Serena y majestuosa la nonagenaria arquitectura ve pasar el tiempo, tejiendo sueños que enaltecen sus arcos, columnas y cúpula semicircular de belleza sin igual.
Amparada por una parroquia y custodiada por esfinges a sus cuatro lados, ella posa coqueta, aunque contagia por su humildad y elegancia.
Acontecimientos importantes y cotidianos, fenómenos atmosféricos, inicios y cuitas, así como confirmación de votos amorosos, la tienen como testigo.
Privilegios que tiene ella de guardar tantos secretos y no revelarlos porque prudente y con donaire extraordinario entra en complicidad con cuantos la aprecian y veneran.
El hecho de ser admirada por citadinos y visitantes que la conservan en sus lentes fotográficas, de convertirse en sitio de preferencia para perpetuar las imágenes de gente linda, incluso el de haber sido declarada Monumento Nacional, no la hacen más feliz que un detalle, quizás poco trascendente para muchos.
Y es que…Cada tarde, cuando la despedida queda sellada por el último beso de sol, te detienes a su lado y seguro escucharás los acordes de la marcha nupcial, porque la Glorieta morisca es la novia de Manzanillo.