Bartolomé Masó, Granma.–«En el firme de la Maestra está La Plata, casi inaccesible… De allí partieron los hombres que liberaron políticamente a un pueblo. Hoy regresan para liberarlo económicamente… En casa del Villaclareño, un campesino de La Plata, están reunidos los hombres de la Revolución. Un grupo de compañeros dan los toques finales a la ley, mientras por ventanas y puertas asomaban muchas cabezas que trataban de oír lo que allí se hablaba».
Así quedaría registrada en la historia –desde el intrincado paraje serrano de La Plata, en el municipio granmense de Bartolomé Masó– la estremecedora jornada del 17 de mayo de 1959.
Justo allí, en el escenario guerrillero, en el que se había establecido la Comandancia General del Ejército Rebelde durante la guerra contra la dictadura batistiana, una rúbrica convertida en ley echaría a andar la primera medida revolucionaria con la que se les devolvía la esperanza a los más humildes, y se iniciaba la transformación de la estructura económica y social de Cuba.
Era la Ley de Reforma Agraria que, firmada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, establecía por vez primera en la historia de la nación el derecho de los campesinos cubanos a ser los dueños del bien más preciado para ellos: la tierra.
De esta forma, también se les ponía fin al latifundismo, a la explotación extranjera y al desalojo bárbaro que durante siglos habían sufrido los hombres y mujeres del campo.
Fidel lo ratificaría aquel propio 17 de mayo, en un discurso difundido por la emisora Radio Rebelde: «Nuestra Patria recobra la tierra perdida, y la recobra para nuestros hermanos, para nuestros hijos, que no tienen trabajo, que no tienen tierra (…).
«Era necesario escribir, de una vez y para siempre en nuestra limpia estrella solitaria, aquella fórmula del Apóstol de que la Patria era de todos y para el bien de todos», afirmó.
UNA FECHA, UN LUGAR Y UN SÍMBOLO
Habían transcurrido solo cuatro meses de la alborada luminosa del 1ro. de enero de 1959, cuando la Revolución, con Fidel al frente, se adentró en el corazón mismo de la Sierra Maestra, para convertir en verdad el sueño más anhelado de los montañeses.
Y es que en torno a ese acontecimiento todo era simbólico e histórico. Por ejemplo, la fecha escogida para la trascendental firma de la Reforma Agraria rendía tributo a la memoria del campesino Niceto Pérez, quien 13 años antes –el 17 de mayo de 1946– había sido asesinado delante de sus dos pequeños hijos, por oponerse al cacique de la zona (el latifundista Lino Mancebo) y defender su derecho a la tierra.
La selección del lugar para llevar a cabo la firma de la Ley de Reforma Agraria también estaba cargada de simbolismo, pues en la Comandancia de La Plata rebeldes y serranos habían unido sus fuerzas para hacer de aquel lugar una trinchera estratégica y casi inexpugnable, desde donde se dirigió la ofensiva contra el ejército enemigo en la etapa final de la lucha revolucionaria.
Precisamente, en ese sitio emblemático, dos años después, el 17 de mayo de 1961, nacía la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), organización que desde entonces agrupó a quienes trabajaban en el surco, y antes del triunfo de la Revolución nunca habían sido ni reconocidos ni representados por ninguna institución.
LA LEY QUE TRANSFORMÓ UN PAÍS
Desde su alegato La Historia me Absolverá Fidel había denunciado la degradante situación del campesinado cubano, víctima del latifundismo y de los intereses extranjeros; al tiempo que había expuesto la importancia de la agricultura para el desarrollo del país.
Por ello, entre las causas mostradas por el Gobierno Revolucionario para promulgar la primera Ley de Reforma Agraria, estaba la concentración existente de la propiedad de la tierra en pocas manos. Basta con señalar que el 1,5 % de los propietarios poseía más del 46 % del área nacional de tierras.
Sin embargo, con la Ley de Reforma Agraria, puesta en vigor el 3 de junio de 1959, se proscribió el latifundio y se estableció en 30 caballerías (402 hectáreas) el límite máximo de tierras que podía poseer una persona natural o jurídica.
En tal sentido, solo se exceptuaron fincas mayores que demostraron un alto nivel de producción y productividad, aunque el límite definitivo para las mismas fue de hasta cien caballerías.
La normativa, que por vez primera en Cuba ponía en el centro de sus intereses al pueblo, también dejaba sentado que solo podrían poseer tierras los ciudadanos cubanos o sociedades formadas por ciudadanos cubanos.
De ahí que en lo adelante se consolidara la pequeña propiedad agrícola, al eliminar los arrendamientos de tierras en dinero y en especie; una disposición que permitió que la Revolución entregara más de 100 000 títulos de propiedad de la tierra a quienes la trabajaban honradamente, y que unas 200 000 familias campesinas fueran beneficiadas con la distribución de un poco más de cinco millones de caballerías.
En lo adelante, unas 300 000 caballerías serían expropiadas a latifundistas y terratenientes, por lo que el 45,8 % del área agrícola de Cuba pasó a manos de los campesinos, y el 54,2 % se comenzó a gestionar en la propiedad socialista.
Dicha transformación constituyó un golpe mortal para los terratenientes nacionales y extranjeros, y en particular para los estadounidenses, quienes habían abarrotado sus bolsillos a costa de las mejores tierras cubanas.
Heridos en su orgullo y desplazados de su posición burguesa y latifundista, muchos de ellos encabezaron luego, en el exilio, las incontables campañas y acciones que desde esa época y hasta la fecha se han orquestado contra la agricultura cubana, llegando incluso a introducir plagas y enfermedades en diversos cultivos.
LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA, UNA PRIORIDAD
Bajo el asedio constante de una política hostil perpetrada desde ee. uu. hacia Cuba, la agricultura cubana ha tenido que sortear múltiples escollos y carencias de todo tipo que, en buena medida, han limitado el desarrollo más eficiente de un sector que es vital para el país.
Sin embargo, el aporte de los campesinos sigue siendo esencial, máxime cuando se ha diseñado un Plan de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional que tiene, en el campo y en los hombres y mujeres que lo hacen producir, su mayor potencialidad.