Lucha por abolir la explotación infantil y cree que la educación es el antídoto para los grandes males de la Humanidad. Ha liberado a más de 85 mil niños del trabajo, la esclavitud y la prostitución en todo el mundo y desde 2014 es Premio Nobel de la Paz. Kailash Satyarthi nació en Vidisha, India, en 1954.
“Ayer fuimos a una escuela que fundó Fidel Castro y que estaba muy cerca de su corazón, porque la visitó varias veces, y me sentí feliz, admiré la energía de los niños y la voluntad política de este país por garantizarles educación, felicito al gobierno de Cuba por ello. Pero no todos los niños son tan afortunados. Ayer les pregunté a los cubanos, ¿qué pensarían ustedes si supieran que 168 millones de niños viven en esclavitud? Muchos se sorprendieron”, así comenzó el premio Nobel su conferencia en el Congreso Pedagogía 2017, elegantemente vestido con la chaqueta y la kurta tradicional.
Con solo cinco años y medio, Kailash se rebeló contra el sistema de castas de su país. Mientras él asistía a clases, otros niños se pasaban el día limpiando el fango de los zapatos o pidiendo monedas en los semáforos, incluso en días en los que el rostro se torna gris, como el invierno mismo. En aquel entonces, no comprendía por qué tenían que pasar cosas como esas y hoy, 60 años después, tampoco le encuentra explicación.
“Hace decenios conquistamos la luna, hemos logrado crear la internet y tenemos aviones de rápido vuelo, pero a pesar de ese progreso, aún tenemos niños sometidos a la esclavitud, 85 millones de niños están obligados a trabajar en condiciones infrahumanas, creo que la trata tiene un alto índice”, dice y su rostro se contrae de rabia.
“Cuando hablo de esclavitud recuerdo a una pequeña colombiana de 15 años que encontré en ese país y le dije: ‘Tienes que ir a la escuela y seguir una vida normal’, la niña respondió con ira: ‘Si usted es serio y honesto, no me diga eso, haga que todas las niñas puedan ir a la escuela”, una lección de vida que cuenta hoy el hombre cuya fundación trabaja en más de 44 países por arrebatarle a la infancia las heridas del trabajo forzado o el abuso sexual.
Desde la sabiduría que da la experiencia, Satyarthi advirtió que ahora y hoy es demasiado tarde para los niños y las niñas que están trabajando, que no tienen educación, salud, y lo más importante, que no tienen sueños.
“En Brasil vi algunos y traté de convencerlos para que fueran a la escuela, estaban recolectando naranjas para llevarlos a la planta procesadora. Tenían heridas en las manos y en sus piernas, les pregunté: ‘¿les gusta el jugo de naranja?’ y me dijeron que no. Usted y nosotros lo tomamos frecuentemente, pero a qué precio”, reflexionó quien se hizo famoso en el mundo occidental, porque el Comité Noruego le reconoció una vida dedicada a la cruzada contra la explotación infantil, cuyos esfuerzos comenzaron mucho antes del año 2014.
A inicios de los ‘80, Kailash Satyarthi decidió abandonar su puesto como profesor universitario e ingeniero reconocido para luchar contra lo que le perturbaba el espíritu: “Creé una publicación quincenal. Un experimento para dar voz a los más desfavorecidos, a los olvidados. Nada de políticos o deportes. Y un día, un padre desesperado vino a contarme su historia”, rememora quien ha liberado niños en países cercanos para él como India, Pakistán y Bangladesh o en Colombia, Brasil y México, así como en disímiles regiones del continente africano.
El padre fue a casa de Kailash para que escribiera la historia de su hija, para que lo ayudara a salvarla. La adolescente había sido vendida a un burdel por su patrón en la fábrica donde trabajaba. “Le dije que no había tiempo para escribir que yo iba con él a recuperar a su hija, me siguieron unos amigos y después de una larga lucha con el juez logramos que 36 niñas y mujeres fueran liberadas”.
“La libertad no es que podamos ir a la escuela, que ganemos dinero, que podamos hacer lo que queramos, mi concepto de la libertad es lo que sentí aquel día, yo no las estaba liberando, ellas me estaban liberando a mí. Cada vez que libero a un niño siento que me liberó a mí mismo”, aseguró este señor de 63 años desde el corazón.
Entre anécdotas y remembranzas, ante un auditorio repleto de maestros, el Premio Nobel de la Paz sintetizó los factores que hacen persistir la esclavitud infantil: la falta de conciencia, de leyes sólidas, de voluntad política. “Los niños no son una prioridad para los estados, esto es un pecado global”, la indignación en el rostro del activista es notoria, incluso a un metro de distancia.
“Me complace comprobar cuánto Cuba invierte en su educación, que destina el 10 por ciento del PIB a ello, cuando la demanda global es de un 6 por ciento y la mayoría de los países desarrollados solo ofrecen el 2 por ciento”, dijo complacido.
Dónde está el alma humana, el significado de la vida si esclavizan a un niño o lo obligan a trabajar, cuestionó el activista. “Las nuevas formas de esclavitud aparecen ante nosotros. Las niñas son vendidas mucho más barato que lo que cuesta una cajetilla de cigarros y si no pueden satisfacer a sus clientes son enterradas vivas”, el silencio se apoderó de la sala grande del Palacio de las Convenciones.
“Esta tierra nos pertenece a todos y tenemos que salvarlos, cuando estos niños se convierten en refugiados y buscan amparo, tenemos que abrazarlos. Los niños no han creado la pobreza ni las fronteras, no han construido muros. Tenemos que crear políticas que unan al mundo, no que lo dividan, porque vamos a ser seres humanos motivados por el miedo, nuestro motor no puede ser el miedo sino la libertad”, aseveró.
Kailash Satyarthi solicitó un esfuerzo adicional de los asistentes, educadores de más de 40 países, les pidió que se sumaran a la batalla imperiosa que él capitanea, contra el maltrato y la esclavitud infantil, a favor de la esperanza: “Los maestros tienen la más alta responsabilidad, porque tienen la moral necesaria. Yo solo soy uno más y creo que todo lo que he dicho encenderá la compasión de ustedes. Estoy aquí para despertar las conciencias, para liberar a todos los niños del mundo, para eso vine y por eso me recordarán“.