“Cuando vean un tendido de líneas eléctricas que atraviesan la autopista Habana- Pinar del Río, justo en el kilómetro 19 y medio, ahí está la casa”, esas fueron las pistas que nos dio Fernando para encontrar Finca Marta. Prevenidos, iniciamos viaje en busca de la tierra próspera que allí nos esperaba, no obstante, a ratos mirábamos al cielo.
“Bienvenidos”, dijo Fernando Rafael Funes Monzote, un Doctor en Producción Ecológica y Conservación de los Recursos que encontramos con el fango a los tobillos y en medio de la algarabía que provocan, ante la presencia de intrusos, seis perras y Espartaco, un cachorrillo que cuida muy bien a su dueño. Definitivamente habíamos llegado a Caimito, provincia Artemisa, donde tiene su reino el Proyecto agroecológico familiar Finca Marta.
Egresado del Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana en 1995, el ingeniero agrónomo Funes Monzote consolidó una intensa y fructífera carrera en el mundo académico, se doctoró en Holanda y visitó más de 40 países investigando e impartiendo conferencias en importantes universidades.
En el mes de diciembre de 2011, con 40 años de vida y poseedor de un conocimiento científico estructurado, “pero parcial” –aclara Funes convencido de que la ciencia agroecológica se basa en el saber de los campesinos–, decidió poner manos en tierra y “regresar al campo para entender su dinámica y transformarlo”. No pocos lo tildaron de loco.
“Profesionalmente para mí era un reto tremendo, sobre todo inicialmente, porque tenía que entender la dinámica rural, productiva y social dentro del campo. Si eres investigador, con una visita a una finca solo te llevas una visión congelada de la realidad.
“Si bien estudié sistemas integrados, diversificados, autosuficientes e investigué mucho sobre el suelo, la fauna vinculada a los sistemas agrícolas, las energías renovables, cuando llegué a la práctica me di cuenta que era más complejo todavía”, asegura el Doctor que se ha quitado las botas y se ha sentado en un taburete.
Escoger la tierra que nos dará de comer
El paisaje escogido por Fernando para plantar sus sueños no fue el más fértil de la zona, al menos a simple vista. Las ocho hectáreas de Cerapio, un anciano de 90 años que mediante un poder notarial le dio derecho a cultivar la tierra, conformaban la finca más pobre de Caimito. Sin embargo, el científico echó raíces en ella.
Plantó Finca Marta en una superficie de suelos rocosos, con poca profundidad y repletos de maroma y marabú: “Teníamos todo tipo de dificultades, ni siquiera había agua. Era imposible hacer agricultura así. Entonces decidimos hacer un pozo, me recomendaron que buscara a Juan Machado, el pocero de la zona, y así lo hice, el día de mi cumpleaños (6 de enero de 2012). Para no hacerte larga la historia, estuvimos siete meses rompiendo la piedra a mano y llegamos a 14 metros de profundidad”, rememora Funes y nos presenta a “Machado, el héroe”.
“Me eché siete meses y un día –rectifica Juan de Dios Machado–, porque 24 horas cuentan, mi sangre. Te aseguro que este pozo es el más difícil que he hecho. Empezamos en cero y ahora tenemos un resultado maravilloso, caminen para que vean lo bello que está esto. En el campo lo que hay es que trabajar y echar pa´lante”, dice el campesino de toda la vida.
El pozo, hecho completamente a mano, es un símbolo para ambos agricultores: “Casi todo el mundo que lo ve le parece una locura. Pero el proceso fue muy rico. Trabajábamos todos los días, alrededor de 10 horas, a veces no le encontraba sentido y Machado me motivaba”.
“Valió la pena no solo porque encontramos agua suficiente, sino porque conocí a un hombre con una energía muy grande, que me trasmitió todo su conocimiento sobre el ambiente local, ecológico, económico y social de la zona. Fue la posibilidad de aprender sobre la rudeza del trabajo en el campo y los riesgos de vivir en él. Perdí 30 libras de peso, me puse extremadamente delgado y muy mal, pero tenía la voluntad de seguir”, afirma Fernando.
Así nació un proyecto agroecológico inspirado en el legado de Marta Monzote Fernández (1947-2007), reconocida investigadora y promotora de la agroecología en Cuba. Tras cinco años de intenso trabajo, el hijo ha honrado la memoria de su madre.
“Quería transformar un pedazo de tierra cubana a través de mi esfuerzo, que mi experiencia y la vida que desarrollara en ella lo convirtieran en una tierra próspera. Fue una decisión familiar, yo no lo podía hacer si no implicaba a mi esposa y a mis dos hijos”, comenta Funes, quien también le debe un pedestal a Claudia Álvarez Delgado, pilar esencial del proyecto, la mujer que decidió dejar su trabajo en la Escuela Formadora del Turismo para acompañarlo en este empeño.
La agricultura como proyecto de vida
El ambiente huele a oreganito, mejorana y café recién colado. Bajo el resplandor del sol, que azota desde el mismísimo centro del cielo, una decena de trabajadores recolectan rúcula, tomates cherry, apio, lechuga rizada, perejil, albahaca y muchos más productos frescos. Hoy es día de cosecha.
Finca Marta cuenta con una alta diversidad de animales, plantas cultivadas y silvestres, donde el sistema productivo tiene una concepción estrictamente ecológica. Cuya mayor fortaleza radica en haber “encontrado la fórmula de combinar el saber campesino, la sensibilidad de la gente que tiene experiencia de campo y el conocimiento científico”, asegura Funes Monzote.
Los 100 canteros que tiene la huerta los construyó Alexei, el granmense, cuyo diseño se integra perfectamente al entorno. “Tanto por la riqueza del suelo como por la estructura que es estable, conformada a partir del uso de materia orgánica, muy sana. Una manera de contener las plagas es a partir de la biodiversidad que se establece. Esa es la flexibilidad de los modelos ecológicos que dependen de quién lo hace y cómo funciona en un ecosistema determinado”, explica el científico.
El equipo de trabajo está integrado por 18 personas, once hombres y siete mujeres que se dedican a la atención de hortalizas y frutales, a la ganadería vacuna, la apicultura y el agroturismo.
“Tenemos licencia de restaurante y aquí –en un fresco corredor contiguo a la casa– montamos una o dos veces a la semana una mesa buffet y recibimos a los interesados en el turismo rural y en degustar un menú hecho con productos orgánicos. Podríamos hacerlo todos los días, pero hemos puesto como principio esa frecuencia, no más. Hay que poner límites para que los procesos del turismo no erosionen los proyectos de desarrollo social, es una oportunidad pero puede convertirse en una amenaza, por eso hay que pensar bien cómo hacemos las cosas“, alerta el horticultor.
En este proyecto de vida, Fernando Funes ha tenido en cuenta que el desarrollo rural implica ver a la agricultura desde su multifuncionalidad, donde la correcta imbricación de factores sociales, culturales y medioambientales permiten que los alimentos lleguen del campo a la mesa de una forma más eficaz y provechosa.
“Aquí comprendí la potencialidad de la práctica creativa, el componente social dentro del sistema agrícola, que el campesino no es un trabajador que produce alimentos, sino alguien con capacidad de transformar el entorno natural. Un rol fundamental que él desempeña es la preservación del Medio Ambiente. No hay agricultura que pueda ser sustentable si no tiene una visión clara sobre el uso adecuado y respetuoso de los recursos naturales”, asevera el investigador.
En la granja se ha diseñado un modelo integral que vela por el establecimiento de ciclos de reciclaje de nutrientes, que permite capturar los recursos naturales existentes sin degradarlos, donde se utilizan diferentes tipos de energías renovables que incluyen el bombeo de agua a través de paneles fotovoltaicos, la producción de biogás y el reciclaje de la biomasa.
“Recogemos el estiércol y lo convertimos en biogás. Cocinamos con él para más de 20 personas diariamente, almuerzo y comida. El pozo tan rústico y artesanal del que hablamos anteriormente combina perfectamente con una tecnología tan novedosa como el uso de energía solar para extraer agua de él. Las viejas y nuevas maneras se complementan, así es como debemos de pensar la agricultura moderna”, ilustra Funes.
Asegura que los sistemas agrícolas por sus características de estar abiertos, de tener viento, sol, biomasa, deberían tener la capacidad de producir suficiente energía para no ser dependientes de energía exterior. Y eso se aplica en Finca Marta, pero se puede aplicar a un territorio.
Este apasionado de la agroecología y del cuidado de la Madre Tierra que nutre, protege y sustenta a los seres humanos, sueña más allá de su parcela: “No pretendo, como proyecto personal y social, hacer un paraíso aquí, sino que otra gente se motive y haya un enfoque territorial, contribuir a que otras personas se establezcan en la zona y logren replicar estas ideas, no el modelo, sino los principios, la filosofía de vida”.
“Tengo esa aspiración y lo he hablado con el Gobierno local, ya estamos trabajando en un Proyecto de Desarrollo para la zona, que es la más pobre del municipio Caimito. Sin embargo, yo digo que si nosotros hemos hecho todo esto en cinco años, con los recursos que hemos tenido disponibles, los que hemos ido generando, es posible que otros lo logren”, anhela el científico.
“En el nuevo contexto de la economía cubana, hay más oportunidades. Esta finca está en el área de la Zona de Desarrollo Mariel, es una buena coyuntura para implementar varios modelos de agricultura agroecológica que cumplan otras funciones, como la preservación ambiental. Aquí podemos hacer un cinturón ecológico que llegue hasta el mar, son cinco kilómetros, que conecte con el proyecto inmobiliario de construcción de hoteles en la zona Norte hasta llegar al Salado”.
“Se podría crear un cinturón que conecte la producción de alimentos con el agroturismo y el establecimiento de sistemas agrícolas sustentables, conectados a un modelo de vida rural comunitaria a escala territorial”, insiste Fernando Funes dispuesto a regresar al punto de partida y emprender la aurora tornando utopías en realidades.
Vivir de lo que producimos
Recorrer Finca Marta es una fiesta para los sentidos. Paisaje de campo cubano salpimentado de árboles grávidos de frutos, sembrados uniformes y un ambiente de cooperación donde el trabajo rudo del campo parece no agobiar.
Iliana Estévez, “la jefa de la Casa de Posturas”, tiene una grabadora colgando de un horcón, “la música ayuda a las plantas a crecer –sonríe– y a mí me fascina. Es un trabajo de mucha paciencia y concentración, una semillita en cada huequito”, describe quien es bibliotecaria de profesión.
“Hemos logrado que 18 familias vivan de este Proyecto, en el cual la equidad es un pilar básico. Aspiramos a que la gente viva mejor de acuerdo a lo que aporta. Quien trabaja de 7:00 a.m. a las 12:00 m. gana 90 pesos por jornada, además de tener pagada la seguridad social, los impuestos por ser trabajador agrícola eventual y garantizado el desayuno, la merienda.
“El que se queda por la tarde, almuerza aquí, descansa hasta las 2:00 p.m. o 4:00 p.m. en verano y trabaja hasta las 5:00 p.m. o 6:00 p.m., ese cobra 120 pesos, y el que se queda por la noche, un poco más. Esa es la escala. Nunca el que mayor ingreso recibe va a ganar más del doble que el que trabaja menos. Y en la medida que mejoramos los ingresos, incrementamos los salarios semestralmente”, explica detalladamente Funes.
En las ocho hectáreas cultivan más de 60 productos al año y a la semana entre 25 y 30. “En sequía producimos más, porque nos enfocamos fundamentalmente en los vegetales y en la época seca es cuando se dan mejor”, asegura.
Muy cerca de la Casa de Posturas está el aljibe. Un sitio en el que Fernando se detiene y me dice: “Aquí se detuvo el Comandante cuando vino –descubrió una de las preguntas que le traíamos–. Sí, el 2 de abril de 2016, Fidel estuvo durante tres horas aquí. Conoció del Proyecto y tenía un nivel de motivación enorme. Entendía muy bien todo lo que estábamos haciendo.
“Él se detuvo aquí y me dijo: ‘esto es para hacer ejercicios’, realmente parecía una piscina. Y le dije: ‘no Comandante, estamos construyendo un aljibe, que hicimos con las piedras de la Finca, todo a mano. Entonces, me preguntó por la capacidad, por cómo iba a acopiar el agua, le comenté que el techo de la casa puede capturar medio millón de litros, que ya teníamos hechas las capturas, esos tubos que van por debajo de la tierra y entran al tanque que tiene un volumen para 200 mil litros. Le expliqué que así utilizábamos la energía potencial del agua que cae del techo y que era una reserva importante sobre todo para la época seca. A él le interesaban muchísimo estos temas”, cuenta Funes.
Hablaron sobre la Madre Tierra y los males provocados por el hombre que dejan huellas irreparables en ella. “La sequía es tema crítico para la agricultura cubana en estos tiempos, hay que prepararse para seguir produciendo bajo esas circunstancias. También está el cambio de patrones y funcionamiento de las diferentes especies, plantas y animales. Muchas de las tecnologías que se generaron para la agricultura en otro escenario, ya no son factibles para el enfrentamiento al cambio climático”, comenta el agrónomo.
Aquel día, al Comandante en Jefe le llamó muchísimo la atención que el Proyecto fomentara la comercialización de circuitos cortos, basada en la venta directa de productos frescos o de temporada sin intermediario.
“El sistema de conexión con los mercados, unos más valorizados y otros menos, hacen un equilibrio al lograr cubrir todo tipo de realidades, lo cual tiene un impacto mayor. Producimos miel que va a la Empresa Estatal Apícola, vendemos vegetales frescos a los restaurantes privados de La Habana, alrededor de 30 aunque podríamos hacerlo en 100 porque la demanda es enorme y para finales de este año queremos hacerlo con los hoteles a través de la Cooperativa.
“Queremos además comenzar un sistema de agricultura apoyada por la comunidad, un mercado comunitario que sería un vínculo directo con los consumidores, que permitiría que a nivel local se reciba los beneficios de la agricultura orgánica. Un punto de venta en La Habana, con una gastronomía orgánica, que esté accesible a un grupo de familias. Porque tenemos que captar todas las oportunidades que se nos presentes, sin deslindarnos de nuestro compromiso social”, afirma el Doctor.
El Proyecto agroecológico familiar Finca Marta también dona vegetales frescos a la Escuela de Remo y Canotaje José Smith Comas. “Las espinacas que cultivamos son un manjar para campeones”, dice uno de los encargados de la distribución.
“No tenemos pérdidas, un cinco por ciento, eso es ínfimo, en Cuba el índice es de un 50 por ciento, desde que se cosecha hasta que llega al plato. ¡El esfuerzo que cuesta producir para que se pierda! En mi opinión es más importante no perder lo que se produce que producir más.
“Generalmente, le decimos al campesino que tiene que producir más alimentos, pero no es solo cultivar más, sino cómo se hace y qué otras repercusiones tiene dentro del ambiente rural. Qué opciones atraen a la gente a producir y a vivir una vida más sana en el campo, a preservar los recursos naturales, a generar tecnología e innovaciones que permitan que la agricultura sea más sustentable”, cuestiona el Doctor.
Fernando va a la biblioteca de la Finca, que cuenta con más de 800 libros, toma un ejemplar titulado Agricultura con futuro y dice: “Fidel dijo en La Historia me Absolverá que Cuba podría albergar una población tres veces mayor que a la que poseía –ocho millones en aquellos momentos–, estaba pensando en 24 millones. Y era basado en la capacidad que tiene el país de producir alimentos para todos esos habitantes. Con la mitad de la tierra cultivable que tenemos se puede abastecer a toda la población, lo demostré en este libro, que es mi tesis de doctorado. La Isla tiene disponible de 6,6 millones de hectáreas en llanura agrícola, pero se puede sembrar en la montaña, en la premontaña, en terrenos fértiles e improductivos como este”.
“Lo lograremos si contamos con la gente, si somos capaces de que incorporen la agricultura como parte de su vida. Sobre la base de un modelo de sustentabilidad, de aprovechar nuestra soberanía sobre el uso de la tierra, cuando cambie la mentalidad del monocultivo; a través de la inversión de capitales en una agricultura a mediana y pequeña escala. Aquí no hay agricultores pequeños, sino agricultores que trabajan pequeñas porciones de tierra”, asegura el investigador cubano.
Regreso a la semilla
Fernando Rafael Funes Monzote nació en 1971 dentro de un centro científico, en el Instituto de Ciencia Animal en San José de las Lajas. Recorrió todo el panorama rural de la Isla con sus padres investigadores y luego lo hizo impulsado por su propia vocación. Antes de crear Finca Marta trabajaba en la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey, en Perico, Matanzas, y vivía con su esposa Claudia en el Vedado capitalino.
Antes de despedirnos, Funes nos cuenta que aunque ha decidido regresar a la semilla el paisaje de la ciudad no se le ha hecho ajeno. “Estoy en la Finca entre el 80 y el 90 por ciento del tiempo. Me gusta ir a La Habana, tenemos una casa muy bonita allá, pero mi vida es esta. No cambio la vida rural por la urbana, si me dieran a escoger preferiría seguir viviendo el resto de mi vida aquí. Pero como nunca va a dejar de existir la ciudad y el campo, pues aprovecho esa combinación tan reconfortante, que te permite complementar muchas sensaciones.
“No es ver al campo solo como el sitio donde se va a producir alimentos, sino como una complementariedad de la vida. No hay vida humana posible sin una relación con la naturaleza, porque te enajenas. Tenemos que ir logrando eso como nación, destinar más recursos a la infraestructura que hace falta para tener una vida viable en el medio rural, para hacerlo fructífero. El futuro de la sociedad moderna es una mayor relación con el campo, es regresar a él”, alega convencido.
Este exitoso emprendedor, que ha sido entrevistado por disímiles agencias y medios de prensa extranjeros, donde se ha ganado el epíteto de “agricultor de manos milagrosas”, asegura que la magia está en “trabajar mucho, muchísimo; sin creerte que recogiste tu mejor cosecha ni que lo haces en beneficio propio”.
“Quiero seguir trabajando en estas ocho hectáreas. No tengo apego a la tenencia de la tierra, para mí es un bien común, un regalo para todas las generaciones. La labras, la cuidas, extraes de ella beneficios sin perjudicarla, pero no la puedes tener. El hecho de tener la propiedad de la tierra, que tú la poseas, es un mecanismo capitalista. Pienso que esto es indefinido.
“Esos muros de tierra –señala hacia los canteros–, si no los rompes, nos van a sobrevivir, porque están pensados para una escala de tiempo mayor que la humana y eso tiene que ver con la sustentabilidad. Uno puede morir mañana, pero tiene que quedar algo que siga progresando, que siga su curso”, comenta.
En medio de un círculo de alpinias, Fernando Rafael Funes Monzote quiere construir una fuente con “agua siempre viva, reciclándola”. En este pedacito de Finca Marta se abre el paisaje y se descubre cuánto se pude hacer despertando al sol cada día.
“Ese círculo es una mandala, una técnica de permacultura, de la cual mi mamá fue precursora en Cuba, quiero dividirla en tres partes que simbolicen paz, amor y libertad. Es un lugar de reflexión. Sabes, mi mamá murió el 17 de mayo, el Día del Campesino, y nació el 15 de enero, el Día de la Ciencia”, dice con nostalgia el hijo.
¿En qué crees Fernando?, se me ocurre preguntar lo obvio. “En la vida, en la fuerza de la Madre Tierra”, responde. Y el ambiente se inunda de los silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza, la fe más antigua del mundo.