Cuando el país avanza por su séptimo mes de enfrentamiento a la pandemia fue difícil imaginar para muchos que a estas alturas la COVID-19 no hubiera cedido.
En la medida en que los cubanos fuimos conociendo los modos de actuación de la enfermedad, entendimos mejor el nuevo escenario al que nos estábamos enfrentando, de un nivel de contagio con el virus inimaginable y que el impacto del resultado en esta batalla no solo dependería del sistema sanitario sino en un gran por ciento de la responsabilidad individual de cada persona.
Tantas semanas de aislamiento social y distanciamiento físico nos llevan a la conclusión de que debemos convivir con esta enfermedad hasta tanto no aparezca una vacuna o solución definitiva para derrotarla, lo que implica cambios en nuestro modo de actuación y en consecuencia de asumir la vida.
El mundo se encuentra prácticamente paralizado, la producción de bienes se redujo drásticamente, el intercambio comercial sufre como consecuencia de los largos períodos de confinamiento decretado en los países, el turismo es de los sectores que más impactado esta y las razones son obvias, el teletrabajo o el trabajo a distancia gana seguidores y ha resultado la alternativa más viable en tiempos de coronavirus, y los centros educacionales y otros buscaron alternativas para mantener su vitalidad bajo estrictas medidas de protección sanitarias para lograr el máximo propósito de conservar la salud y salvar vidas.
Es el escenario que tenemos por delante hoy. Y que no debe mirarse con pesimismo ni sentido de derrota, porque si en estos largos seis meses hemos logrado establecer sistemas de atención oportuna y rápida a los enfermos, identificar a sus contactos y los contactos de los contactos, gestionar desde el gobierno nuevos tratamientos clínicos junto con el accionar de científicos y expertos, de poner en marcha un ensayo de un candidato vacunal que se prueba ya en humanos, de lograr nuestro propio protocolo nacional para combatir a la COVID-19, y aplicar experiencias locales y nacionales novedosas para proteger a los más vulnerables, entre innumerables acciones, eso nos ratifica que nadie se ha paralizado frente la pandemia, y ante ese tamaño desafío de salud contemporáneo, la entereza de los cubanos unida a la enorme voluntad política de nuestro gobierno para ganar esta pelea, han triunfado.
Y veámoslo así, no en el sentido contrario. Sí, hemos tenido más de cinco mil personas enfermas, desgraciadamente más de un centenar de fallecidos que lamentamos extraordinariamente. Sin embargo, los números de nuestro entorno no se acercan a lo que está pasando actualmente en el planeta con altísimos niveles de contagiados y muertes, con el colapso de sistemas sanitarios, con el hecho de tener que lamentar niños y mujeres embarazadas fallecidas, algo que por fortuna no ha ocurrido en nuestro país, gracias a un sistema de prevención y control de la enfermedad que se inicia en el nivel primario, y concluye en los análisis diarios del Grupo Temporal de Trabajo del Gobierno que encabeza nuestro presidente Miguel Díaz-Canel junto al Primer Ministro, Manuel Marrero.
Las cifras por dentro hablan. El índice de contagiados en el país es del 0,96 por ciento de un total de más de 577 mil pruebas de PCR realizadas, mientras han sido confirmados hasta el cierre de este jueves 583 enfermos en edades pediátricas o sea hasta los dieciocho años de edad, de los cuales ya el 85 por ciento han sido recuperados, y se encuentran en sus hogares.
Y otro elemento muy importante: en el 90 por ciento del total de enfermos con la COVID-19 ha sido identificada su fuente de infección, elemento que refleja la profundidad en el seguimiento de la tela de araña epidemiológica en cada foco para cortar, en el más breve tiempo posible, el contagio de otras personas con el virus.
Ciertamente, es un modo de actuación que resulta referente para otras naciones, y que, en relación con Estados Unidos, los contrastes son elocuentes.
En una reciente entrevista a la cadena Fox News, el cofundador de Microsoft, Bill Gates, afirmaba categóricamente que Estados Unidos debería reconocer que no ha hecho un buen trabajo para luchar contra la pandemia, la nación que tiene más aparatos, más capacidad que ninguna.
Estados Unidos además es el país más impactado por la COVID-19 a nivel global, contabiliza más de 6 millones 800 mil contagiados y se aproxima a los 200 mil fallecidos por esa mortal enfermedad, de acuerdo con el reporte diario de la Organización Mundial de la Salud, al cierre del 24 de septiembre.
La pandemia ha puesto la varilla bien alta a las naciones, aprovecha cualquier fisura para multiplicarse. En el caso de Cuba voluntad de gobierno, gestión del sistema sanitario y las ciencias, más el actuar unido de la fuerza popular han permitido establecer un muro donde la unidad de acción ha sido y es importante.
Por eso no puede existir espacio al desánimo y el pesimismo. Tenemos la suerte de vivir en un país donde el objetivo fundamental hoy de un extremo a otro es proteger la salud y salvar vidas. Y eso es un privilegio.
Por Demetrio Villaurrutia Zulueta