Un foco de indisciplina e Insalubridad

Foto: Rafael González Castro
Foto: Rafael González Castro

La terminal de ferrocarril de Manzanillo, antaño símbolo de conexión y progreso, se ha convertido hoy en el epicentro de una crisis ambiental y sanitaria que clama a gritos una solución. Los alrededores de esta infraestructura, que deberían ser la carta de presentación de la ciudad para visitantes y ciudadanos, están irreconocibles, sepultados bajo montañas de desechos sólidos. Esta situación no es solo una afrenta visual; es un problema de salud pública y un reflejo de una dinámica social y administrativa que ha fracasado.

En el corazón de esta problemática yace una palpable indisciplina social. Es común observar a vecinos y transeúntes arrojando bolsas de basura, escombros y residuos de todo tipo directamente en la vía pública, en terrenos baldíos o simplemente desde sus viviendas. Esta práctica, lejos de ser esporádica, se ha normalizado, creando un paisaje de desidia donde el arrojo irresponsable se percibe como la opción más fácil, ante la ausencia de una cultura ciudadana fortalecida y de una consecuente acción sancionadora.

Sin embargo, sería injusto cargar toda la responsabilidad sobre los hombros de la ciudadanía. La otra cara de esta moneda es el servicio de recogida de desechos, el cual evidencia una frecuencia y planificación insuficientes para las necesidades de la zona. La Empresa de Servicios Comunales, con toda seguridad sobrecargada y con limitaciones de recursos, no logra dar abasto. La basura se acumula por días, enviando un mensaje implícito de que el esfuerzo individual por esperar el horario de recogida es, en vano, inútil.

Ambos factores se retroalimentan en un círculo vicioso destructivo. La falta de contenedores o la recogida irregular por parte de los servicios comunales incentiva el arrojo indiscriminado. A su vez, la indisciplina social satura el área con tal cantidad de residuos que cualquier esfuerzo de limpieza, por más eficiente que pudiera ser, se vería rápidamente superado. Es un péndulo de culpas donde, al final, quien pierde es la comunidad en su conjunto, atrapada en un entorno cada vez más degradado.

Las consecuencias de esta negligencia colectiva e institucional son tangibles y alarmantes. El aire en las áreas aledañas a la terminal se carga con el olor fétido de la materia orgánica en descomposición, atrayendo nubes de insectos y fauna nociva como ratas y moscas. Estos vectores son portadores potenciales de enfermedades gastrointestinales, dengue y otras infecciones, poniendo en riesgo directo la salud de las familias que residen o trabajan en la proximidad.

Ante este panorama, es imperativo un abordaje de doble vía. Por un lado, se requiere una campaña de educación y concientización ciudadana, reforzada por una aplicación firme de las ordenanzas municipales que sancionen estas conductas. Pero, de forma paralela e ineludible, es necesario que la Empresa de Servicios Comunales optimice sus rutas y frecuencias de recogida. La asignación de más recursos, camiones compactadores y personal podría marcar la diferencia entre un intento fallido y una solución sostenible.

La terminal de ferrocarril de Manzanillo y su comunidad merecen recuperar su dignidad. La solución no es sencilla, pero es impostergable. Se necesita la voluntad conjunta de los ciudadanos, que deben asumir su responsabilidad, y de las autoridades, que deben garantizar un servicio eficiente. Solo con un esfuerzo coordinado se podrá levantar este muro de basura y devolverle a la zona la salubridad y el decoro que nunca debió perder. El reloj de la salud pública está en marcha, y el tiempo de actuar es ahora.

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