No muere nunca quien vive en la memoria de su pueblo. No muere nunca quien renace con su ejemplo, una y otra vez, en las esencias de un país cuya mejor obra se llama Revolución. No muere, ni morirá nunca quien, hace ya 62 octubres, hizo eterna y entrañable su presencia entre los cubanos.
Todos lo sabemos bien: Camilo sigue vivo; vivo en el sueño con pañoletas de los pequeños que lo honran con flores; vivo en la unidad de los que aman y fundan; y vivo, más que nunca, en la resistencia de una Isla que, por soberana e independiente, no acepta ponerse de rodillas ni negociar sus principios.
Y aunque es 28 de octubre, fecha en la que el recuerdo de su desaparición física –en algún sitio entre el cielo y el mar– nos rasga los sentimientos; lo cierto es que Camilo no sabe morir porque es símbolo de la nación.
Basta con asomarse a su legendaria existencia para encontrarnos con el revolucionario cabal que no solo desembarcó en el Granma, subió a la Sierra y bajó siendo rebelde, sino para descubrir también al Héroe de Yaguajay y al dirigente de sonrisa ancha que no traicionó a Fidel ni en la pelota, porque la suya, era y es, «la imagen de un pueblo» agradecido.
Es por ello que ahora, cuando los esclavos del dinero y del odio nos pretenden teñir de rojo el horizonte de la Patria, la estirpe de Camilo se nos agiganta en el pecho, tal y como lo evocara Fidel en el aniversario 30 de su desaparición física: «Un día como hoy Camilo sería feliz, y si hay pelea por delante, más feliz todavía; si hay dificultades, más feliz; si hay reto, más feliz; si quedan injusticias por subsanar, más feliz; y si se mantiene en todo su vigor la lucha heroica e histórica de nuestro pueblo contra el imperio, ¡más feliz sería Camilo!».