Che, en el regreso a Santa Clara

El Comandante de la Revolución Ramiro Valdés y Miguel Díaz-Canel Bermúdez, entonces primer secretario del Partido en Villa Clara, realizaron la primera guardia de honor al Che y a sus compañeros // Foto: Archivo de Vanguardia

Veinticinco años después de su regreso a Santa Clara en octubre de 1997, el Che continúa siendo el gigante moral que no está en La Higuera, sino en todas partes, dondequiera que haya una causa justa que defender, como dijera Fidel en ocasión de su retorno a la ciudad de la cual nunca se fue.

La noche del 14 de octubre de 1997, y los días sucesivos de homenaje al Héroe de la Quebrada del Yuro, pasarán a la posteridad como los más solemnes de la historia de esta provincia, y del pueblo que lo custodió durante cientos de kilómetros hasta su llegada a la Sala Caturla de la Biblioteca Provincial Martí, donde lo esperaron el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez y Miguel Díaz-Canel Bermúdez, entonces máxima autoridad política del territorio, quienes realizaron la primera guardia de honor.

En una fila interminable, que duró día y noche, miles de villaclareños pasaron frente a los osarios del Che y de los combatientes René Martínez Tamayo (Arturo), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), Orlando Pantoja Tamayo (Antonio), los guerrilleros bolivianos Simeón Cuba (Willy) y Carlos Coello (Tuma), además del peruano Juan Pablo Chang (El Chino), para colocar una flor, susurrarle un sentimiento o simplemente expresarle: «Hasta la victoria siempre».

Previamente a aquellas jornadas luctuosas, y desde el 12 de julio de 1997, cuando llegaron a Cuba los restos de Guevara y de los otros seis guerrilleros, se había preparado, de manera meticulosa, el traslado hasta el Memorial ubicado en el Complejo Escultórico que se honra con su nombre, en esta ciudad.

Antes, desde el 11 de octubre hasta el amanecer del martes 14, unas 300 000 personas desfilaron silenciosamente por el Memorial José Martí de la capital, sitio del que partió el cortejo hacia Santa Clara, a las siete de la mañana.

Doce horas después, pasadas las siete de la noche de ese día, entraba al Parque Leoncio Vidal la caravana que traía al Che y a sus compañeros. Nunca hubo un silencio tan respetuoso en ese sitio.

El 17 de octubre, tras una última guardia de honor, el Che partió hacia la Plaza de la Revolución que lleva su nombre, donde lo esperaban Fidel, Raúl y un mar de pueblo que, como aquel diciembre de 1958, se despertó ese día más temprano que de costumbre, para verlo.

«No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos», fueron las primeras palabras de Fidel en su discurso, en el cual calificó al Guerrillero Heroico como un «gigante moral»; ocasión en la que también ratificó que las trincheras de ideas y de justicia que Guevara y sus hombres defendieran, el enemigo nunca podría conquistarlas.