Mañana del 14 de octubre de 2005. Después de un vuelo de casi 24 horas, con escala en Portugal, un avión Il 62 de Cubana de Aviación, logra aterrizar en la pista de la base aérea de Chaklala, en la ciudad de Rawalpindi, aledaña a Islamabad, la capital de la República Islámica de Pakistán. A bordo, una brigada de médicos especialistas y enfermeras procedentes de los hospitales militares de La Habana y Matanzas, así como del Ortopédico Frank País, una representación del Ministerio de Relaciones Exteriores y un equipo de prensa, que integré junto al fotorreportero del periódico Granma, Juvenal Balán y el camarógrafo del Noticiero de Televisión, José Luis Oviedo, “El Chen”.
Era la respuesta cubana al llamado de ayuda de las autoridades médicas pakistaníes al mundo, tras el terremoto de 7,6 grados en la escala de Richter que una semana antes, el sábado 8 de octubre, había asolado el norte de esa nación asiática, provocando más de setenta mil muertos, decenas de miles de heridos y destruyendo hasta los cimientos ciudades y poblados.
El mensaje fue recibido en La Habana por el Doctor Rodrigo Álvarez Cambra, quien de inmediato lo transmitió al líder de la Revolución, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Con prontitud se organizó el envío de este primer grupo.
Recuerdo con nitidez la incertidumbre en las caras de los oficiales pakistaníes que acudieron al avión. No comprendían qué hacían allí aquellas personas llegadas desde tan lejos. Al fin se aprobó nuestro descenso del avión. Frescas todavía en mi memoria las imágenes de la base aérea de Chaklala, devenida una suerte de Babel de la solidaridad, donde convergían aeronaves de todos tipos y banderas, transportando medicinas, equipos y alimentos.
En improvisadas carpas, las grandes transnacionales de la noticia (todas occidentales) transmitían al mundo detalles de la noticia que acaparaba titulares en el mundo. Más adelante en la pista, en un permanente corredor aéreo, llegaban los helicópteros militares desde la zona del desastre, transportando cientos de heridos graves, que de inmediato eran trasladados a los hospitales de Rawalpindi.
En Chaklala permanecimos toda la jornada. Ya caída la noche y ante la falta de un acuerdo sobre nuestro futuro inmediato, fuimos trasladados a varios hoteles de Islamabad. Las oraciones que escuchamos en los radios de los autobuses nos recordaban que el país estaba en Ramadán, el mes sagrado del ayuno musulmán.
Durante las primeras semanas de estancia en Pakistán, nuestros médicos trabajaron en los grandes hospitales de Rawalpindi. Codo a codo con especialistas nacionales y de otros países, en maratónicas jornadas, atendieron a cientos de heridos y víctimas del terremoto. Su profesionalidad y consagración, les granjearon enseguida, la admiración y el aprecio de pacientes y colegas.
Con el paso de los días, la disminución de las urgencias y el regreso de los sobrevivientes a sus lugares de origen, la actividad decreció en las instituciones médicas de Rawalpindi y otras grandes ciudades. Las brigadas de diferentes países comenzaban su retirada y las transnacionales de la información, dejaban de hablar del terremoto. Pakistán, para ellos, no era ya noticia.
La dirección del Gobierno cubano, encabezada por Fidel, tomó entonces una decisión: que nuestros médicos fueran a los lugares del desastre. Allí, donde las heridas seguían abiertas, donde millones de personas permanecían, en precarias tiendas de campaña, junto a los escombros de sus viviendas y en medio del crudo invierno, a merced de probables epidemias.
Cuando otros consideraban cumplida la tarea y partían, Cuba redoblaba su ayuda y solidaridad con Pakistán. En estrecha coordinación con las Fuerzas Armadas y las autoridades locales, se desplegaron en tiempo récord 32 hospitales de campaña y otras posiciones médicas a lo largo y ancho de la geografía de la otrora Provincia Fronteriza del Noroeste (NWFP) y la Cachemira pakistaní. Más de 2 500 profesionales de la salud viajaron desde Cuba o desde otros países donde cumplían misión, para sumarse a la atención de los más humildes y necesitados, aquellos que nunca habían visto un médico en sus vidas.
Nuestro equipo de prensa también se reforzó con la llegada de Noel Otaño y Eric Yanes, de la televisión, y Alina Mena y Roberto Suárez, de los medios impresos.
Durante siete meses tuvimos el enorme privilegio de desandar los peligrosos caminos del norte de Pakistán para reportar el quehacer de nuestros médicos. Fue la cobertura que nunca hubiéramos deseado tener que hacer, porque se produjo como consecuencia de la muerte de decenas de miles de personas, pero que nos brindó también muchas satisfacciones.
En nuestros viajes disfrutamos de los paisajes más increíbles y hermosos, entramos en contacto con una historia y una cultura milenarias y conocimos a un pueblo noble, humilde y agradecido, que nada tiene que ver con las negativas matrices de opinión que sobre él se generan en los medios occidentales.
Pero sobre todo, compartimos la epopeya de nuestra brigada médica, su trabajo abnegado en medio del intenso frío y el agobiante calor del verano, de las dificultades materiales y las barreras idiomáticas, culturales y religiosas. Serían innumerables las anécdotas que demuestran por qué los médicos cubanos se ganaron un lugar en el corazón del pueblo pakistaní. Los miles de vidas salvadas son el indicador más fehaciente de ello. Nuestra mayor insatisfacción fue no haber podido llegar a todos los hospitales durante nuestra estancia. Téngase en cuenta que el viaje a uno o varios hospitales, la grabación y posterior edición de los trabajos, nos llevaba habitualmente más de una semana.
Fue la misión de Pakistán la segunda del Contingente Henry Reeve tras su creación por Fidel, en septiembre de 2005. Es también la mayor que se ha realizado hasta el momento, y creo que será definitivamente la más grande de su historia.
Cifras del Gobierno de Islamabad arrojan que fue Cuba el país que más aportó en la ayuda humanitaria a ese país, muy por encima de Turquía, país con fuertes y tradicionales lazos con Pakistán, que ocupó el segundo lugar. Una realidad que la gran prensa nacional (mayoritariamente de derecha) no pudo nunca comprender, pero que mereció el más alto reconocimiento de las autoridades pakistaníes, encabezadas por el entonces presidente, Pervez Musharraf.
Pero hay una evidencia que, a mi juicio, permite aquilatar como ninguna otra, la importancia de la labor de los médicos cubanos. Tras el terremoto, expertos vaticinaron que se produciría una segunda oleada de muertes, igual, e incluso mayor que la que provocó el sismo, debido al incremento de las enfermedades y epidemias por el colapso sanitario y la crudeza del invierno en los lugares afectados. Esa segunda oleada no se produjo nunca, debido, en buena medida, al trabajo de nuestros profesionales de la salud.
Siete meses y diez días después de nuestra llegada, el 25 de octubre de 2006 el último grupo de la brigada médica regresó a Cuba. En el aeropuerto José Martí nos esperaba Fidel, quien también nos acompañó durante el acto oficial de bienvenida en el Palacio de Convenciones. Recuerdo su rostro iluminado, feliz. Nuevamente el ejército de batas blancas había cumplido con la Patria.