Quienes pintan la vida de gratos colores

Quienes pintan la vida de gratos colores // Foto Marlene Herrera

Juegan a las muñecas, la casita, los carros y a ser adultos reflejando cada uno de los pasajes que observan a diario, imitando lo positivo y lo negativo que figuran padres, hermanos y la sociedad en sí, de cualquier modo, los niños y niñas son encantadores y ocurrentes por demás. Ya Martí lo anunciaba desde su lejana época, “ellos son los que saben querer”, entonces por qué no llamarles la esperanza del mundo.

En Cuba su sonrisa posee un valor extraordinario y es por ello que no se escatiman esfuerzos para garantizarles una educación y asistencia médica de primera, sin importar el costo de tales compromisos. Infelizmente la realidad de otras latitudes dista mucho de la cubana, y es muy común ver reflejado en los medios de prensa internacionales rostros de desolación, hambre y tristeza en los pequeñuelos.

Aunque las Naciones Unidas realiza gestiones para tratar tales términos, aun es insuficiente, y poco se logra trabajar la mentalidad de los adinerados que sumergidos en el lucro y la banalidad no destinan fondos para aliviar la hambruna provocada no solo por la carencia de alimentos, sino por la desesperanza y el aterrador panorama de los basureros, lugar despreciable devenido en refugio seguro para calmar un tanto la imperiosa necesidad de ingerir alimentos.

Del otro lado de la moneda están los padres violentos que despojan de cariños y ternuras a sus pequeños, pues prevalecen entre ellos las amarguras de la vida reflejadas en maltratos, golpes y limitaciones. Y es que para ser niño es necesario ser inquieto, ocurrente y poco responsable, salvo algunas excepciones. Sin embargo, muy pocas veces los adultos somos capaces de comprender que también fuimos así en algún momento y nos limitamos dejar aflorar esa infancia que llevamos dentro.

Cabe preguntarse si siempre somos amorosos y tiernos con nuestros frutos. Ellos merecen atención, pues duele mucho apreciar panoramas en los que padres y madres se limitan a oír pero no escuchar las ocurrencias de ellos, o sencillamente les piden cerrar sus bocas pues es más importante el cierre económico de la empresa o el próximo caso a tratar en el quirófano.

Dedicarles tiempo es una forma más de apreciar el valor de la infancia y la valía de los bien llamados pinos nuevos, esos sin los cuales la vida no tiene sentido porque solo ellos saben pintar la existencia de un color especial.