Naborí en su día centenario

Indio Naborit // Foto: Archivo

Los tres hijos le decían «el Viejo». Yo siempre le dije Indio, y se lo sigo diciendo ahora que el gran Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, arriba a los cien años de haber nacido, aquel 30 de septiembre de 1922.

Él fue una de las suertes que he tenido por conocer personas luminosas. No solo porque Naborí fue el paradigma de la décima en Cuba e Hispanoamérica, ni porque dejó poemas imperecederos en esa estrofa y en otros medios expresivos versales; o solo porque fuese un hombre leal a su país, a su Revolución, a su gente cubana; sino también por su enorme sentido de la bondad, de tender brazos para recibir y comprender a todo el que se le acercaba, y porque logró con su obra convertirse en parte fiel de la identidad cubana.

El Indio Naborí dejó tras su vida una obra copiosa, solo con lo que se ha salvado de su décima improvisada, la cual cantaba desde su primera juventud. Ya en la década de 1930 saldrá un volumen extraordinario. Si se agrega su labor, no menos extensa, relativa a la poesía política, militante, y a su delicada obra lírica de intimidad y gozo poético, las obras completas de Naborí serán, ya acopiadas y publicadas, un riquísimo patrimonio de la nación.

Fue uno de los poetas más reconocidos por el pueblo. Dondequiera que él llegaba, sonaba un nutrido aplauso. Cuando, debido a su diabetes, perdió la vista, gradualmente había dejado de cantar la décima en público, pero jamás dejó de hacerlo para sí o en la intimidad hogareña ante su esposa Eloína Pérez, bella y amada mujer ejemplar.

Entonces comenzó a trabajar con la memoria. Tenía siempre una palabra florida sobre sus colegas improvisadores, otra palabra llena como la luna para los líricos de todo tipo de expresión que se acercaban a él. Decenas de personas visitaban su casa. Tenía una memoria fabulosa, no solo para su propia labor, sino que me sorprendió muchas veces diciéndome de memoria poemas del Siglo de Oro, así como de numerosos poetas como Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, y creo que se sabía completos los Versos sencillos de José Martí. Sobre Borges y Martí podía dar varias conferencias.

Naborí fue el creador que logró equilibrar y conjugar, en sí mismo, las dos corrientes básicas de la poesía: la popular y oral, y la escrita de amplia trascendencia. Fue el primer hombre que provenía de la lírica popular en décimas, en recibir el Premio Nacional de Literatura, en 1995, por la alta calidad de su obra. Le fue concedida la Orden Félix Varela de Primer Grado y el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, entre otros lauros.

Ya en la década del 90 el reconocimiento por su valía literaria, en especial poética y dentro de la tradición lírica popular, había rebasado nuestro país. Fue candidato al premio Príncipe de Asturias de las Letras, en el año 2000, y en varios países hispanoamericanos, así como en Canarias y otros sitios, se le rendía cumplido homenaje. Su fecha de nacimiento fue elegida para celebrar el Día Iberoamericano de la Décima.

Poeta del pueblo, Jesús Orta Ruiz acompañó a la Revolución con su voz y con su escritura, fue uno de los escritores de compromiso político más efectivos de esa noble tradición de la poesía cubana que posee obras destacadas desde el siglo xix, e incluso de varios escritores coetáneos suyos.

Hay que recordarlo también por sus famosas improvisaciones, como La controversia del siglo, efectuada en 1955, en compañía de Angelito Valiente, cuando los decimistas motivaban concentraciones que los escuchaban en teatros y diversos espacios públicos. La extensa trayectoria de su labor de poesía popular y política se encuentra entre lo más significativo de esas líneas expresivas en nuestro país. Su labor revolucionó ambas manifestaciones. Solo dígase que, a partir de su obra decimista de las décadas del 40 y del 50, la gran tradición popular espineliana se transformó de manera efectiva, elevó su nivel compositivo, se sumó a la estela neopopularista de la poesía de lengua española. Hay un antes y un después de él en la décima cubana.

Este no es el espacio para reseñar sus libros, quiero solo evocar al hombre digno y de espíritu elevado que vivió entre nosotros una vida útil y bella. Pero al menos quisiera recordar algunos de sus títulos más significativos, si no lo fueron todos. Dos son las mejores antologías, casi compilaciones, de su obra lírica: Desde un mirador profundo (1997) y la excelente Cristal de aumento (2001 y 2004). Y recuerdo tres hitos de su obra impresa: la bellísima elegía La fuga del ángel, los diez sonetos cimeros de Una parte consciente del crepúsculo y el conjunto de Con tus ojos míos, los tres entre lo más alto de la lírica emotiva cubana del siglo XX.

Naborí murió el 30 de diciembre de 2005. Había escrito: «No me asusta morir… Solo lamento / quedarme quieto cuando todo sea / la perfecta expresión del movimiento». «No me duele morir y que me olviden, / sino morir y no tener memoria».

Su jerarquía, entre los hombres grandes de la patria, amerita que el pueblo de Cuba le rinda la deferencia del recuerdo, pues él está tan ligado a la nacionalidad cubana, que al homenajearlo a él nos homenajeamos a nosotros mismos.