No exponerlos al contagio es la mejor garantía de los niños frente a la COVID-19

Aunque han demostrado con creces cuán responsables y disciplinados pueden llegar a ser, en no pocos casos, mucho más que quienes les rodean, los niños no son capaces de medir en toda dimensión el riesgo que implica la presencia en el país de la COVID-19.

Eso se traduce, lógicamente, en que su seguridad, y más específicamente su salud, están condicionadas en gran medida por el nivel de cuidado que con ellos tengan los adultos a su alrededor, y la visión de estos para no exponerlos de manera innecesaria al riesgo de contagio.

En Cuba, hasta el parte de cierre del 6 de septiembre, se han infectado 467 pacientes en edades pediátricas con el virus SARS-COV-2, el 83,3 % de los cuales se ha recuperado de manera satisfactoria. 

No obstante, eso no implica que no puedan evolucionar hacia el estadio grave de la enfermedad, y una muestra de ello es que ya se recogen alrededor del mundo estadísticas relacionadas con el agravamiento y muerte de infantes a causa de la COVID-19.

Si bien no es ese un comportamiento regular entre los niños que, por lo general, transitan por la enfermedad asintomáticos o con síntomas muy leves, son posibilidades reales, latentes, que tienen a la prevención como la mejor de las vacunas.

¿QUÉ SE SABE DE LA COVID-19 EN LOS NIÑOS?

Aunque es cierto que a lo largo del planeta se han desarrollado importantes estudios para determinar con más exactitud las reacciones de los niños ante la enfermedad, su capacidad de transmitirla o el por qué es en ellos menos severa que en los adultos, a modo general, expertos de la Organización Mundial de la Salud afirman que todavía falta mucho por investigar para llegar a resultados concluyentes.

A pesar de eso, en relación al impacto de la enfermedad en un sector poblacional tan vulnerable, ya existen interesantes aportes que arrojan luces sobre los síntomas, la carga viral o las secuelas físicas y sicológicas que deja la pandemia en los niños.

Desde abril del presente año, por ejemplo, médicos en el Reino Unido identificaron un aumento de niños positivos al SARS-COV-2, que presentaban un síndrome inflamatorio multisistémico. Algo similar ocurrió en Nueva York, y también hubo reportes en otras naciones.

En declaraciones a National Geographic, Rachel Graham, epidemióloga de la Universidad de Carolina del Norte, explicó que sería necesario ­hacer estudios más prolongados a niños recuperados de la COVID-19, para medir verdaderamente las posibles secuelas de ese padecimiento.

Sin embargo, al desarrollar complicaciones con mucha menor frecuencia que otros grupos de edades, es menor el número de investigaciones existentes al respecto.

Por otra parte, también se identificó que la diarrea, vómitos y calambres estomacales, podrían ser en los menores síntomas esenciales que anuncien la presencia de la COVID-19, diferenciándose así de los síntomas habituales de la enfermedad en adultos, de acuerdo con un estudio de la Universidad de la Reina de Belfast, en Irlanda del Norte.

Ello demuestra que, en estas edades, no necesariamente es tan previsible la presencia de la enfermedad, y puede confundirse, por sus manifestaciones clínicas, con otros padecimientos, por lo que acudir al médico de inmediato puede ser la garantía de diagnóstico y tratamiento rápidos.

Con el transcurso de meses en los que el mundo ha estado involucrado en el combate contra el nuevo coronavirus, se han despejado interrogantes acerca de si los niños pueden o no contagiar a los adultos, un asunto que, según afirman algunos expertos, aún no ha podido ser estudiado en profundidad. Sin embargo, un reciente estudio publicado por la revista JAMA Pediatrics, demostró que las cargas virales en infantes mayores de cinco años son similares a la de los adultos, pero en los menores de esa edad, la presencia del virus en el tracto respiratorio superior es entre diez y cien veces más elevada que los ­registros en niños ­mayores y adultos. Por lo tanto, pueden convertirse también en propagadores de la enfermedad.

Pero la COVID-19 deja secuelas. Es este un aspecto que ha sido abordado ampliamente, y del cual se tienen ya sólidos elementos. En el caso de los niños, algunas de las descritas son la dificultad para respirar, dolores en el pecho y diarrea.

A esas deben sumarse otras de índole sicológica, que también afectan a los menores. El cambio brusco de sus rutinas de vida, marcado por el aislamiento, la suspensión de la asistencia a la escuela y, por lo tanto, la falta de su principal espacio de socialización, pueden citarse entre las de mayor impacto.

¿Son menos susceptibles al SARS-COV-2?

El incremento de las cifras de niños y adolescentes contagiados por el nuevo coronavirus demuestra que son tan susceptibles de padecer la enfermedad como los adultos, y es este un tema en el que ha insistido la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El organismo internacional, citado por Telesur, explicó que: «Las pruebas hasta la fecha sugieren que los niños y los adultos jóvenes tienen menos probabilidades de desarrollar una enfermedad grave, pero con todos se pueden dar casos graves en estos grupos de edad. Los niños y los adultos deben seguir las mismas pautas de cuarentena y aislamiento si existe el riesgo de que hayan estado expuestos o si presentan síntomas».

Como tendencia, se aprecia que en los rebrotes reportados a nivel mundial, luego de la desescalada de ­medidas restrictivas, es alarmante el número de adolescentes y jóvenes contagiados. El propio canal multinacional refiere que, según otros datos de la OMS, entre el 24 de febrero y el 12 de julio, la cantidad de pacientes en el rango de edad de 15 a 24 años, creció de un 4,5 % al 15 %.

Si a eso sumamos otras situaciones que los hacen vulnerables en diversas naciones del mundo, como la pobreza, la falta de condiciones higiénicas imprescindibles, el poco acceso a los sistemas de Salud e incluso, la puesta en pausa de los esquemas de vacunación en medio de la pandemia, permiten comprender cuán vulnerables llegan a ser en realidad estos grupos de edades pediátricas.

LA NOTICIA QUE NUNCA QUISIÉRAMOS LEER

«La COVID-19 también puede ser mortal para los niños: «Las cifras son bajas hasta que le sucede a tu hijo»». Así titulaba The Washington Post la triste noticia de la muerte de Skylar Herbert, una pequeña de cinco años que se convirtió en la primera niña fallecida en Michigan.

Otras historias tan tristes como esa pueden leerse desde otras regiones del orbe, y quién sabe cuántas más ni siquiera serán nunca conocidas; pero son la muestra clara de que niños, adolescentes y jóvenes no son invulnerables, también pueden ser alcanzados por el brazo mortal de la pandemia.

En tiempos normales, los niños constituyen una prioridad constante para el sistema de Salud cubano. Ahora, en tiempos de pandemia, se redoblan los esfuerzos para evitar su contagio, para garantizar su completa recuperación si finalmente enferman, y ese trabajo conjunto ha impedido que este archipiélago haya sufrido tan terribles pérdidas.

Sin embargo, cabe preguntarse si esa célula fundamental, la familia, se esfuerza del mismo modo y es capaz de asegurar el cuidado de sus pequeños tesoros con el mismo desvelo con que lo hace su Estado.

Es este un asunto en el que vale la pena reflexionar, pues salvar una vida no depende solo del profesionalismo, la fuerza de voluntad y el desvelo de los profesionales de la Salud, a veces resulta imposible, pues en la Medicina no siempre dos más dos es cuatro.

Evitemos entonces que los mitos nos envuelvan, que las cifras nos provoquen excesos de confianza. ¿Los niños pueden agravar con la COVID-19?, Sí. ¿Pueden morir de COVID-19? Sí. ¿Podemos, con responsabilidad, disciplina y elevada percepción de riesgo impedir que contraigan el virus? Si. Eso también es posible.