Compra del Convento de Santa Clara: ni fue santa, ni fue clara (+ Video)

 El Gobierno de Zayas compró el Convento de Santa Clara, casi al doble del valor original al que había sido adquirido. // Foto: Archivo de Granma
El Gobierno de Zayas compró el Convento de Santa Clara, casi al doble del valor original al que había sido adquirido. // Foto: Archivo de Granma

La compra del Convento de Santa Clara de forma fraudulenta por el gobierno del presidente Alfredo Zayas, en el mes de marzo de 1923, originó, entre otras cosas, el repudio de la población y la primera manifestación de un grupo de jóvenes intelectuales contra la politiquería, la corrupción y el deterioro a que estaba sometida la nación cubana.

Estos jóvenes no pertenecían a ningún partido ni tampoco tenían ningún compromiso ideológico que los atara. En esos momentos era un grupo de intelectuales que se reunían periódicamente, a los que les llegó la noticia de la compra del vetusto Convento de Santa Clara por parte del gobierno, a un precio que doblaba su valor original. Estaba más que claro de que se trataba de una estafa. Una más de aquel corrupto gobierno.

Por eso el grupo tenía y debía mostrar su desacuerdo con esa compra que, según comentó Fernando Ortiz, «no tenía nada de santa y mucho menos de clara».

Desde el siglo XVII, la Orden de las Hermanas Clarisas ocupaba el histórico edificio, pero con los años el inmueble se fue deteriorando al punto de que tuvieron que abandonarlo.

El convento, que se puso a la venta en 1920, ocupa la manzana enmarcada entre las calles Cuba, Habana, Sol y Luz, y fue adquirido al siguiente año por una empresa inmobiliaria privada, para demolerlo y construir allí viviendas y centros comerciales.

Por la venta del convento y su iglesia, la Orden de las Hermanas Clarisas recibió de la empresa inmobiliaria privada un primer pago por medio de un certificado de depósito del banco Gelats por 400 000 pesos y una hipoteca de 600 000 con intereses al 5 % anual.

El 28 de marzo de 1922 las últimas monjas que permanecían en el convento se trasladaron para el nuevo edificio situado en la barriada de Lawton. El inmueble quedó desocupado pero, debido a la grave crisis económica del país, sus propietarios no pudieron realizar los proyectos constructivos que habían  planificado.

Entonces ocurrió un insólito y repudiable hecho. Nada menos que el propio presidente Alfredo Zayas autorizaba, el 10 de marzo de 1923,  en una turbia y rocambolesca operación, la compra del convento a la empresa privada mediante el pago de 2 350 000 pesos provenientes de las arcas del Estado cubano.

El presidente de un plumazo se saltaba regulaciones ejecutivas que hacían inconstitucional su unilateral decreto e ignoraba, además,  las críticas que se le hacían, incluso hasta su secretario de Hacienda se negó a firmar el documento, no porque perjudicara los intereses de Cuba, sino por su alineamiento con el intervencionista Enoch H. Crowder.

Luego, el doctor Erasmo Regüeiferos Boudet lo firmó, en un acto de guataquería política con su amigo el presidente Zayas, aunque no tenía que hacerlo, porque él era el secretario de Justicia y no le correspondía. Como comentó Rubén Martínez Villena: «Prefirió rendir una alta prueba de adhesión al amigo, antes que defender los intereses nacionales».

El 18 de marzo de 1923 fue domingo y de acuerdo con la versión del poeta José Zacarías Tallet, uno de sus protagonistas, la protesta no fue una acción premeditada, sino todo lo contrario, fue espontánea.

Durante varias semanas en el teatro Payret la compañía mexicana de Lupe Rivas Cacho presentaba la revista titulada Las naciones del Golfo, de los jóvenes escritores cubanos Andrés Núñez Olano y Guillermo Martínez Márquez, con la música a cargo del compositor mexicano Ignacio Torres.

Tanto la crítica como el público en general se mostraron a favor de la obra que estuvo puesta en escena durante dos meses, por lo que el grupo de jóvenes intelectuales quiso homenajear el éxito de sus autores con un almuerzo en el restaurante de Chinchurreta, en la calle Compostela, entre Sol y Luz, frente al callejón de Porvenir, en los bajos del hotel Campoamor.

Fue un fraternal encuentro. Entre el almuerzo, la sobremesa, el café, las copas y una fotografía como recuerdo, el ágape finalizó casi a los cuatro de la tarde. Algunos se retiraron pero 15 permanecieron frente al restaurante charlando. Entonces, alguien recordó que en la Academia de Ciencias, muy cerca de allí, el Club Femenino de Cuba rendiría homenaje a la escritora y pedagoga uruguaya Paulina Luisi, quien se encontraba de visita en La Habana.

Se conoció, además, que las palabras de bienvenida  estarían  a cargo del doctor Erasmo Regüeiferos Boudet, secretario de Justicia, quien había refrendado el decreto de la fraudulenta compra con su amigo el presidente Zayas. La oportunidad era ideal para denunciar, cara a cara, al representante del deshonesto gobierno.

Decidieron entrar al anfiteatro de la Academia en pequeños grupos para no llamar la atención y dispersarse por el centro del lunetario. Rubén, que sería el único que hablaría, estaría sentado en la segunda fila hacia el centro.

Se encontraban en la presidencia Hortensia Lamar, presidenta del Club Femenino; la educadora uruguaya Paulina Luisi, objetivo del homenaje; Regüeiferos y el embajador del Uruguay y su esposa.

La presidenta del Club Femenino inició el solemne acto y le concedió la palabra al secretario Regüeiferos. Todo marchaba con normalidad. Pero cuando este estaba a punto de llegar a la tribuna, Rubén se puso de pie y con él el grupo de jóvenes intelectuales.

Pidió la palabra a la presidenta, sus compañeros lo aplaudieron y, con voz firme, dijo:

«Perdonen la presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla –exclamó serenamente el muchacho flaco y rubio, llamado Rubén Martínez Villena– que un grupo de jóvenes cubanos, amantes de esta noble fiesta de la intelectualidad, y que hemos concurrido a ella atraídos por los prestigios de la noble escritora a quien se ofrenda este acto, perdonen todos que nos retiremos. En este acto interviene el doctor Erasmo Regüeiferos, que olvidando su pasado y actuación, sin advertir el grave daño que causaría su gesto, ha firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe, digno no de esta rectificación y de reajuste moral, sino de aquel primer año de zayismo».

El Secretario de Justicia que se encontraba de pie a medio camino de la tribuna, quedó estupefacto, tembloroso, las cuartillas se le escaparon de las manos sin saber qué hacer.

Y continuó el joven poeta: «Perdónenos el señor ministro de Uruguay y su señora esposa. Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión, y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo antes que defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí. Por eso nos vemos obligados a protestar y retirarnos».

Los jóvenes participantes en la sonada protesta se retiraron del salón, en medio del más absoluto desconcierto, y se dirigieron a un cafetín cercano a la redacción del periódico Heraldo de Cuba, donde Rubén Martínez Villena redactó el Manifiesto de la Protesta de los Trece.

Realmente fueron 15 los que protestaron aquella tarde, pero solo 13 fueron los que firmaron el manifiesto: Rubén Martínez Villena, José Antonio Fernández de Castro y Abeillé, Calixto Masó y Vázquez, Félix Lizaso González, Alberto Lamar Schweyer, Francisco Ichaso y Macías, Luis Gómez Wangüemert, Juan Marinello Vidaurreta, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta y Bello, Primitivo Cordero y Leyva, Jorge Mañach y Robato y José Ramón García Pedrosa.

No firmaron Ángel Lázaro, que por ser ciudadano español temió ser deportado, y Emilio Teuma, quien adujo que por pertenecer a una logia masónica y ser Regüeiferos Gran Maestro de esa asociación, no podía, con su firma, quebrantar uno de los principios que regía esa institución fraternal.

Al siguiente día, el periódico El Heraldo de Cuba publicaba en su primera plana las palabras de Rubén. Dos días después circulaba una carta abierta a la señorita Hortensia Lamar, en la que le pedía de nuevo excusas por su actuación y le explicaba sus motivos.

REPRESALIA DEL GOBIERNO

El 21 de marzo de 1923 el secretario de Justicia, Erasmo Regüeiferos, presentó una acusación formal contra Rubén Martínez Villena. Por su parte, el juez abrió la causa 330 el día 22 de marzo de 1923, contra los protestantes por delito de injurias al secretario de Justicia.

A finales de ese mes, el secretario tuvo que renunciar a su cargo. Los jóvenes debían presentarse todos los lunes al juzgado hasta que en junio de 1924 la causa fue sobreseída.

EL MANIFIESTO DE LA PROTESTA

Ante lo ocurrido ayer en la Academia de Ciencias, declaramos:

  • Primero: Que por este medio pedimos perdón nuevamente al Club Femenino, reiterando que no ha sido intención nuestra perturbar en modo algunos sus funciones, ni mucho menos el homenaje que se rendía a Paulina Luissi. En espíritu estamos con las mujeres dignas y lamentamos que la medida tomada por nosotros, producto de civismo y reflexión, haya tenido efecto en un acto organizado por ellas.
  • Segundo: Que sólo es nuestro objeto manifestar la inconformidad de la juventud, que representamos, con los procedimientos usados por ciertos hombres públicos.
  • Tercero: Que siendo el acto homenaje a Paulina Luisi el primero público en que tomaba parte el señor Erasmo Regüeiferos, personalidad tachada por la opinión pública ante el hecho estupendo de haber refrendado el decreto inmoral y torpe relativo a la adquisición del Convento de Santa Clara de Asís, sólo contra él, o contra su actuación debe entenderse nuestra actitud al retirarnos de la sala.
  • Cuarto: Que la juventud consciente, sin ánimo perturbador ni más programa que lo que estima el cumplimiento de un deber, está dispuesta en lo sucesivo a adoptar idéntica actitud de protesta en todo acto en el que tome parte directa o indirecta una personalidad tachable de falta de patriotismo o de decoro ciudadano.
  • Quinto: Que por este medio solicitamos el apoyo y la adhesión de todo el que, sintiéndose indignado contra los que maltratan la República, piense con nosotros y estime que es llegada la hora de reaccionar vigorosamente y de castigar de alguna manera a los gobernantes delincuentes.