Lino Borbolla Vargas, el sonido de oro que nunca se fue

Foto: Lilian Salvat
Foto: Lilian Salvat

Manzanillo. Noviembre 5.- En esta urbe donde el mar conversa con la música y la memoria se hace melodía, vive un hombre que no necesita presentación, basta con que suene un saxofón para que el alma del pueblo lo reconozca.

Lino Borbolla Vargas, director actual de la Centenaria Banda Municipal de Conciertos, es mucho más que un músico, es un símbolo de fidelidad, de raíz, de arte que no se muda ni se vende.

A sus 89 años, Lino ha vuelto a dirigir la Banda que ya una vez condujo, esta vez sin el saxofón colgado al cuello, pero con la misma pasión intacta, “ya me chocaba cargarlo, y soplarlo como se debe, porque no es soplar por soplar, hay que sacarle algo tuyo al instrumento”, confiesa con la sabiduría de quien ha vivido soplando vida por cada nota.

Hijo de Francisco Borbolla, el hombre que introdujo el Órganos en la región Oriental, Lino creció entre engranajes musicales y afectos familiares, “mi papá tenía dos órganos, vivíamos en Campechuela y en 1949 nos mudamos para esta casa, me puso con mi tío Pancho a aprender todas las técnicas, a las dos ya yo iba para el taller, y también a la academia de música que se inauguró ese mismo año, al lado de los bomberos”.

Allí, entre unos 40 muchachos, aprendió solfeo y saxofón. “Para los órganos hay que saber música, si no sabes, no puedes perforar ni marcar una pieza, todo eso me valió”, recuerda con gratitud.

Foto: Lilian Salvat

En 1990, Armando Romeo lo escuchó y se negó a evaluarlo. “No chico, tú eres el sonido de oro del saxofón, primer nivel en toda Cuba”, le dijo, desde entonces, ese título no ha hecho más que confirmarse en cada presentación, en cada saludo de los manzanilleros que lo llaman “maestro” por convicción y cariño.

En 2018, recibió el Premio Bayamo por su trayectoria como saxofonista y por su vínculo con el órgano oriental, distinción que se entrega cada 5 de noviembre a personalidades con motivo del aniversario de la fundación de la Villa San Salvador de Bayamo.

También fue nominado al Premio Nacional de Música, pero no insistió. “Me abandoné un poco; tengo que decir que yo soy personalidad de la cultura, pero no tengo atención, tristemente y por esta Revolución hice bastante, sin embargo, mira mi casa de madera, casi cayéndose, pero vivo feliz”, dice sin dramatismo, con la dignidad que lo caracteriza.

Lino tuvo oportunidades de irse; en 1962, tras una temporada con el Circo Nacional INIT, Odulio Morales quiso llevárselo a La Habana. “Pero mis padres ya estaban viejos, tenía los hijos… y no acepté. Me quedé aquí como manzanillero”.

Y esa decisión, lejos de limitarlo, lo convirtió en leyenda local. “Por donde quiera que paso me saludan, me reconocen y no solo el pueblo, toda Cuba me reconoce como músico”.

Sus hijos también llevan la música en la sangre. «El mayor vive en Chile, donde integra una de las mejores orquestas del país. El menor, saxofonista, trabaja en La Habana con Manolín, el médico de la salsa, hijo de gato caza ratón… aunque a veces no se caza. Pero es difícil que teniendo un maestro en la casa no salga”, dice entre risas.

Lino Borbolla Vargas no necesita monumentos, su monumento es el sonido que dejó en generaciones enteras, el ejemplo de humildad y entrega, la coherencia entre lo que toca y lo que vive, en cada concierto, en cada ensayo, en cada historia que se cuenta en voz baja por las calles de Manzanillo, su nombre vibra como una nota sostenida en el tiempo.

Porque hay músicos que pasan, y hay músicos que permanecen, Lino es de los que permanecen.

VEA TAMBIÉN:

Reportaje a propósito del aniversario 73 de vida artística

Compartir en:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *