Llegan a nuestro mundo y trastocan el ámbito familiar en alegrías y desvelos. Basta que sonrían para hacernos felices también.
Juegan, saltan, cantan, bailan, corren y duermen sin sospechar que su bienestar, su pleno desarrollo y aprendizaje son los empeños cotidianos de casa y, a la vez, uno de los resortes que mueven a un país enfrascado en cuidar la inocencia como se resguarda al más valioso de los tesoros.
Así lo demuestra el hecho de que cada infante aquí esté protegido contra 13 dolencias; que, además, existan, junto a las escuelas, unos 440 centros educativos «especiales», que se les garantice el amparo familiar a los que lo requieren… o que no se admita que uno solo de nuestros niños sea sometido al trabajo.
Es por ello que este Día Internacional de la Infancia, en medio del azote de la pandemia de la COVID-19, que se ensaña con fuerza en la edad pediátrica, en adolescentes y jóvenes, la celebración nos recuerde cuánto urge cuidar con más rigor a «los que saben querer».
«Nada es más sagrado que nuestros niños», alertó recientemente, en Twitter, el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, porque las cifras de los que no están por la covid, aunque ínfimas, duelen.
Esta mortal epidemia actual también alcanza a los más pequeños, y llega, en la mayoría de los casos, de la mano de la irresponsabilidad y el descuido de los adultos.
El mejor regalo para nuestros pequeñines es el cuidado celoso de su salud, de su vida.