A debate la Arqueología en Cuba: La importancia de saber quiénes somos

Arqueólogo cubano. Foto: Elio Miranda

En el registro arqueológico están las evidencias del proceso evolutivo de las especies y del desarrollo del comportamiento humano; las certidumbres materiales de Homo sapiens, y sus antecesores, que permiten reconstruir los diferentes procesos tecnológicos, científicos y culturales.

Pero ese caudal de saberes, que el conocido arqueólogo Eudald Carbonell en su libro El nacimiento de nueva conciencia ha catalogado como “la biblioteca de nuestra identidad de seres vivos y conscientes[i], descansa en una práctica más holística que la mítica acumulación de antigüedades o la búsqueda de tesoros al estilo Indiana Jones, huella que todavía urde telarañas en torno a la arqueología. Constituida en disciplina científica desde mediados del siglo XIX, ha dejado de ser pericia de aficionados para hacerse una ciencia sistemática, específica e independiente.

Precisa el arqueólogo contemporáneo de un soporte que le haga posible entender y asumir las bases teóricas de esta ciencia y la noción de sus aplicaciones disciplinares. También, sus interacciones con la botánica, la paleontología, la genética, la espeleología, la geología y la biología.

Una mayor diversidad de datos resulta de estudios cada vez más especializados que engrosan ese catauro universal o específico a donde conduce la pregunta de siempre: ¿quiénes somos? Desde tales derroteros, destapamos el cuenco de la práctica arqueológica en la Isla.

Sobre sus orígenes, un punto de referencia está en el título Historia de la Ciencia y la Tecnología en Cuba, de Pedro M. Pruna Goodgall. En su texto, el autor ofrece certezas de la primera expedición antropológico-arqueológica auspiciada por la Academia de Ciencias y llevada a cabo en 1888 por Luis Montané. “Viajó a Santi Spíritus, donde ya existía un grupo de amantes de la ciencia. Ellos le obsequiaron un ídolo de madera y una colección de hachas de los aborígenes cubanos, que habían hallado en sus expediciones. En su exploración de la cueva del Purial (…) halló restos de un hombre y un simio”.

Más de cien años han transcurrido desde entonces y los nombres y acontecimientos a citar son numerosos. Pero apremia situarnos en el contexto actual y atender las opiniones de algunos de los protagonistas de la arqueología contemporánea cubana. ¿Los entrevistados? Especialistas que ejercen la profesión vinculados al Instituto Cubano de Antropología (ICAN), al Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana y al Colegio de San Gerónimo.

Puestos a pensar sobre el momento en que se halla esta ciencia en Cuba, la mayoría de los consultados coincidieron en la necesidad de que exista en el país una licenciatura en arqueología. Este lo consideraron como un asunto prioritario, una ausencia que tiene impactos en el desenvolvimiento de sus funciones en el terreno teórico y aplicativo.

“Quienes nos dedicamos a ejercer la profesión y a influir en el plano docente de la especialidad, no tenemos una formación académica de pregrado en dicha ciencia, hecho que impide contar con bases formativas homogéneas, afirma el Doctor en Ciencias Históricas Ulises M. González Herrera, del departamento de Arqueología del ICAN. “Tal realidad, explica en parte el gran eclecticismo teórico que caracteriza actualmente a la práctica arqueológica nacional”.

En opinión de la máster Beatriz Rodríguez Basulto, especialista de arqueología histórica del Gabinete, otro efecto de la falta de un nivel básico teórico-metodológico en arqueología, son las dificultades que se presentan a la hora de hilvanar la realidad local con los conocimientos adquiridos a través de la bibliografía.

Para Lisette Roura, de la propia institución, el no contar con una licenciatura influye además en que la labor del arqueólogo sea muy menospreciada, incluso por otros expertos.

“Es verdad que no tenemos una escuela de arqueología establecida en pregrado. Las autoridades universitarias no han visto esa necesidad, porque nos hemos olvidado de la herencia aborigen”, acentuó el máster Racso Fernández Ortega, del ICAN. “Solo la vemos en la pieza primitiva o en aquella palabra del tronco lingüístico aruaco que todavía mantenemos en el léxico. Pero desconocemos la presencia de los primeros habitantes de nuestra isla en la cultura cubana y hasta en las guerras de independencia.

“Tampoco se percibe la importancia que tiene contar con personas que se dediquen al estudio de la arqueología con una base sólida, aunque hemos mejorado. En la facultad extra campus de la Universidad de La Habana, el Colegio San Gerónimo, la carrera Gestión y Conservación del Patrimonio tiene una salida en arqueología. La pretensión es que esos especialistas estén mejor preparados. Pero no son arqueólogos, por supuesto.

“Yo mismo no me siento arqueólogo. Me doy cuenta de los vacíos que tengo en mi formación porque soy ingeniero industrial, aunque desde niño me incliné por esta ciencia y he terminado ejerciéndola profesionalmente”, reconoció.

Alejandro Nolasco, graduado hace dos años en San Gerónimo, y parte del colectivo del Gabinete de Arqueología, no tuvo la oportunidad de optar por la mencionada especialización: “en mi año solo había dos estudiantes interesados y se requerían cinco como mínimo”.

Inquirido sobre la aparente contradicción entre la oferta de conocimientos en este campo y la poca demanda que en ocasiones tiene esta salida académica entre los estudiantes de Gestión y Conservación del Patrimonio, Michael Sánchez Torres, egresado de dicha Facultad en el apartado de arqueología y profesor de la misma en la actualidad, expresó que ese fenómeno se debe a que la matrícula inicial de la carrera es limitada y, como siempre ocurre, no todos llegan a la etapa final, cuando entre cuatro alternativas deben elegir una.

“Otra de las limitaciones que tiene el Colegio es que dentro del sistema curricular del perfil de arqueología no existen las prácticas de excavación, aunque el centro se ha convertido en una plaza importante para el trabajo de la especialidad en el plano teórico. Recibimos expertos de muchas universidades del mundo que vienen a impartir conferencias sobre patrimonio arqueológico”.

Sin embargo —añade—, Cuba necesita licenciados en arqueología, porque hay un mercado laboral grande en dicho terreno, aunque no muy bien identificado.

“En su enfoque tradicional, esta especialidad ha sido vinculada casi exclusivamente a la comprensión del pasado. Pero desde hace unos años también empezó a ser vista como un recurso para el desarrollo.

“El patrimonio heredado tiene utilidad educativa, económica y social, para el bienestar y el reforzamiento de la identidad de los grupos poblacionales. En tal sentido, la labor del arqueólogo se ha diversificado y está llamada a la conservación de ese recurso y a hacerlo accesible a la sociedad como conocimiento científico y elemento didáctico y lúdico”.

Sánchez Torres, además de dar clases en San Gerónimo, dirige el grupo de extensión universitaria Arqueología Creativa, para fomentar la investigación, el debate y la conservación del patrimonio arqueológico a través de expediciones, talleres y recorridos por espacios naturales, entre otros.

“Como parte de la cátedra honorifica Emilio Roig, nuestro grupo interactúa con Arte-corte, un proyecto de desarrollo local y sostenible, auspiciado por la Oficina del Historiador. Y por iniciativa de la comunidad que representa hemos realizado labores de capacitación con los niños y con los emprendedores, acerca de cómo vincular el desarrollo con la arqueología. Les enseñamos, por ejemplo, a reconocer los valores de sus inmuebles, porque a veces, con las restauraciones, es destruida la autenticidad que tienen las edificaciones”.

La academia

“¿Cuántos arqueólogos harían falta en Cuba? No lo sé. Alguna institución tendría que encargarse de hacer esa solicitud”, respondió José Luis García Cuevas, asesor del Ministro de Educación Superior, ante nuestra interrogante acerca del por qué no ha sido abierta una licenciatura de la especialidad en el país.

“Para que una carrera de pregrado se justifique tendrían que matricular 25 o 30 estudiantes cada año y graduarse unos 20. Luego, ¿qué harían esos 20 egresados en el ámbito laboral? Seguramente, en dos o tres años se cubriría una demanda acumulada. Después, sería insostenible, aunque si es presentado un requerimiento el Ministerio daría una respuesta oficial”.

La antropología la veo mucho más amplia—acota— y es contenido de pregrado de algunas carreras. “De hecho, hay una sociedad cubana de la especialidad; también está la revista Catauro. La arqueología es más específica. Tendría que llevar algo muy a la medida. Me la imagino más bien dentro de la antropología, como parte del contenido de algunas de sus maestrías. Pienso en una formación de postgrado en arqueología”.

Al respecto, Racso Fernández Ortega y Ulises M. González Herrera, del ICAN, apuestan más por la licenciatura en arqueología que por la convocatoria permanente a maestrías. El primero subraya, no obstante, que en cualquiera de los dos casos es muy importante la selección de los estudiantes, porque según la experiencia que tuvieron hace unos años en el Instituto con un máster que desarrollaron, no todos los graduados se dedicaron luego al ejercicio de dicha disciplina.

¿De lo general a lo particular? ¿O viceversa?

Centrada en la lógica explicativa del cambio en el pasado, no solo de su descripción, la arqueología tiene entre sus objetivos reconstruir las historias culturales y elucidar los procesos. Sin embargo, para comprender adecuadamente la realidad material se requiere de una teoría.

“En Cuba, en nuestro campo científico, el pensamiento teórico actual se caracteriza por combinar posiciones de diferentes escuelas”, estimó el doctor González Herrera.

¿Es este otro de los impactos de la carencia de una academia? Tal vez. Aunque también el hecho de haber estado distanciados durante mucho tiempo de importantes grupos de expertos en el mundo, entre ellos los arqueólogos sociales latinoamericanos. Lo cierto es que “desafortunadamente, en la práctica arqueológica cubana prima la normativa estadounidense de principios del siglo XX, consistente en hacer inferencias de acuerdo a los objetos observados, sin trascender la descripción y la cronología del artefacto”, asevera el científico.

“Una segunda tendencia está presente entre los influidos por la Arqueología Social Latinoamericana de finales de la década de los 80 y principios de los 90, que concibe la disciplina como una ciencia histórica, cuyo objetivo es la reconstrucción de las sociedades antiguas”.

Según esta posición, “para explicar las transformaciones sociales el arqueólogo necesita de un cuerpo de conceptos comunes a toda ciencia social. De acuerdo al materialismo histórico, las categorías explicativas generales y centrales son las de Formación Económico–Social y Modo de Producción.

“La New Archaeology, el tercer ideal, completa este puzle interactivo. Surgida en la década de los 60 del pasado siglo, se singulariza dentro de la llamada arqueología procesual fundamentada en la deducción: formular hipótesis, elaborar modelos, y deducir consecuencias. Frente a la arqueología tradicional, esta considera que su naturaleza es explicativa, no descriptiva. Se razona en términos de analizar los cambios en los sistemas económico–sociales. Implica la generalización”, indicó el también profesor del Colegio San Gerónimo.

En el ruedo de este debate, los especialistas del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana, reafirman el punto de vista del vacío académico existente en la especialidad en Cuba. En cuanto al trabajo de campo, la institución ha sido pionera en el Caribe en la introducción y desarrollo de los principios de la estratigrafía arqueológica y de la Matriz Harris, un sistema de recopilación de información estratigráfica muy reconocido en la llamada arqueología histórica[i] (ciencia que contrasta la evidencia material y los documentos patrimoniales para complementar la información existente, enriquecerla o negarla).

El creador de la Matriz Harris vino al Gabinete e impartió dos cursos, explica Beatriz Rodríguez Basulto, quien cursó su máster en arqueología en la Universidad Complutense de Madrid. “Luego nos entrenamos también con un profesor del País Vasco muy experimentado en la aplicación del método. Actualmente nuestro equipo lo emplea con éxito (y lo ha exportado a gabinetes de otras provincias). Pero, aun así, es notable la carencia de los conocimientos teóricos que aporta la academia, necesarios para que el investigador pueda elegir entre las vertientes contemporáneas de la arqueología, según el conocimiento que requiera producir”.

Lo más grave

Sin desestimar las carencias formativas y teóricas antes citadas, Racso Fernández pondera un asunto más urgente. Y cuestiona: “¿para qué vamos a necesitar más y mejores especialistas si el patrimonio arqueológico de la nación está desapareciendo? En realidad, el problema más grave que tenemos es la conservación”.

Un par de ejemplos ilustran esta realidad, dice. “En el área de desarrollo del Mariel fueron destruidos los sitios arqueológicos aborígenes Marien III y Sigua I y II. Por otra parte, las pictografías de la Cueva del Agua, en Mayabeque, San José, casi desaparecieron tras ser ꞌlavadasꞌ con cepillo y jabón.

“Desde 1977, la Revolución estableció la Ley No. 1(de protección al patrimonio cultural) y No. 2 (de los monumentos nacionales y locales). “Pero, no velamos porque se cumplan.

Estas son legislaciones, que como la de medio ambiente, nos situaron en un lugar de avanzada a nivel internacional, al apostar por un desarrollo sustentable. Sin embargo, cuando se omite la participación de los arqueólogos, se incumple lo dispuesto en cuanto al rigor que debe caracterizar a los estudios de impacto previo a las inversiones.

“En este sentido, el ICAN ha efectuado varios llamados de alerta. Con frecuencia discutimos estos temas en la subcomisión de arqueología, de la Comisión Nacional de Monumentos. Tratamos de aunar esfuerzos para lograr que las cosas se hagan bien, pero no contamos con oídos receptivos. A veces se prioriza el desarrollo socioeconómico, aunque este no debe ir en detrimento de la identidad nacional ni de la herencia cultural de la nación. Yo creo que ambas perspectivas pueden andar de la mano.

“Si conservamos el patrimonio, los arqueólogos podremos seguir trabajando; aun sin tener una licenciatura ni la solidez teórica requerida, inclusive careciendo de los recursos técnicos para las investigaciones”, asegura.

“De lo contrario, en poco tiempo no tendremos nada que hacer. Solo actuar sobre el material que quede en almacén. O reinterpretar lo que ya está escrito. Que no está mal, también hace falta. Pero vamos a perder las evidencias materiales de nuestras raíces de una manera bochornosa, en un mundo en el que las personas cada vez se preocupan más por conservar su herencia cultural”.

La fábula del tiempo

Cuando todavía pervive la falsa idea de la extinción de la población aborigen cubana y “ni la educación escolarizada ni los medios de comunicación han logrado reincorporar al universo contemporáneo la verdad de su presencia en núcleos significativos hasta el siglo XIX (y aun existente en pequeños grupos en Jiguaní, Yateras o El Caney)”, señala Felipe de Jesús Pérez, en su libro Los indoamericanos en Cuba, muchos de los asuntos abordados en este trabajo se transforman en respuestas a porqués.

Uno de ellos, ya referido antes por otro de los entrevistados, lo resume en sus palabras el joven profesor Michael Sánchez Torres: “… en Cuba no existe una percepción social acerca de la importancia de la arqueología y de su estrecho vínculo con la construcción de nuestra identidad, que no solo está soportada en el legado africano e hispano, sino también en el aborigen”.

Lo prueba, dice, el hecho de que en el Museo Nacional de Bellas Artes se comienza a contar desde la época de la colonia. No existe una sala sobre el arte de nuestros primeros pobladores. Tampoco tenemos en el país un Museo Nacional de Arqueología que englobe y organice el discurso que diversas instituciones científicas se esfuerzan en comunicar.

En la mira de estas indagaciones se distingue entonces la necesidad de una aprehensión más honda de las raíces de nuestra identidad. Los evidentes quebraderos en la gestión del patrimonio cultural aborigen, así como las carencias formativas de los arqueólogos, demandan el examen de las instituciones implicadas en todo el país y de acciones sistemáticas que engranen en una actualización de las políticas y estrategias en torno a esta ciencia.

Nota

[i] Además de los sitios aborígenes, el patrimonio histórico de Cuba incluye a una gran cantidad de ciudades y pueblos de la época colonial, haciendas, ingenios azucareros y cafetales.

(Tomado de Juventud Técnica)

Por: Flor de Paz