Es única, imponente de solo imaginarla allí resistiendo el paso del tiempo. La seducción de sus formas provoca como caricias a la mirada ante belleza tal, y desata el orgullo de saberla nuestra, símbolo de una creación humana que perdura, trasciende, aviva.
Bajo los rayos del sol o el claro de luna se exhibe majestuosa. Tan vital y serena la Glorieta de Manzanillo, tiene una luz que desborda por el vítreo escamado de su cúpula como si por pináculo tuviera estrella.
Quizás su fuerza de fascinación resida en el afán del pueblo de antaño que puso sus manos, para levantar el proyecto de José Martín del Castillo y Carlos Segrega Fernández. En la pasión y el ánimo del entonces alcalde Manuel Ramírez León de legar a la urbe aquel kiosco, devenido en rúbrica del linaje arquitectónico del siglo XIII español.
Cual fiel morisca, lleva en sí los 18 arcos de medio punto peraltados y polilobulados, el techo abovedado, el enchape exterior con lozas cerámicas vidriadas, arabescos y escrituras entrelazadas. Exquisita en su policromía trastocada con los años, pero elegante cual dama longeva.
En sus rasgos semejantes a la erigida en el Patio de los Leones del palacio La Alhambra, conserva la lucidez, el estilo, ecléctico por excelencia, el aire gallardo y la perfección que todos reverencian.
A 99 años de su inauguración, el 24 de junio de 1924, permanece sublime, testigo de su ciudad, de su gente; protagonista de una vida cultural fundada a sus pies, cómplice de sueños y secretos susurrados junto a su pedestal que se empina en forma de hexágono.
Persevera cual amante de su tierra, justo en el centro de donde nacen y convergen los trazados de la urbe; ferviente a una identidad que es ella misma, y que hijos o no de esta porción cubana anhelan conservar en instantáneas cautivos de su esplendor.
Musa de creadores. Es arte, es verso, canción, alegoría que el manzanillero presume porque la siente suya, nuestra, erguida y leal al transcurrir de los años. Tal vez sintiendo como el poeta Navarro Luna, que después de contemplarla “no quedará nada que ver sobre la tierra”.