La esperanza efervece en el corazón risueño de estos ocho niños cuya casa está plagada de vivencias e ilusiones, son las suyas historias que calan en el alma y dicen por sí cuán cálido resulta el beso de la patria.
El beneficio del más genuino sentir familiar crece donde ellos hoy habitan como hermanos, aunque sus rostros revelen que no son sanguíneos los lazos que les unen.
Allí, en el Hogar para niños sin amparo familiar de Manzanillo, sus vidas toman una dimensión nueva, alejados del pesar y la soledad, provistos del cariño que emana de la vocación humanista y sensibilidad de quienes ellos llaman «tías» y, en especial, de la fémina a la que dicen «mami».
Yanisbel Pantoja Rodríguez tiene 14 años, llegó hace 18 meses desde Niquero, y en su expresión mezclada con las sonrisas propias de su edad, admite sentirse «bien, como en casa, aquí tengo todas las comodidades, aunque estoy distante de mi otra familia; y contamos sobre todo con el apoyo de mami Lourdes, que nos quiere cantidad y cualquier cosa que necesitamos lo busca».
«Ella nos lo demuestra, nos trata con cariño sincero, aunque un tanto diferente al amor incondicional de mi madre, pero muy cercano a ese sentimiento, como si lo fuera, y es especial».
Bastan sus criterios para contar todo cuanto reina en esa institución localizada en el Nuevo Manzanillo, que se fundamenta en el valor de estos príncipes enanos para Cuba, que estableció desde 1984 la existencia de la red de hogares para los niños carentes de atención familiar.
Sin sobrepasar los dos años de estadía en la residencia, las cuatro niñas e igual cuantía de varones, con edades entre nueve y 16 años, proceden de varios municipios de la provincia de Granma y edifican allí sus sueños, se resguardan de la adversidad del mundo exterior hoy marcado por una pandemia.
«Como están en casa ellos no usan el nasobuco, y se han extremado los cuidados en esta etapa para que no se expongan a enfermar, tenemos las responsabilidad de protegerlos y eso hacemos como si fueran nuestros hijos, aunque es una exigencia que de venir personal ajeno deben usarlo», comenta Teresa Díaz Cabrera, trabajadora social del centro adscrito al Ministerio de Educación, en su enseñanza Especial.
Sus 27 trabajadores, en particular las asistentes educativas y el consejo de dirección guiado por Lourdes Vega Hernández, «mami Lourdes» como ellos le aclaman, custodian la integridad de sus vidas y les imprimen a sus días el afecto y resguardo paterno, en pausa por alguna sanción que les priva de libertad o arrebatado por la muerte.
«En particular me ocupo de velar por su educación, por sus condiciones de vida, su seguimiento académico, y la localización de familias sustitutas de lazos sanguíneos con los que se relacionan en períodos de vacaciones y los fines de semana, de no presentar condiciones para su guarda permanente», refiere la trabajadora social.
Por su parte, la enfermera Yanisleydis Hernández Moreno hace hincapié en el estricto control de la higiene, organización, y del seguimiento de su estado físico y psicológico con la participación de un grupo multidisciplinario que en el mismo centro garantiza su atención.
«Aquí les brindamos todo ese afecto que precisan, el colectivo suple ese cariño necesario en esas edades, empeñado en buscar la forma de que se sientan como en casa, complaciendo sus gustos; y actualmente restringiendo al máximo todo aquello que pudiera provocar algún contagio de la COVID-19», alega la directora de la institución.
Nunca solos, siempre bajo el amparo de muchos, prosiguen sus días los muchachos, seguros, felices, aseguran Luis Carlos y Humberto Lázaro González Figueredo, hermanos de nueve y 14 años de edad, del municipio de Bayamo, quienes ocupan su tiempo «jugando, estudiando, porque ellas nos guían para que seamos alguien en la vida, y cumplir la aspiración a una carrera, en mi caso como Camilito; por eso ahora están atentas de las teleclases para que aprendamos y lo logremos, aunque nos vayamos con nuestra madre».
A lo que Jénifer López Frómeta, la mayor de todos con 16 años, suma que «es difícil porque a veces no nos portamos tan bien, pero nos queremos, y tanto las tías como mami quieren nuestro bien».
De las virtudes de este hogar, donde se les provee de todo cuanto precisan para vestir, calzar, estudiar, alimentarse, divertirse, incluso «un estipendio de 720 pesos todos los meses a los mayores de 14, y a los menores de 400 pesos, para suplir nuestros gustos y, por ejemplo, comprarnos pizzas, arreglarnos las uñas», afirma Yanisbel; lo más elemental es que ellos sientan el privilegio de estar protegidos y la bondad de quiene aspiran a lo mejor para su futuro.
«Nos ponemos en su lugar, e intentamos darles lo que más necesitan, porque nos conmueven sus tristezas y anhelamos su felicidad, por eso les preparamos para que sean capaces de tener una vida plena», valora Lourdes Vega.
Y aunque la suya es una gran familia, como el amor de madre pondera sacrificios por el bien de los hijos, «mi mayor deseo es que mis niños puedan volver junto a sus padres, que disfruten la dicha de estar felices junto a ellos, o que egresen y se sumen con independencia a la sociedad, con la satisfacción de provenir de esta casa de afectos y esperanzas».