Machadito, hijo bravío de Manzanillo

Imagen ilustrativa // Foto: Karla Labrada
Imagen ilustrativa // Foto: Karla Labrada

Nacido en el seno de una familia humilde de Manzanillo, el 19 de septiembre de 1932, José Machado Rodríguez, conocido cariñosamente como Machadito, conoció desde la infancia la austeridad y las privaciones.
Sin embargo, el empeño de sus padres por darle una educación lo llevó a matricular en el Instituto de Segunda Enseñanza, donde despertó su conciencia revolucionaria. Su temperamento rebelde se manifestó pronto: participó en huelgas y actos de protesta que le valieron la expulsión, marcando el inicio de su camino en la lucha contra la injusticia.
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 fue un punto de inflexión. Al enterarse de la noticia en Santiago de Cuba, donde se encontraba de camino para visitar a su madre, decidió regresar de inmediato a La Habana para unirse a la resistencia.
Desde ese momento, se integró de lleno en la lucha estudiantil, destacándose como orador en mítines, firmante de documentos de la FEU y como uno de los colaboradores más cercanos de José Antonio Echeverría, enfrentándose con valentía a la represión policial.
Su momento de mayor heroísmo llegó el 13 de marzo de 1957. Formando parte del comando que asaltó el Palacio Presidencial, Machadito fue uno de los valientes que logró penetrar hasta el segundo piso.
Herido en un muslo, combatió con ferocidad, lanzando granadas y cubriendo con su ametralladora la retirada de sus compañeros. Incluso, en un acto de inmensa lealtad, regresó al edificio bajo fuego enemigo al percatarse de que su amigo Pedro Carbó no había logrado salir.
Tras la acción, buscó refugio hasta llegar al apartamento de Humboldt No. 7. Allí, el 20 de abril de 1957, la policía batistiana, tras una delación, cercó la casa. En el enfrentamiento desigual que siguió, Machadito y sus compañeros del Directorio Revolucionario resistieron con fiereza hasta agotar la última bala.
Todos cayeron asesinados en un hecho que conmocionó a la nación, sellando con su sangre el juramento de no rendirse nunca ante la tiranía. Así, el hijo de Manzanillo se consolidó como un símbolo puro de la juventud revolucionaria cubana, cuyo legado de coraje y sacrificio perdura en la historia.

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