alrededor de los muertos y nadie puede explicar cómo eso es posible si el presunto gas sarín utilizado afecta todo a su alrededor al menos hasta una hora después de inhalado.

Para fuentes militares y de la seguridad siria, una buenas parte de las víctimas fueron personas secuestradas y luego asesinadas por los terroristas hace menos de una semana en varias localidades de la provincia de Hama, atacada continuamente desde el norte, colindante con la provincia de Idleb.

Los últimos reportes señalan que el corresponsal de Al-Masdar News, Yusha Yuseha, recibió informaciones del Ejército sirio afirmando que la fuerza aérea atacó una fábrica de misiles en Khan Sheikoun, usando un avión de combate Su-22.

Ese modelo solo puede portar un tipo de bomba que no puede rellenarse con ninguna sustancia química.

Todo parece indicar que en la región, en la que murieron personas inocentes entre ellos niños y mujeres, los terroristas almacenaban productos químicos altamente tóxicos y ahora tratan de demostrar lo contrario.

Mentir no es sólo faltar a la verdad. No es solo decir una cosa por otra. Mentir también es no decir la verdad completa y ese es la forma de actuar de los enemigos de Siria a través de sus extremistas afines y lamentablemente a esta nación del Levante le queda mucho de pesadilla y espanto.

oda/pgh

Por Pedro Garcia Hernández