El cronopio mayor se respira vivo. Pareciera desandar en uno de esos fríos días porteños con su abrigo, sus lentes y su cigarrillo en la boca por la avenida de Mayo, de camino a su preferido café London City, hoy convertido en restaurante, donde inspirado escribió su libro Los premios, o por la galería Guemes, protagonista de otro de sus textos (El otro cielo).
Su literatura sigue omnipresente en esta tierra que lo acogió cuando a los cuatro años llegó junto a su familia, en 1918 desde Bruselas.
En las manos de un joven que lo descubre, en otros que releen su inmortal Rayuela, en aquel que viajaba en el metro leyendo uno de esos tantos textos que nos legó, en aquellos admiradores que llegan de tierras lejanas para seguir su rastro en Buenos Aires.
Hoy los argentinos le rinden honores al Cronopio con cientos de mensajes en Twitter donde su nombre es tendencia.
‘Leer a Julio Cortázar es como adentrarse en un mundo diferente; uno más hermoso, más poético’, escribió en esa red social una admiradora del escritor. Otros lo recuerdan con varias de sus frases.
‘Cortázar fue un magnífico constructor de mundos a través del lenguaje, que no solo usaba y maniobraba sino que inventaba, como en un universo paralelo’, publicó por su parte el diputado Daniel Filmus.
El recuerdo del ‘gigante’ que rompió el paradigma de los cuentos, así titula hoy su portada el diario digital Perfil en tanto La Nación publica un artículo de Martín Caparrós titulado Julio Cortázar, último round y Clarín lo recuerda con el texto original de la última entrevista que concedió a ese medio.
‘Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo’, dijo una vez este grande, reverenciado hoy por esta tierra austral que tanto amó y de la que se despidió en diciembre de 1983 sin saber que dos meses después una terrible leucemia apagaría su vida.
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