¡Cuba es de todos! ratificaba hace pocas horas el presidente cubano en un inaplazable encuentro que, extendido por toda la geografía nacional con los cuidados exigidos por la situación epidemiológica, señaló una vez más la soberana decisión de un pueblo de dar continuidad a la Revolución fundadora.
La realidad de esta tierra martiana y fidelista es y seguirá siendo de paz, unidad y amor en todas sus dimensiones, se proclamó una vez más; alejada del odio y la maldad que se intensifica hace algunos días con las convocatorias sanguinarias a través de los sitios de redes sociales, alentadoras desde Estados Unidos, para una minoría, al enfrentamiento entre cubanos con artimañas o métodos que se corresponden con los de la guerra no convencional, con el guión ya visto en otros escenarios de la propia Madre América y ante los cuales no podemos quedar inertes.
Quienes intentaron quebrar la armonía y tranquilidad ciudadana en la Mayor de las Antillas desde el más vil oportunismo, para exasperar a quienes en los últimos tiempos sentimos con mayor peso la carga del bloqueo genocida y de una pandemia con consecuencias inimaginables en todos los órdenes de la vida económica, social, sanitaria, se estrellan contra la moral y dignidad de un pueblo revolucionario, fiel a los ideales que desde el surgimiento de la nación convocan a la unidad en torno a una máxima de independencia y soberanía a la que no renunciaremos.
La tristeza experimentada al observar la lluvia de mensajes ofensivos y la reacción vandálica y violenta de los «manifestantes pasivos», que lógicamente generó una respuesta de quienes aprecian el patrimonio de paz de Cuba antes y después del llamado legítimo a los revolucionarios a defenderlo, se acentúa en la medida que se encarnizan las falsas noticias e imágenes de terror y crimen que nuncan han sido ni serán parte de nuestra Revolución.
Tristeza que reconoce en tales actos y criterios provocadores al más punible de los delitos, el que lastima, o trata de oscurecer una pureza útil a la Patria, como escribió el Apóstol.
Pero en el ánimo de restaurar, de sanar, es necesario que, como dijo el primer secretario del Partido Comunista de Cuba: «busquemos las causas profundas de la violencia que puja por emerger ante las necesidades, y que cumplamos la labor pendiente», «los diálogos pendientes, promover mayor atención a los sectores vulnerables, a los barrios», a las demandas de esta Cuba de hombres soñadores, abnegados y comprometidos con el trabajo, de fervientes patriotas que legan su sudor y por la que no ceden «ni una hora de descanso en la tarea de fomentar la patria».
Hemos de ponerle el corazón a la obra común, ese corazón del tamaño de nuestras dificultades, como convocó Díaz-Canel, sin caer en falacias ni patrañas, juntos, desde la raíz de lo que nos enorgullece, desprovistos de intereses personales sino acorazados con los de una colectividad que aspira a crecer, a forjar con sus esfuerzos propios, y con la ayuda de buena voluntad y desinteresada de amigos verdaderos.
Preservar nuestra dignidad y soberanía es la decisión que prima, sin las intromisiones de gobiernos ajenos y manos instigadoras a la maldad, mucho menos sin intervenciones que implican guerra, muerte, sumisión, que serían un regreso al pasado desesperanzador que jamás consideraremos como opción.
Sin violencia ni miedo continuaremos haciendo Cuba, desde la integridad y apego a los valores intrínsecos a la cubanía, porque nuestra Patria «es luz, y del sol no se sale».