Amor, razón de vida

Amar provoca una sensación sublime, de esas que abrazan el alma y roban el aliento. Y es que el amor va más allá de esas cuatro letras, inunda los rincones de la existencia y se vuelve razón, y es en sí la vida misma.

Se ama porque sí, sentimiento que llega sin explicación, ceñido a todo y a todos los que a nuestro lado habitan el espacio terrenal, con los que compartimos el tiempo: seres vivos, objetos, actividades, el suelo patrio donde nacemos, hasta cada instante o recuerdo que albergue alegrías, ilusiones, conquistas, tristezas, pasiones.

Está en nuestra naturaleza amar, entregar todo sin esperar nada a cambio, solo la satisfacción personal, el placer de profesar ese cariño único y concepto universal a lo que nos marca y define.

Es cosa de todos los días. Es un hábito que nos provoca estremecimiento insospechado cuando sostenemos en los brazos a los hijos, al sentir la fragilidad de sus manecitas en las nuestras, al escuchar la dulzura de las inocentes voces llamándonos una y otra vez: papá o mamá; se refleja en el dolor que recorre las entrañas si llega su llanto, en la enfermedad, en la incomprensión.

Aparece siempre como nota musical que abraza, en la ternura y dedicación de las madres y padres, en la confianza del hermano, en el consejo sano del abuelo, en la complicidad y el juego de los niños; en la mano que extendida ayuda a levantarse después de una caída, o sencillamente de la cama para el comienzo de un nuevo día.

Emerge entre los versos, las flores, los labios que se unen para fundirse en un beso; de los dedos entrelazados que avanzan sorteando los obstáculos del camino hasta llegar a la luz; de los cuerpos que anduvieron hasta encontrarse, de los deseos que se suprimen por la distancia pero no mueren. Persiste desafiante ante la muerte y el paso del tiempo.

El amor es ese que irrumpe cuando nos entregamos sin reservas a la labor que hacemos, a la profesión escogida, cuando aportamos con modestos esfuerzos a la sociedad donde vivimos. Se ennoblece al compás de un gesto solidario, de un saludo afectuoso; de la sinceridad cuando enjugamos las lágrimas del amigo, del hermano, del vecino, de aquel que sin conocerle auxiliamos.

Es lo que motiva e inspira a andar, adherido a las pequeñas cosas: entre las páginas de un libro, en una frase, en el sillón más viejo y cómodo de la casa, en la carta o la foto escondida, en un rinconcito donde llegó el primer beso, la primera caricia; pegado por siempre al instante que no olvidaremos nunca porque encierra en sí el aliento.

Con amor vamos por la vida, dejando huellas aquí y allá, muchas veces sin saberlo. Es un regalo divino, es una fuerza vital, razón de vida.