Estos días de Cuba y de Fidel

En la gratitud de cada vida salvada va muchas veces el nombre de Cuba. Foto: Juan Pablo Carreras Vidal

Conmociona cada gesto a favor de la vida; todos esos desprendimientos, grandes o pequeños, sin esperar dineros o retribuciones. Así, los recuperados de la enfermedad donan su sangre para que ese plasma, ya con anticuerpos, se use en el tratamiento de los contagiados. Las asociaciones me llevaron a Pasteur y a Tomás Romay, aquel adelantado cubano, que probó primero en sus hijos el milagro de la vacunación. Qué grandezas de los humanos

Estos días, veloces pese a todo, han perdido su meridiano de las 12. Lo bajamos a las 11 para escuchar al doctor Durán. Primero nos actualiza sobre el avance del horror en tiempo real, esa epidemia mundial de la de­sigualdad, la irresponsabilidad y la injusticia que mata más que el virus. Luego ofrece cifras y consideraciones sobre la tenaz batalla cubana por la vida.

Hace algunas semanas «nadie» lo conocía, pero ahora es muestra de la enorme acumulación de ciencia, humanidad, talento y conciencia de este país. Un médico, tan naturalmente acostumbrado a la muerte, y se conduele cuando informa de los fallecimientos, como de una íntima derrota. Le firmo al pie como cubano agradecido.

Dice el doctor que en Cuba todos llevamos un médico dentro. Es verdad, la Revolución también nos educó en ese conocimiento fundamental, más allá de nuestras especializaciones. Ahora la pandemia nos ha puesto a velar curvas, sacar cuentas y entender estadísticas. Algunos atrevidos hasta comunicamos por las redes nuestras apreciaciones para subrayar tendencias y datos menos visibles, y contribuir a la mejor preparación y comunicación en torno a la epidemia, compromiso de todos; con el afán, también, de desterrar el pánico que tratan de inducir mercenarios y malintencionados, sietemesinos que no tienen fe en su tierra.

Mientras, el personal cubano de la Salud se esparce hacia los cuatro puntos cardinales. Por eso el 4 de abril, fecha tan señalada aquí, y también aniversario 170 del natalicio de Henry Reeve, ese nombre anglosajón (todo un signo) con que la bandera cubana besa al mundo –para decirlo con el verso del vertical Israel Rojas en su canción Valientes–, reiteré mi proposición, que es la de muchos, de entregar a nuestras misiones médicas, en su conjunto, el Premio Nobel de la Paz.

Pura justicia sería, como lo fue, hace dos noches, retransmitir, en la televisión, La Pupila Asombrada sobre la aventura cubana de la biotecnología y la ingeniería genética, y así rendir tributo al genio visionario de Fidel, escuchar al doctor Pentón explicar qué es el Interferón en tres minutos, y al doctor Aguilera los inicios a partir de aquel pedido del líder cubano, después de su conversación con un médico estadounidense. Luego nos dejamos conducir por el doctor Berlanga, el humilde creador del Heberprot-P, para la úlcera del pie diabético, a través del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, ese símbolo de todo un sistema de ciencia que aporta su conocimiento y producciones contra los mil demonios, y ahora también contra el nuevo coronavirus.

Me conmociona cada gesto a favor de la vida; todos esos desprendimientos, grandes o pequeños, sin esperar dineros o retribuciones. Así, los recuperados de la enfermedad donan su sangre para que ese plasma, ya con anticuerpos, se use en el tratamiento de los contagiados. Las asociaciones me llevaron a Pasteur y a Tomás Romay, aquel adelantado cubano, que probó primero en sus hijos el milagro de la vacunación. Qué grandezas de los humanos.

Bajo esa hermosa marca a la cual el doctor Durán da lustre en su pecho, sucede hoy la maravilla de la solidaridad y la solidez de la ciencia y la medicina en sistema. Es un país volcado, punto por punto, en esta lucha, bajo el signo de un Fidel creador de cuanto hoy florece tramo a tramo. ¡Esta es Cuba y no otra! Él supo profetizar la justicia poética de que el pueblo cubano vencerá.