
Vivimos en una era donde la conectividad se ha convertido en una extensión del entorno físico, y las redes sociales ocupan un lugar central en la manera en que interactuamos, informamos y participamos en la vida pública.
En este escenario, caracterizado por la inmediatez de los flujos de información y la multiplicidad de voces, el uso responsable de las redes sociales deja de ser una opción para convertirse en una necesidad impostergable.
En el contexto cubano, marcado por transformaciones tecnológicas progresivas, el acceso creciente a plataformas digitales ha ampliado las posibilidades de expresión ciudadana, fortalecimiento comunitario y circulación de contenidos culturales y científicos.
Sin embargo, ese mismo escenario abre espacios para la circulación de noticias falsas, la manipulación de narrativas y la propagación de discursos que, lejos de edificar, deterioran el respeto, la credibilidad institucional y la cohesión social.
El ejercicio responsable en redes sociales implica, en primer lugar, asumir la publicación como un acto consciente, en el que no solo se comparte contenido, sino también se define un posicionamiento ético ante la información.
Es necesario comprender que cada reacción cada publicación, cada tuit y cada comentario tienen un impacto que trasciende lo personal y se inserta en dinámicas colectivas. En ese sentido, la alfabetización mediática y digital se vuelve un pilar estratégico para formar ciudadanos capaces de discernir entre lo verdadero y lo manipulado, de argumentar sin agredir y de contribuir, desde su espacio virtual, a la construcción de una sociedad más justa, crítica y participativa.
Corresponde a las instituciones educativas, los medios de comunicación, las organizaciones juveniles y comunitarias, y a los propios creadores de contenido digital, desempeñar un rol activo en la promoción de buenas prácticas comunicativas, el diálogo respetuoso y el pensamiento crítico.
La responsabilidad digital no debe confundirse con censura, sino entenderse como una forma elevada de participación, donde el respeto mutuo, la veracidad y el compromiso social actúan como brújulas en el océano de la red.
No es suficiente con tener acceso a Internet: debemos formar una ciudadanía digital madura, capaz de identificar los riesgos de la desinformación, de denunciar el uso inadecuado de las plataformas y de movilizar las potencialidades de la tecnología en función del bien común. Solo así lograremos que las redes sociales sean, verdaderamente, espacios virtual contribuya, verdaderamente, al crecimiento humano, a la construcción de consensos y a la defensa de los principios que nos identifican como nación.