El honor de la alfabetización

Jóvenes cubanos de las brigadas de alfabetización «Conrado Benítez». // Foto: Archivo / Cubadebate

En las entrañas de Conrado Benítez latía aquella fe inquebrantable en la Revolución recién estrenada, cual madre que abriga a sus hijos y le brinda la savia indispensable para crecer desprovistos de la ignorancia.  Corría en el joven el orgullo de instruir a aquellos humildes por quienes se levantaron las banderas de la alfabetización.

El suyo era un regalo de dignidad, como  definió el Comandante en Jefe en una ocasión a aquella dádiva de la enseñanza de letras y números, regalo entregado a los habitantes de las montañas cubanas.

Por ello su crimen en El Escambray,  en la noche del cinco  al seis de enero de 1961, tuvo como desagravio, que en lo adelante las brigadas de maestros voluntarios llevaran honrosamente el nombre de Conrado, y miles fueron los campesinos que aprendieron a leer y escribir en los picos y faldas de las lomas, en las sabanas, en las fábricas.

“Ese maestro es el mártir cuya sangre servirá para que nosotros nos propongamos, doblemente, ganar la batalla que hemos emprendido contra el analfabetismo…” dijo Fidel en la graduación del segundo contingente de los valiosos educadores voluntarios; y con su ejemplo en la conciencia emprendieron la ofensiva los bisoños, con mochila al hombro, llena de lápices, cuartillas, manuales y un farol.

La luz de la enseñanza se esparció por la Mayor de las Antillas con aquella campaña histórica que derrumbó el muro de cuatro siglos y medios de ingenuidad  con los bríos y la sapiencia de la juventud, protagonista de una hazaña con la que Cuba se convirtió en el primer territorio libre de analfabetismo en América.

Los antecedentes de los rebeldes en la Sierra Maestra, las pautas establecidas por los pedagogos, concedieron a la campaña iniciada en enero de 1961 y su conclusión en diciembre del propio año la categoría de épica.

Pero en particular, le otorgó la dimensión de epopeya la conquista del Año de la Educación, tercero de la obra revolucionaria, que redujo a un 3.9 por ciento el índice de iletrados en Cuba respecto al total de su población, con la alfabetización de más de 700 mil cubanos por el esfuerzo y consagración a las faenas instructivas de alrededor de 300 mil brigadistas.

Desde entonces la obra educativa de la patria no se detiene, y Conrado Benítez sigue habitando en la memoria histórica de quienes hoy sostienen la formación en las aulas cubanas para construir futuro.

Alfabetizar, instruir, educar, desde el humanismo, es indudablemente para la Revolución, una carta de triunfo y honor.