Manzanillo. Noviembre 26. – Liduvina Aurora Muñiz Gómez, una mujer de 78 años de voz clara, guarda en su memoria una de las hazañas más puras de la Revolución Cubana: la Campaña de Alfabetización. Con apenas 12 años, se convirtió en maestra de adultos.
“No fue una tarea, fue una misión del corazón”, afirma con una sonrisa que borra las décadas. Su aula no fue un edificio, sino una casa humilde en la calle Doctor Codina donde reunió entre 4 y 5 personas, todos vecinos suyos, con edades comprendidas entre los 40 y 60 años. Eran trabajadores, cuyas manos estaban moldeadas por el oficio, pero a quienes la vida les había negado la llave de las letras.
“Todas las personas asistían pues era un beneficio para ellos”, recuerda Liduvina. “Se notaba en sus ojos; no iban por obligación, sino con ganas de aprender, de entender el mundo a través de los libros. Era muy conmovedor ver su empeño”.
Al hablar de esa etapa, a Liduvina se le ilumina la mirada. “Me gustó mucho alfabetizar, porque te llena de una energía positiva de que ayudaste, de que enseñaste”, confiesa. «Esa satisfacción, la de ser un puente hacia un mundo nuevo para esas personas, no solo transformó sus vidas, sino que también definió la mía».
“Esta experiencia me impulsó a ser maestra primaria”, asegura con orgullo. Estudió su Licenciatura en Educación Primaria en los emblemáticos centros de Minas de Frío, Topes de Collantes y Tarará. “Esto, junto a alfabetizar, han sido experiencias únicas en mi vida”, asegura.
Setenta años después, la pasión por la enseñanza no se ha apagado en ella. Al preguntarle si, con todo lo vivido, volvería a tomar la cartilla y el lápiz para repetir la hazaña, su respuesta es inmediata y contundente: “Sin duda volvería a alfabetizar”.
La historia de Liduvina es la prueba de que la semilla de la educación, una vez plantada, florece para siempre, primero en las palabras aprendidas por un adulto y después en la vocación eterna de una niña que nunca dejó de ser maestra.