Más que ayuda presencia

Ana Esther Méndez // Foto. cortesía de la entrevistada
Ana Esther Méndez // Foto. cortesía de la entrevistada

Manzanillo. Octubre 24.- En un rincón del consejo popular número cuatro Celia Sánchez Manduley de aquí, donde los papeles conviven con las urgencias del alma y las tazas de café con los silencios que esperan ser escuchados, Ana Esther Méndez Rosales nos recibe con la serenidad de quien ha aprendido a mirar más allá de lo visible.

Trabajadora social desde que comenzó el programa en esta ciudad, psicóloga además, su labor con personas en situación de discapacidad en la ciudad del Golfo del Guacanayabo no se mide en cifras, sino en dignidades restauradas, en puertas que se abren, en redes que se tejen con paciencia y amor.

Ana Esther, ¿cómo describiría el corazón de su trabajo?

«Es un trabajo que se hace con el oído del alma, no basta con gestionar recursos o llenar formularios, hay que acompañar, hay que tocar la puerta de una casa donde hay silencio y convertirlo en palabra, es mirar a los ojos a una madre que cuida sola a su hijo con parálisis cerebral y decirle: “Aquí estamos”. Es construir puentes donde antes había aislamiento, el corazón de este trabajo es la ternura organizada».

¿Qué acciones concretas realizan en la atención a personas con discapacidad?

«Lo primero es el diagnóstico personalizado, visitamos hogares, escuchamos, identificamos barreras y necesidades; luego viene el acompañamiento familiar, que no es solo emocional, sino también legal y práctico. Gestionamos ayudas técnicas como sillas de ruedas, colchones antiescaras, prótesis, y articulamos con Salud Pública, Educación Especial y organizaciones como la ACLIFIM. También promovemos la inclusión educativa y laboral, orientamos a jóvenes hacia cursos o empleos protegidos, y defendemos sus derechos en espacios comunitarios. Cada caso es único, pero todos merecen respeto y acción.

Es válido aclara que nosotros no tenemos los recursos, nuestra labor es gestionar, conveniar y si existe en las instituciones encargadas las personas lo reciben».

¿Qué desafíos enfrentan en la atención a personas con discapacidad en el municipio?

«Muchos, desde barreras arquitectónicas hasta prejuicios que aún duelen; hay familias que no conocen sus derechos, o que han perdido la esperanza. A veces, lo más difícil no es conseguir una prótesis, sino devolver la confianza, también enfrentamos limitaciones materiales, pero la creatividad y la voluntad nos sostienen. Hemos logrado adaptar espacios comunitarios para terapias, movilizar a vecinos para acompañar a personas solas, y articular esfuerzos con instituciones; la solidaridad aquí no es discurso, es acción».

¿Qué papel juega la comunidad en este proceso?

«Es esencial, la discapacidad no es un asunto privado, es un tema colectivo, cuando una comunidad se organiza para que por ejemplo, un niño con autismo pueda jugar en el parque sin miedo, estamos avanzando, cuando una escuela se adapta, cuando un CDR (Comités de Defensa de la Revolución)se involucra, cuando un vecino aprende lengua de señas para comunicarse con otro, ahí está la revolución cotidiana. Nosotros articulamos, pero el alma del cambio está en la gente».

¿Qué mensaje le daría a quienes aún no comprenden la importancia de este trabajo?

«Que se acerquen, que escuchen, que no miren la discapacidad como carencia, sino como diversidad, que entiendan que una sociedad justa se mide por cómo trata a quienes más lo necesitan y que sepan que cada gesto cuenta, una rampa, una palabra, una mirada sin lástima, porque la dignidad no se mendiga, se garantiza».

¿Y qué le da fuerzas a usted para seguir?

«La certeza de que cada paso vale, que aunque no siempre se vea, estamos sembrando y que en cada sonrisa recuperada, en cada puerta que se abre, hay una victoria, yo no trabajo con expedientes, trabajo con vidas y eso, créame, es un privilegio».

En Manzanillo, donde el mar toca la tierra con paciencia, también hay mujeres como Ana Esther que tocan las vidas con esperanza, su labor no se grita, pero se siente, como el rumor del oleaje que, sin hacer ruido, transforma la costa.

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