La renuncia de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) ha situado en un clima de incertidumbre el foro político más relevante para Estados Unidos en Latinoamérica desde la década de los 90, impregnándole a su vez un sentido de debilidad diplomática e institucional como entidad promotora de los intereses estadounidenses en la región.
Salvo que hasta ahora el presidente Donald Trump sostiene su participación en agenda, un balance reciente de la Cumbre de las Américas no encuentra un saldo positivo. Sobre esto Ben Radestorf escribió para The New York Times:
“Las remotas probabilidades de éxito (de la Cumbre) no son del todo culpa de Trump. Las cumbres recientes han quedado mayoritariamente en puntos muertos y no han sido capaces de producir declaraciones de consensos. Además, el gobierno anfitrión es políticamente débil”.
Ciertamente la zona de indefinición política en la que se halla el país anfitrión, hace un flaco a favor a la intención de EE.UU. de reanimar las relaciones con Latinoamérica luego de casi un año de lesiones diplomáticas producto del discurso antimigración y proteccionista del presidente Trump. Según la encuestadora Gallup, a finales de 2017 sólo el 16% de los latinoamericanos aprobaba la gestión del magnate inmobiliario.
Esta notable pérdida de influencia ha sido explotada rápidamente (vía ampliación de relaciones comerciales y financieras) por actores geopolíticos emergentes como Rusia y China, quienes han trastocado en el último lustro el equilbrio de poder tradicional impuesto sobre el hemisferio por EE.UU. Por esta razón, uno de los perfiles estratégicos de la Cumbre de las Américas consiste en mandar un mensaje de autoridad sobre la región en un año definitorio en lo electoral, un objetivo que ahora luce complicado ya que su impacto internacional se ve comprometido por la crisis del país anfitrión.
Rápidamente los restos del gobierno de PPK han intentado dar una imagen de estabilidad en medio de la crisis expresando que “no se se alterará el cronograma de encuentros y coordinaciones previsto en Lima antes de la cumbre, pese al proceso de sucesión presidencial”, dijo la canciller Cayetana Aljovín luego de hablar con quien asumirá las riendas del país, el vicepresidente Martín Vizcarra.
Por su parte el Departamento de Estado de EE.UU., según EFE, intentó mantener ese mismo tono para preservar la majestuosidad de la cita, la cual ya está bastante afectada por una clase política gangrenada por la corrupción que espera recibir una Cumbre que tiene su eje, precisamente, en la lucha anticorrupción.
El diario La Nación de Argentina confirmó una conversación entre el presidente Mauricio Macri y Juan Manuel Santos sobre la intención de no acudir al evento si el Gobierno de PPK caía, como efectivamente ocurrió. Dos bajas que podrían restarle estatura a la cita y que podría extenderse al resto de los gobiernos de la región.
Analistas del país andino especulan que en el mejor de los casos los países enviarían delegaciones de segundo nivel para no poner en riesgo la Cumbre, un factor que igualmente sería negativo para la proyección internacional del foro y que podría traer como consecuencia la ausencia de Donald Trump.
Martín Vizcarra ahora deberá asumir la tarea de recuperar un mínimo de gobernabilidad, un objetivo que luce bastante complicado en el corto plazo: sobre él pesa una trama de corrupción que puede ser utilizada como arma de chantaje, lo cual que echaría más leña a la crisis política.
Keiko Fujimori por su parte, también tocada por el caso Odebrecht, seguramente intentará utilizar a Vizcarra como figura decorativa para gobernar en las sombras, ya que también está evitando ser procesada por la justicia por la recepción de 200 millones de dólares de la constructora brasileña a su última campaña electoral.
Este contexto abierto de inestabilidad y crisis de gobernabilidad en Perú no sólo hiere gravemente la legitimidad e impacto internacional que esperaba tener una Cumbre de las Américas perfilada para estrechar el cerco financiero, comercial y diplomático contra Venezuela dirigido por EE.UU., justo cuando intenta manufacturar un consenso regional para el desconocimiento de las elecciones presidenciales , también podría agotar el papel de Lima como brazo articulador del frente internacional contra la nación suramericana.
Durante la visita del hoy ex secretario de Estado Rex Tillerson por algunos países de Latinoamérica durante febrero del presente año, Perú fue uno de los países donde embarcó y al que le dio mayor relevancia para la agenda antivenezolana en curso.
Allí felicitó el liderazgo de PPK en las gestiones diplomáticas contra Venezuela, lo que en los días siguientes se traduciría en un mayor acompañamiento de la campaña de sanciones unilaterales de EE.UU. y en el retiro de la invitación al presidente Nicolás Maduro para la Cumbre de las Américas.
Con respecto a Venezuela, la caída de PPK significa una derrota táctica en la apuesta realizada por EE.UU. para que Lima se transformara en el centro de operaciones de su plan de asedio regional. La incertidumbre que rodea la Cumbre de las Américas a escasas semanas de su realización, lo reafirma en lo simbólico.
PPK pasará a la historia como un mandatario blandengue, sin carisma ni habilidad política, pero también por aquella icónica frase que devolvió al continente 200 años atrás:
“Estados Unidos se enfoca en aquellas áreas donde hay problemas. Como el Medio Oriente. No invierte mucho tiempo en América Latina pues es como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita y no genera ningún problema”.
Una lección importante en esta hora crítica regional: los gestores también son fusibles desechables cuando pierden sentido. La cantidad de simpatía que tiene el perro no lo salva de ser sacrificado.
“Keikovideos” y shock de opinión pública: aspectos de política interna
En diciembre del año pasado la crisis política e institucional que vive actualmente Perú se intensificó con las gestiones del partido Fuerza Popular (FP) de Keiko Fujimori dirigidas a destituir a PPK desde el Congreso por supuestamente recibir sobornos de Odebrecht durante el gobierno de Alejandro Toledo y financiar su campaña electoral también con fondos de la constructora, según confirmó en un interrogatorio su exdirectivo de Jorge Barata.
El aquella oportunidad Kenji Fujimori, el hermano menor de Keiko, junto a otros nueve congresistas de FP que logró arrastrar, se opusieron al procedimiento y sumaron junto a otros factores las abstenciones necesarias para frenarlo, quitándole a la dirigente de 42 años una victoria política que creía tener en sus manos.
A los días su padre Alberto Fujimori, condenado a 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad, recibió un “indulto humanitario” por parte del presidente, dejando en evidencia el chantaje tras bastidores que salvó a PPK.
El 22 de marzo era la fecha para un nuevo intento. La jugada de Kenji no sólo impidió que PPK fuera destituido en su momento, también le arrebató la conducción que tenía del Congreso al tener la mayoría absoluta.
Previendo que el escenario tenía altas probabilidades de repetirse, el diputado de Moisés Mamami, mostró junto a toda la banca de FP una seria de videos donde presumiblemente Kenji Fujimori ofertaba contratos de obras públicas a cambio de apoyo político para no destituir a PPK en diciembre de 2017.
Esta maniobra de shock a la opinión pública terminó de inclinar la balanza a los intereses de Keiko, quien al día siguiente tendría a los medios de su lado para desarmar a su hermano y limitar su capacidad de maniobra. Pero no hizo falta esperar más: la guillotina de PPK fue la opinión pública y su muerte política fue transmitida en vivo y directo.
Ahora Kenji entra también en el corredor de la muerte de la política peruana: una solicitud de desafuero parlamentario pesa sobre el diputado más votado en las últimas elecciones y que hasta febrero pasado era el político mejor valorado del país con un 48% de aprobación. Paralelamente Keiko busca obstruir el camino de su hermano a la presidencia.
Sólo queda por ver si la vacancia seguirá adelante en el Congreso para remarcar simbólicamente la victoria política de Keiko sobre PPK o si la renuncia es aceptada como un procedimiento de rutina.