Cursaba el tercer grado de la enseñanza primaria, cuando el hoy primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez conoció de la noticia de la muerte del Che; era apenas un niño.
Cuando hurgo en los recuerdos me cuesta trabajo definir si lo asumido en mi memoria es exactamente lo vivido aquel día o tiene que ver con lo estudiado durante tantos años sobre ese momento relacionado con la impresionante persona que es el Che», dice, para más adelante confesar «Asumo que mis recuerdos son una construcción sentimental entre lo vivido y lo incorporado como conocimiento posterior».
Graduado de Ingeniero Electrónico en la Universidad Central de Las Villas, centro en el cual fue profesor y donde comienza a dirigir la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) sin apartarse de la docencia, Díaz Canel rememora aquellos días del año 1967.
«Sin asumir aún la certidumbre del suceso en la casa, en la escuela, en la calle casi todos hablaban al respecto con mucho pesar, esperanzados en que no fuera cierto, que se desmentiría en algún momento; pero a la mañana siguiente del 15 de octubre, después de la comparecencia del Comandante en Jefe en radio y televisión la noche anterior, donde anunciara la certeza de la amarga noticia de la muerte todo se tornó en tristeza».
Cuenta que sus padres, amistades, vecinos, compañeros de aula y maestros lloraban «era un niño pero me daba cuenta del cariño y la fe que la gente profesaba al Che».
Siguiendo el ejemplo del guerrillero que aprendió a admirar desde niño, cumplió misión internacionalista en Nicaragua y, a su regreso, en 1989, ocupó distintos cargos en la UJC hasta llegar a ser Primer secretario del Comité Provincial en Villa Clara y luego Segundo Secretario del Comité Nacional.
En el año 1997, Miguel Díaz-Canel era el secretario del Partido Comunista de Cuba en la provincia de Villa Clara. Estuvo al lado de los principales dirigentes de la Revolución cuando fueron trasladados a Santa Clara los restos del comandante Ernesto Che Guevara y 4 de sus compañeros caídos en Bolivia. «No me gusta la palabra, pero me siento privilegiado porque estuve en aquel sitio sagrado, aquel día, junto a grandes de nuestra historia recibiendo aquellos restos venerables», revela. Sobre estos y otros temas conversamos.
— Fue de los primeros niños en el país, agrupados en aquel entonces en la Unión de Pioneros de Cuba, que en el año 1968 dijera el lema «Pioneros por el Comunismo: Seremos como el Che»; como muestra del espíritu internacionalista de las más jóvenes generaciones y el deseo expresado por el Comandante en Jefe de que el ejemplo del Guerrillero Heroico fuera el modelo a seguir por niños y adolescentes. ¿Le merece algún comentario?
En 1968 las referencias al Che en cualquier ámbito de la vida eran muy frecuentes; la Revolución vivía un momento difícil: el bloqueo, la agresión imperialista, las dificultades económicas, se trabajaba arduamente en el empeño de construir una nueva sociedad para la cual era necesario formar un hombre capaz de tal encomienda. Entonces es cuando Fidel sabiamente define, en la velada solemne por la caída en combate del Che, el 18 de octubre de 1967, que ese verdadero modelo de revolucionario cabal para nuestro pueblo tendría que ser el Che.
Tomar su ejemplo en su justa dimensión para perpetuar su legado y permanente presencia y para que la ausencia solo fuera física fue legítimo; estábamos llamados a inspirarnos en su actitud, como propósito, y así crecimos, tratando de lograrlo. Eso nos hizo revolucionarios, jóvenes comprometidos que también nos propusimos demostrar que podíamos superar retos y desafíos, y no me arrepiento, al contrario, es algo que nos marcó en la vida y en lo que sinceramente creo, pero como advirtió Fidel: «su ejemplo era difícil de igualar y prácticamente imposible de superar».
Considero que fue digno proponérnoslo y si no lo logramos, sí tenemos que admitir que nos superamos a nosotros mismos y ahí en la historia creciente y joven aún de la Revolución Cubana están los valores, los hechos, las hazañas y las proezas de este pueblo que lo demuestran.
Lo que sí no debemos permitir es que se convierta en una consigna vacía, en una rutina, en simple repetición de palabras; tiene que asumirse por compromiso, por inspiración, por convicción, hay que darle un verdadero contenido con la actitud con la que se asumen en la vida todos los retos, sin olvidar que se transita por etapas con diferente madurez.
— Con solo 37 años tuvo una responsabilidad histórica como primer secretario del Partido Comunista de Cuba en Villa Clara, cuando se anunció que en la Plaza de Santa Clara descansarían para siempre los restos del Che Guevara, Tania la Guerrillera, Vilo Acuña y sus compañeros de la guerrilla en Bolivia. Coméntenos de aquellos días del año 1997.
Necesariamente para hilvanar una opinión al respecto tengo que remontarme a años anteriores a 1997. En 1996, algún tiempo después de haberse iniciado las labores de búsqueda de los restos, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, en una visita a la provincia, nos explicó la posibilidad que existía de que se encontraran los restos del Che y sus compañeros de la guerrilla, para lo cual era necesario realizar algunas transformaciones constructivas en la Plaza de la Revolución que lleva su nombre en Santa Clara: se trataba de contar con un Memorial para depositar esos restos.
Aquella revelación nos emocionó profundamente, habíamos crecido con la incertidumbre sobre el destino de los restos del Che y con la esperanza de que un día regresaría a la Patria; ahora de golpe esa aspiración se acercaba a la realidad y era totalmente enaltecedor y a la vez retador que el lugar escogido fuese aquella plaza nuestra, esa ciudad de Santa Clara con la cual tuvo el Che tantos lazos revolucionarios y familiares, ¡donde tan querida era su presencia!.
Éramos conscientes de que asumíamos un enorme compromiso porque si Villa Clara, representando a Cuba, era la depositaria de esos inmortales restos, teníamos que merecer ese honor multiplicando resultados para ser realmente dignos de tamaña responsabilidad.
Esos sentimientos, meses más adelante, los compartí en un encuentro con todos los cuadros del Partido, del Gobierno y de todas las instituciones de la provincia en aquel momento, en la propia plaza, y les pedí entrega total al encargo planteado; posteriormente al acto del 17 de octubre de 1997, esos sentimientos los socializamos con el pueblo y confieso que se desató un ambiente de trabajo muy positivo en el territorio y la provincia cosechó éxitos y sé que fue, es y será celosa guardiana de esos restos. Esa es la mejor manera de apoyar el concepto expresado por Fidel en relación con el Destacamento de Refuerzo.
Durante meses, combatientes de la columna del Che que residían en la provincia, constructores y los arquitectos que diseñaron desde el inicio la plaza, se involucraron en el empeño de construir lo que se les había indicado. No puedo olvidar los rostros de aquellos hombres fuertes, corajudos, forjados en el combate, el trabajo y las tareas revolucionarias cuando Ramiro les explicó el alcance y la importancia de la obra para la cual habían sido seleccionados, no pudieron contener las emociones ni el llanto, agradecieron la confianza y de manera ejemplar se entregaron en alma y cuerpo durante varios meses, sin descanso, a la obra y estoy seguro de que siempre conservarán en sus vidas esas vivencias con sano orgullo.
En el transcurso de esas jornadas el General de Ejército Raúl Castro Ruz y los Comandantes de la Revolución Juan Almeida Bosque y Ramiro Valdés realizaron varias visitas para evaluar la marcha de la obra.
Tuve el honor de participar en la ceremonia el 12 de julio de 1997 en la que el Comandante en Jefe recibía los restos del Che y de cuatro de sus compañeros caídos en combate. El parte de cumplimiento de la misión de traslado de los restos a la patria, que emocionadamente dio el comandante Ramiro, el silencio que imperaba, el rostro de los familiares, compañeros y dirigentes presentes y las sentidas palabras de Aleidita: «Hoy llegan a nosotros sus restos, pero no llegan vencidos, sino convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes y audaces», será algo que jamás olvidaré y que siempre que tengo retos difíciles en mi vida rememoro para afianzar fuerzas.
— Fueron jornadas conmovedoras las vividas por los villaclareños en aquel octubre, usted pudo apreciarlas de cerca al lado de los principales dirigentes de la Revolución, muy especialmente de Fidel y siempre hay anécdotas que se convierten en recuerdos que, no obstante los años, dejan una huella perdurable. ¿Nos podría contar?
Aquellos días del octubre antes, durante y después del V Congreso del Partido se laboró ardua y responsablemente en crear las condiciones para asegurar impecablemente el homenaje póstumo y el acto de inhumación de los restos.
Los restos llegaron a Santa Clara el 14 de octubre alrededor de las siete de la noche, la caravana siempre estuvo acompañada a su paso, desde los límites de la provincia hasta la capital, por una multitud en silencio, respetuosa, visiblemente emocionada con banderas cubanas y fotos del Che en sus manos, así también esperaba una multitud ordenada en el Parque Vidal
Las urnas fueron colocadas en un salón de la Biblioteca Provincial y un grupo de compañeras y compañeros realizamos una primera guardia de honor esa noche en la ciudad heroica de la batalla dirigida por el Che. Durante los minutos de guardia pensé en muchas cosas y para mí mismo me dije: «El Che entra nuevamente victorioso en Santa Clara».
En los dos días siguientes un mar de pueblo al que se sumaron personas que llegaron de diferentes confines del mundo en apretada fila rindió sentido y respetuoso homenaje, colchones de flores a la entrada del recinto donde se encontraban los pequeños ataúdes se formaron al paso de la multitud.
Al amanecer el 17 de octubre de 1997 la ciudad de Santa Clara estaba sumida en un impresionante silencio, la plaza estaba colmada de pueblo, al Fidel encender la llama eterna estaba fundando el eterno homenaje.
— Veinte años después ¿cuál es la mirada de Miguel Díaz-Canel a aquel acontecimiento histórico que trascendió a esta pequeña isla?
Siento que se cumplió con el deber y con la sagrada aspiración del regreso de sus restos. Fue un acontecimiento anhelado, conmovedor, emotivo, cargado de simbolismo, una cálida acogida a los héroes que regresaban victoriosos, una permanente convocatoria a la defensa de los más auténticos valores morales y revolucionarios. Tuvimos la oportunidad ansiada de hacer el verdadero homenaje póstumo que merecían el Che y sus compañeros caídos en combate, además de buscar el adecuado y entrañable lugar para que descansaran sus aguerridos restos.
Constituyó, no una despedida, sino un triunfal regreso a la batalla revolucionaria. A partir de ese momento creció el compromiso, la inspiración, realmente fue un verdadero refuerzo moral e ideológico para apoyar lo que hemos vivido desde entonces y lo que afrontaremos en el presente y futuro. El Memorial ha devenido lugar para la íntima reflexión revolucionaria, espacio para comprometer y honrar con resultados, sitio de obligada visita para el homenaje de aquellos que creemos, aspiramos y luchamos por un mundo mejor.
No me gusta la palabra pero me siento privilegiado porque estuve en aquel sitio sagrado, aquel día, junto a grandes hombres de nuestra historia recibiendo aquellos restos venerables. La vida me dio esa oportunidad, que honraré mientras viva.
(Tomado de Radio Rebelde)