Una semblanza del hombre que en México entrenó a los expedicionarios del yate Granma y tuvo por cuna natal a Puerto Príncipe hace 124 años.
El llanto de aquel niño, salido del vientre de Doña María de la Concepción Giraud y Varona irrumpió a las cuatro de la madrugada del 27 de marzo de 1892 en la otrora ciudad de Puerto Príncipe.
Un rastro queda de aquel nacimiento: la inscripción en el Registro Civil de Don Alberto de Jesús Ruperto Bayo Giraud, hijo legítimo de esa principeña y del Coronel del Ejército Español Don Pedro Bayo Guia, domiciliado, según la escritura, en la calle Mayor número 29, hoy Cisneros 157.
Indagaciones del investigador de la Oficina del Historiador local Fernando Crespo Baró, no han permitido precisar con exactitud, por mucha búsqueda, la ubicación del inmueble a favor de Bayo Giraud.
En el Registro de la Propiedad en el Tomo VII al Folio 172 de la finca urbana 360 se afirma que durante todo este tiempo la casa perteneció a Isabel Betancourt, quien la dejó en herencia a su hijo Pedro del Castillo Betancourt y éste a su vez, antes de fallecer el 19 de marzo de 1883, declaró el inmueble, entre otras propiedades, a sus únicas y universales herederas, hijas legítimas Matilde y Aurelia del Castillo y Castillo.
Esta última fue esposa del Comandante Teniente Coronel Español Francisco González del Hoyo los que mantuvieron la propiedad hasta inicios del siglo XX.
La prueba de su notoriedad como principeño está estampada en el Tomo 33 del Norte de Camagüey, con el Folio 94 y el número 111 en el que consta la citada fecha originaria, aunque la reseña judicial en el libro ocurrió casi un año después, el 16 de febrero de 1893.
A los seis años abandonó la cuna natal y fue llevado por sus padres para España. Nadie imaginaría que con los años se transformaría en un estratega militar, en un experimentado aviador, estudioso de la matemática, poeta, escritor y con el mérito excepcional de ser el entrenador en México de los expedicionarios del yate Granma, encabezados por Fidel Castro Ruz.
A los 23 años era piloto
La historia de Bayo es prolija en hechos. Fue capaz de enrolarse en conflictos armados para buscar la felicidad del mundo más allá de lo circundante y dejar atrás riquezas personales a cambio de favorecer el aniquilamiento de dictaduras.
Muy joven, a su regreso a la península Ibérica, proveniente de Estados Unidos, donde se educó, ingresó en la Asociación Militar Española. Con apenas 23 años se graduó como piloto y en 1924 integró la Legión de ese país que luchó en Marruecos, de cuya contienda aprendió de los guerrilleros marroquíes como romper cercos.
Al estallar la Guerra Civil en 1936 poseía el grado de Capitán de Aviación y de Infantería, y tras finalizar la contienda bélica, tres años después, ascendió a Teniente Coronel en la primera especialidad militar y a Comandante en la segunda.
Fuentes consultadas señalan que en 1939 regresó Bayo a Cuba y creó en la habanera calle Prado #12 una academia para impartir clases de matemáticas hasta 1942 en que decide viajar a México para ocuparse de la cátedra de aerodinámica y navegación aérea de la escuela de aviación del país azteca.
Aquel niño no era tan niño
Según relató Bayo en la dedicatoria de su libro: “Mi aporte a la Revolución Cubana” (1960): “En la historia de América tan preñada de hechos gloriosos, no hay un capítulo más abnegado y valiente como la expedición heroica que al mando del más puro de los dirigentes americanos, el Doctor Fidel Castro iniciara la liberación de Cuba del oprobio y la tiranía”.
Transcurría el mes de julio de 1955 cuando el joven abogado tocó la puerta de la casa marcada con el número 67 de la Avenida Country Club, en México, acompañado del común amigo Sariur Cancio Peña “que fue quien nos presentó, honor que me tiene lleno de orgullo, al ver que el mejor guerrillero del orbe creyó en mi, me buscó, escuchó y utilizó”.
Este hombre, de estatura normal, y de recia personalidad, por entonces fungía como profesor de la Universidad Latinoamericana de Francés e Inglés y de la Escuela de Mecánicos Militares de la Aviación. Allí impartía una hora de clases en días alternos y alternaba como dueño de una fábrica de muebles en la colonia Portales en la calle Canarias #73.
Convenió con Fidel dar preparación militar a los futuros expedicionarios durante tres horas diarias, después de terminar sus faenas, aunque recibió como respuesta: “No. General Bayo, no es eso. Queremos de usted el día entero. Es preciso que se desentienda de todos sus quehaceres, de todos absolutamente, y se dedique de lleno a nuestro entrenamiento”.
La propuesta del corajudo joven fue asimilada, abandonó todo cuanto pudiera distraerle horas para acelerar la preparación, incluso, vendió el negocio de muebles, una muestra inconfundible de su apego a la dignidad plena del hombre, predicada por José Martí.
En otra parte de su libro, consagrado a resaltar su contribución a la Revolución cubana, puso de relieve: “Tiene Fidel, como todo el mundo sabe, una simpatía peculiar, unida a su elocuencia, a su prestancia física, a su educación y cultura, que hacía irrebatibles sus órdenes. Mandaba, dominaba, me sugestionó, me atrajo, me subyugó”.
Un momento duro para él fue conocer de la partida de los expedicionarios hacia Cuba y no ocupar aunque fuera un pequeño espacio del Granma en su travesía tempestuosa hacia la libertad.
Pienso que la razón de que no viajara fuera para preservarle su vida. Cuando la embarcación zarpó de Tuxpán, Alberto Bayo frisaba casi los 64 años.
Nunca perdió el aliento de volver a la Patria, tras el triunfo de la Revolución recibe el reconocimiento y los honores de un militar que se ganó el derecho de vestir el uniforme verde olivo y de ocupar responsabilidades.
Una mirada mas cercana al genio
Ángel Peláez Geijo, actualmente con 81 años cumplidos, labora en la Dirección Provincial de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana. Escuchar hablar de Bayo despertó en él curiosidad, le resultaba familiar aquel apellido con el que entró en contacto en el año 1960 aquí en Camagüey.
Vino hasta la ciudad natal a participar en el Encuentro Nacional de Poetas, realizado en 1960, con asistencia de prestigiosas personalidades del ámbito artístico y cultural como Nicolás Guillén. Polémico por naturaleza Bayo no agradó a parte del auditorio por sus expresiones con tendencias homofóbicas lanzadas a boca de jarro en el local, sede del evento en la calle Avellaneda 72, donde radica hoy la dirección municipal de la Federación de Mujeres Cubanas.
Peláez señaló que varias veces cuando él trabajo en la Campaña de Alfabetización en viajes a La Habana contactó con Bayo y la señora, nombrada Carmen, así como que tuvo la oportunidad de conocer a sus dos hijos, Albertico que era piloto, y Armando, escritor.
Dice que hablaba con acento español a pesar de residir durante muchos años en México y definió a Bayo como una persona enérgica, recta, simpática, amena, a la que le gustaba los cuentos…y aunque salió de aquí desde muy pequeño decía: “yo soy muy camagüeyano, cubano, revolucionario y fidelista”.
El Che, quien fue uno de sus aventajados alumnos en la fase de preparación militar para el Granma, al aludir el libro, escrito por Bayo lo definió como “los recuerdos de un gladiador que no se resigna a ser viejo, quijote moderno que solo teme la muerte el que no le deje ver su patria liberada”.
Fidel en el libro de Ignacio Ramonet dedica varios momentos a hablar de Bayo y “Como dato curioso le cuento que semanas antes había hecho un ayuno de 20 días, sólo para probar el ejercicio de la voluntad. Era espartano…genio y figura hasta la sepultura aquel español que había nacido en Cuba y se había criado en Canarias”.