26 de julio, llama rebelde que no se apaga

Cuba vuelve a retumbar en la alborada. Del Santiago heroico, el Bayamo resurgente, de la Granma ferviente, fluye la nacionalidad con la misma fuerza de aquel 26 de julio de 1953. En la penumbra de la madrugada y con el ardor de un sentir patrio se gesta un asalto, una irrupción a la memoria histórica de la tierra martiana.

 

Sólo están ellos, con sus pechos henchidos de libertad, los jóvenes de siempre, la Generación del Centenario. A un lado el fusil, del otro la Patria, anidada en los corazones y arropada con las más identitarias añoranzas, nutrida con el ideario de José Martí.

 

En la mirada fulgura un sueño. Un halo de redención distingue los cuerpos que vienen y van al compás de la orden, sigilosos para no levantar sospechas, callados para sorprender al enemigo en su lecho de poder.

 

Sobre ruedas avanzan, y los rayos del Astro Rey quieren presenciar el acto de proeza; quisieran despertar a quienes yacen en sus aposentos con el cansancio de la noche de fiesta carnavalesca y convocarlos al combate, pero no pueden.

 

Los muros de las fortalezas militares esperan, sumidos en la frialdad y el horror de las torturas, en los aclamos de una justicia que se aproxima, lenta y aplastante, definitiva.

 

De repente, como centella, luz y fuego rompieron el silencio mañanero. Y las balas, traviesas, se escurren entre el concreto de las paredes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, y las carnes de los hombres, dejan la huella eterna del gesto emancipador.

 

Y aunque fallido fue el intento de golpear de muerte a la dictadura, estremecedor fue el ejemplo de los jóvenes cubanos protagonistas de la hazaña. La llama encendida en la mañana de la Santa Ana no volvió a apagarse.

 

Flameó a cada instante de la acción revolucionaria que trajo el triunfo, se enriqueció con los actos de convicción y estoicidad de sus mujeres y hombres, creció junto a la obra social y arde todavía.

 

Abrasa en el ímpetu de los que dan continuidad a esa gesta, en el cumplimiento del deber como continuidad de aquella Generación, como defensores de las banderas de negro y rojo color, de blanco, azul y rojo patria; en anuncio del espíritu de lucha y rebeldía de una Cuba soberana.