Apenas despertaba la ciudad cuando en la mañana del martes en el cementerio Santa Ifigenia, un grupo de jóvenes llegó hasta el lugar más sagrado de la Patria, sin imaginar que la visita al camposanto les depararía una jornada indescriptible.
Habían pasado si acaso unos diez minutos, cuando el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, arribó al cementerio para unirse a ellos en el homenaje que desde hacía tiempo querían hacer al líder histórico de la Revolución Cubana, impulsor más férreo del Programa Nacional de Implante Coclear.
Precisamente los quince muchachos que allí estaban habían sido beneficiados en su niñez temprana con los implantes cocleares. Y desde la sordera más profunda pasaron a disfrutar un mundo lleno de sonidos y, sobre todo, de oportunidades. Razones de sobra tenían entonces para llegar hasta la piedra que guarda las cenizas de Fidel, colocar una flor y decir ¡gracias! con todas sus letras.
Todo comenzó con el cambio de la guardia de honor a Mariana Grajales, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí y Fidel. El General de Ejército explicó a los jóvenes y a los doctores que desde pequeños los acompañan detalles del relevo, por dónde entraban y salían los uniformados, el tiempo que pasaban custodiando el lugar o preparándose para que la ceremonia quedara como “maquinaria de relojería”.
Luego llevaron flores a la Madre de la Patria, al Padre de la Patria, al Apóstol y al Comandante en Jefe. En cada uno de los sitios Raúl les comentó pormenores de los monumentos, sus historias, los materiales con los que se habían construido, incluso hubo tiempo para contar algunas anécdotas, tomarse fotos, elogiar la belleza de la ciudad de Santiago y conocer del Programa Nacional de Implante Coclear, al decir de Raúl: “una de las obras más humanas que conozco”.
Allí se supo que las primeras experiencias surgieron a finales de la década del noventa, pero no fue hasta principios del 2005 que tomó fuerza por iniciativa del Comandante, gracias a lo cual se han implantado 430 pacientes de todas las provincias, fundamentalmente niños con resultados impresionantes.
La técnica consiste en instalar un dispositivo electrónico en el oído interno que permite la audición a personas con sordera profunda o severos problemas auditivos. Operaciones así pueden llegar a costar hasta 60 000 dólares, pero en Cuba son totalmente gratuitas.
De todo esto se habló esa mañana en el cementerio Santa Ifigenia, mientras Raúl, los muchachos y los doctores recorrían buena parte del lugar. Entre otros sitios, visitaron juntos la tumba de María Cabrales, viuda de Antonio Maceo, y el panteón familiar que guarda los restos de Josué y Frank País.
El General de Ejército obsequió a la doctora Sandra Bermejo, asesora de Audiología para el Ministerio de Salud Pública, una impresionante foto del cementerio, tomada en la noche del 10 de octubre pasado cuando se inauguró el sendero que agrupa los mausoleos de Mariana Grajales, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí y el monolito de Fidel.
¡Gracias por este encuentro!, escribió Raúl en el envés de la foto, a lo que los muchachos contestaron que los agradecidos eran ellos.
Fue una jornada hermosa para los jóvenes, que llegaron tímidos e inhibidos, pero terminaron compartiendo sonrisas, abrazos, fotografías y anécdotas con el Presidente cubano.
“Es un sueño hecho realidad, nunca pensé verlo tan cerca, nos sentimos como una familia”, nos contó Luis Alejandro Fleitas poco antes de partir.
Él estudia Contabilidad y Finanzas en la Universidad Agraria de La Habana. Fue implantado cuando tenía tres años de edad y hoy tiene una vida plena.
También para Adrián Cándano, estudiante de Ingeniería Biomédica de la Cujae, resultó un momento increíble. “Quería agradecerle a Fidel por todo lo que hizo por nosotros, no pude hacerlo en vida, pero aquí estamos y me siento feliz”.
Igual alegría nos compartió Wendy Velázquez, licenciada en Historia del Arte gracias al implante coclear que lleva desde que era una niña.
Estas historias tremendas son las que mantienen vivo a Fidel en el corazón de cada niño sanado, de cada familia gratificada, de cada joven que emprende un camino con sus propios esfuerzos.
La mañana del cinco de diciembre en Santa Ifigenia resultó especial, por la sencillez de esos jóvenes que llevaron ante la piedra que atesora las cenizas de Fidel el testimonio de sus hermosas vidas.
(Tomado de Granma)