Martí en las raíces del antimperialismo

Foto: Vladimir Molina

«Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por Las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso», escribió José Martí.

En el aniversario 170  de su natalicio en La Habana, recordamos el testamento político de nuestro Apóstol, escrito en carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, el 19 de mayo de 1895, pocas horas antes de caer en combate, en Dos Ríos, frente al colonialismo español en la llamada Guerra Necesaria (1895-1898), organizada por él, como máxima figura del Partido Revolucionario Cubano.

Vale la pena profundizar en la fuerza de esta afirmación de Martí: «cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso», que se considera la síntesis de su profundo pensamiento antimperialista, presente en el ensayo Nuestra América, que se publicó el 1ro. de enero de 1891, en Nueva York, y el 30 de ese mes, en un periódico mexicano.

Igualmente importante es profundizar en la ética revolucionaria que representó y representa, y en su concepto de revolución, independencia y Patria, tan vigentes en Cuba y que inspiraron el asalto al Cuartel Moncada, en 1953, y fueron retomados por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en su concepto de Revolución.

Nadie mejor que Martí para explicar estas ideas con sus propias palabras, escritas en diferentes momentos de su vida, que demuestran la vigencia de su pensamiento en el complejo entorno en que vivimos actualmente.

Sin olvidar que el dinámico pensamiento antimperialista del Apóstol por muchos años permaneció opacado intencionalmente, pues no convenía a los fines del naciente imperio –tras intervenir en la guerra, prácticamente ganada por los mambises contra el colonialismo español– que un cubano de su estatura fuese el más firme combatiente frente a los primeros pasos de la expansión imperial de Estados Unidos.

Solo tras el triunfo de la Revolución Cubana comienza a difundirse la obra del más universal de los cubanos por Latinoamérica y el Caribe, y a instalarse en el imaginario popular la idea de que el imperialismo es un enemigo irreconciliable e implacable de nuestros pueblos, por el afán de conquista y dominación de sus recursos.

Martí expresó con contundencia la importancia de la lucha antimperialista como condición necesaria de cualquier proyecto emancipatorio de Nuestra América.

La prematura visión del Apóstol no tuvo la oportunidad que, a comienzos del siglo XX, tuviera Vladimir Lenin, de llamar al imperio por su nombre, sobre bases científicas fundamentadas, y definir los rasgos que caracterizaban esa nueva fase del desarrollo capitalista.

Sin embargo, los 15 años que vivió Martí en EE. UU., y sus estudios de la sociedad norteamericana, le permitieron percatarse, anticipadamente, del peligro que corrían las nacientes repúblicas americanas, y alertarlas de las intenciones de «los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima».

Llamaba Martí a que «¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!».

«Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas», argumentó, con la fuerza del testigo que tuvo que residir en EE. UU. para preparar la guerra en Cuba.

La intervención de tropas yanquis en la lucha que libraba, desde 1868, el pueblo cubano contra el colonialismo español, marcaría el nacimiento de un vigoroso sentimiento antimperialista, en correspondencia con los primeros pasos de esa expansión.

CREAR ES LA PALABRA DE PASE DE ESTA GENERACIÓN

«Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería. De las covachas de Dakota, y la nación que por allá va alzándose, bárbara y viril, hay todo un mundo a las ciudades del este, arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales, injustas. Hay un mundo, con sus casas de cantería y libertad señorial, el norte de Schenectady a la estación zancuda y lúgubre del sur de Petersburg, del pueblo limpio e interesado del norte, a la tienda de holgazanes, sentados en el coro de barriles, de los pueblos coléricos, paupérrimos, descascarados, agrios, grises, del Sur. Lo que ha de observar el hombre honrado es precisamente que no sólo no han podido fundirse, en tres siglos de vida común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos, sino que la comunidad forzosa exacerba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado, áspero, de violenta conquista», escribió Martí en el periódico Patria, en Nueva York, el 23 de marzo de 1894.

«Independencia es una cosa, y revolución es otra», aclaraba Martí, diferenciando su concepto de lucha anticolonialista con su idea del futuro de Latinoamérica, y recordaba que «la política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila y su batalla preparada».

«La razón es nuestro escudo» y debemos estar conscientes de que «un pueblo que entra en revolución no sale de ella hasta que no se extingue o la corona». En revolución, los métodos han de ser callados; y los fines, públicos», decía, convencido de que «el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo».

«Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas», y si sabemos que «de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ¡Ganémosla a pensamiento!», recalcaba el Maestro.

«Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar, en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los Andes. La capacidad de ser héroe se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido», y «no yerra quien intenta componer un pueblo en la hora en que aún se lo puede; sino el que no lo intenta».

«Mientras unos se preparan para deslumbrar, para dividir, para intrigar, para llevarse el tajo con el pico del águila ladrona, otros se disponen a merecer el comercio apetecido, con la honradez del trato y el respeto a la libertad ajena».

El visionario Martí advertía el peligro de que las nacientes repúblicas, surgidas al fragor de la lucha, se pierdan por la incapacidad de dirigirlas y por utilizar formas y métodos que no se correspondan con las características de los pueblos a los cuales representan. Alertaba que «… la colonia continúa viviendo en la República», y proclamaba el principio de que nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino y que, aunque se abran al mundo nuestras Repúblicas el tronco debía ser siempre el nuestro, no el extranjero.

«El hombre que clama vale más que el que suplica (…) Y los derechos se toman, no se mendigan»… «Todo lo que divide a los hombres es un pecado contra la Humanidad. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. ¡Dígase Hombre y ya se han dicho todos los derechos! En los pueblos libres, el derecho ha de ser claro. En los pueblos dueños de sí mismos, el derecho ha de ser popular».

Describe Martí, con dolor, la apariencia de la América, la imitación, el afán de riquezas como copia de una economía que no le corresponde, y llama entonces a crear.

Critica las repúblicas que miran al Norte y quieren ponerse a tono con el consumismo, afirmando que «el lujo venenoso es enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero».

Frente a ello, destaca que «los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación».