Héroes de corazón fraternal con los pueblos

Foto Internet
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Cuando la luz se esparce en los más recónditos confines de la tierra, sea día o sea noche, se escucha un llanto de vida nueva y otro de gozo por la oportunidad de seguir dándole a la vida sueños; la entraña de la colaboración médica internacionalista cubana se enriquece.

Es que en las venas de este mundo inseguro se precipita con fuerza de torrente el gesto altruista de una pequeña y pobre isla caribeña que, de la mano de hombres y mujeres de corazón humilde, disemina la semilla de la esperanza.

Por ello, al escuchar hoy cómo crece el reclamo mundial de un premio Nobel de la Paz a una brigada de madres y padres que salvan, en pleno desafío a la muerte ocasionada por terremotos, virus, enfermedades, huracanes, se tiene la certeza de que «tantas voces no pueden estar equivocadas».

 


Y pienso en cuántos Alejandros, Isabeles, Pedros, Marías, que habitan en lejanos parajes, llevan con orgullo el nombre de aquel cubano de bata blanca que en medio de la tempestad cortó el cordón símbolo de una nueva existencia.

Imagino a aquellos primeros 56 médicos, enfermeras, estomatólogos y técnicos de la salud que el 23 de mayo de 1963 trazaron en Argelia la primera línea de una historia de solidaridad cada vez más agigantada.

 

Me conmueve sólo de suponer la experiencia de aquel grupo emergente que tres años antes había viajado a Chile a socorrer a las víctimas del terremoto por el cual murieron miles de personas.

Resaltan en el recuerdo las anécdotas de algunos de los más de tres millones de seres a los que se devolvió el universo de colores con las cirugías oftalmológicas de la Operación Milagro, extendida a más de 30 países.

Las hazañas en las que crecen estos heraldos de la salud cubana son incomparables y refieren la coraza de integridad de estos profesionales, como la de los 256 integrantes del contingente Henry Reeve en el control de la emergencia sanitaria provocada por el Ébola; y la de los más de tres mil 300 que se enfrentan hoy a un virus desconocido y altamente letal como el Sars-CoV-2 en 28 países.

Besos y abrazos en pausa hasta el regreso, planes postergados ante el sueño de cumplir con la misión máxima de lo que eres, un defensor de la vida; y sobretodo, la sensación de dar seguridad y aliento a quienes creían fallecer, les ennoblece.

Juntos, en el bregar de 57 años, han dejado la huella perenne de esta ínsula por todos los continentes, con aportes asistenciales, docentes, y al formar en nuestras universidades a más de 35 mil profesionales de 136 países, además de los 8 mil 478 jóvenes de 121 naciones que aquí continúan sus estudios.

Más allá de calumnias y engendros legislativos en contra de esta legítima y profunda muestra de amor al prójimo, Cuba y sus colaboradores de la salud continúan siendo surtidores de bienestar y consuelo para los habitantes de los 164 países en los que han estado presentes desde 1963.

 

Sus cooperantes internacionalistas, tanto de la Henry Reeve como la cifra superior a los 28 mil que hoy curan en 59 territorios fuera de nuestras fronteras, ganan prestigio y confirman el proverbio africano que «las huellas de los que caminaron juntos nunca se pueden borrar».

Desde aquel primer acto de amor a la humanidad estos héroes que visten de dignidad y coraje hacen valer los principios de una pequeña tierra que, como dijera el invicto Comandante, envía al más insospechado rincón del planeta «médicos y no bombas».

Ni esclavos ni fuente de riquezas para un supuesto régimen, ellos son amantes de la vida, defensores voluntarios de una máxima primigenia de la patria, protagonistas de la visión fundacional descrita en el Manifiesto del 10 de Octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, quien aspiraba a “una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos”.

Infografía con actualización hasta mayo de 2019 // Cubadebate
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