Manzanillo. Octubre 22.- Para el joven educador Diosnel Rodríguez Céspedes los 15 días del mes de abril de este año en los que estuvo como voluntario en la zona roja que se estableció en la escuela pedagógica Celia Sánchez Manduley, quedarán guardados siempre en su memoria.
Él nunca olvidará como estuvo cara a cara frente a la COVID-19 con pacientes sospechosos de padecer esta enfermedad que hoy nos azota. Hoy cuando poco a poco volvemos a la nueva normalidad recuerda esas jornadas llenas de tensión y a la vez de amor hacia el prójimo que tanto ayudó.
«Los educadores siempre nos preparamos para asumir el llamado que se nos hiciera en la tarea del enfrentamiento al nuevo coronavirus, porque sabíamos que en cualquier momento nos iban a convocar a brindar ayuda en los centros de nuestro sector que se utilizaron para el aislamiento.
Cuando recibimos la propuesta inmediatamente muchas cosas pasaron por mi cabeza porque estaba presente la familia, el peligro al que uno sabe que se iba a exponer, pero primero estaba la labor como educadores, la actitud humanista de los trabajadores educacionales y en ese sentido imponernos ante el miedo y aceptar el reto que fue fundamental», así recuerda este muchacho cómo se sumó a la iniciativa.
El también máster en Ciencias Pedagógicas rememora el momento en que entró a la zona roja. «Ya una vez allí que nos explicaron cómo funcionaba el proceso, y la labor que íbamos a realizar cómo trabajadores de servicio, tratamos de ser lo más humanitarios posibles siempre con las personas que estaban en este lugar expuestas también al miedo, porque en nuestro caso eran pacientes sospechosos que todavía no estaban confirmados como positivos, y siempre existió ese miedo profundo a las consecuencias que puede tener la enfermedad.
Allí siempre conversamos con los ingresados, exigiéndole el cumplimiento de las medidas higiénico sanitarias que es fundamental. Tuvimos experiencias muy bonitas con los médicos, niños, ancianos que nos han llamado después y han quedado amistades.
Para nosotros nos queda además el placer del deber cumplido en una situación como en la que está nuestro país y en la que es tan fundamental la labor de los jóvenes y de los educadores en este sentido.»
Durante ese tiempo muchas vivencias marcaron sus días allí pero hay una de ellas que más le caló. «Tuvimos una madre con un niño de cinco meses de nacido que se aisló sola en un cubículo del dormitorio, ella resultó ser positiva al PCR y por suerte el pequeño no.
A esta muchacha era la primera que visitábamos todos los días, le preguntábamos lo que necesitaba, ella nos transmitía su preocupación y nosotros la tranquilizábamos. Lo mejor de todo que no tuvo secuelas muy significativas pues así lo conocimos porque le dimos seguimiento una vez que la trasladaron, y esa fue una de las amistades que quedaron con la que todavía nos comunicamos».
Muchas fueron las horas que se dedicaron durante ese tiempo allí al desarrollo de las diferentes actividades, y en las pocas que se establecían los descansos llegaban entonces los pensamientos de esa lejanía que les embargaban de la familia y las amistades.
«Creo que esa distancia la olividábamos con el trabajo diario porque tiempo para descansar teníamos poco, pues debíamos realizar todas las labores de servicio y estar en función del personal que entraba y del que salía, pero siempre que teníamos un momento conversábamos bastante, nos apoyábamos unos con otros en el tema de las medidas para que nadie se descuidara y no existiera ningún problema.
Hablábamos de muchos temas pero el más recurrente fue el que nos tocó vivir, el paso al frente que habíamos dado y la satisfacción de que lo estábamos haciendo bien».
Ese período allí donde se vivía tanta tensión también tuvo una gratificación para este educador pues él es el director de la Escuela Secundaria Básica Urbana (ESBU) Manuel Fajardo Rivero y con su disposición se convertía en ser el primer directivo de educación en brindar su apoyo a esta tarea.
«Fui uno más de los que asumimos las labores de servicio en esa zona roja. Entré al frente de seis educadores que asumimos esta tarea con tremendo entusiasmo y compromiso.
Tres de mis colegas eran de mi misma enseñanza que ya nos conocíamos y los restantes eran de otros niveles que nos conocimos allí y como es lógico hicimos una linda amistad, y creo que hasta hoy esa relación que se construyó sobre la base del respeto, y en medio de una situación tan compleja como la que vivimos nos hermanó bastante.»
Este joven asegura hoy que aunque vamos disminuyendo los casos reportados con la COVID-19, volvería a la zona roja si fuese preciso. «Claro que sí, ya nosotros vivimos esa experiencia que es compleja pero si existiera la necesidad en algún otro momento de hacerlo, lo haríamos con toda disposición.»
Este profesor junto a los demás que respondieron con responsabilidad durante esos días de abril a la convocatoria lanzada para combatir la COVID-19 desde una zona roja, recibió el reconocimiento de la dirección municipal de su sector por la actitud mostrada.
Sobre aquel instante confesó que «el reconocimiento es necesario para que todos los jóvenes mantengan esa disposición de decir presente cuando se les llame y necesite.»
Diosnel tiene 37 años de edad, de ellos 17 entregados al magisterio y cinco frente a una escuela. Jóvenes como él demuestran que sobre sus hombros agradecidos también se pueden depositar otras grandes tareas a favor del pueblo y al servicio de nuestra Revolución.