Se aproxima el momento cumbre de cuatro años de preparación constante. Las manos sudan y se acumulan los nervios. Todo y nada puede acontecer en los alrededores, pero ahora la atención, el punto de enfoque está allí, en el saber acumulado para defender la tesis, el tema, el título.
A la orden inicia Olegario Leyva Escalona su disertación: refiere, explica, describe las características clínico-epidemiológicas de las gestantes entre 18 y 35 años con diagnóstico de embarazo ectópico, enfermedad conocida como el gran simulador, en el hospital materno Fe del Valle Ramos en un período de dos años.
Las palabras emergen de sus labios quizás con la misma fluidez y dinámica con la que el joven asiste a la madre cuando llega a su guardia, con la certeza de ser portador de la más grata de las noticias para quien lleva en su vientre el fruto del amor.
Más tarde toma Yenisel Alvero Fajardo el púlpito. Aunque en su decir acelerado igual anuncia que el momento es de tensión máxima, la profundidad y trascendencia de su estudio sobre la morbilidad materna extremadamente grave en Manzanillo 2012-2015, en un universo de 253 pacientes desde que fueron consignadas hasta su salida de la condición, anuncian que la tarea está cumplida.
Pese al agitar de sus pies bajo la silla, en muestra aparente de sus ganas de terminar, la confianza en la investigación por ella realizada, en los datos arrojados, en el dominio de cada detalle, sellan los 20 minutos más largos de su vida.
Uno a la vez, responden luego el cuestionario integrador de 11 preguntas exquisitamente elaboradas, y enriquecidas en la marcha del examen práctico previamente realizado. Uno a la vez demuestran ante el tribunal y colegas expectantes que es cuestión de segundos que el presidente les diga a ambos: ¡Felicidades, ya son especialistas de primer grado en ginecología y obstetricia!
Y con la frase, llega el momento del respirar profundo, de liberar las tensiones acumuladas ante la espera impaciente del día en que se alcance el sueño, de fundirse en el abrazo y mano amiga que antes brindó ánimo y ahora felicita. Brotan las palabras agolpadas en el pecho.
“Formarnos como especialistas en ginecología y obstetricia significa uno de los mayores anhelos como joven revolucionario cubano, ya que cumplimos la meta de la pirámide docente que viene desde los círculos infantiles hasta graduarnos de la educación superior y, más aún, al ser capaces de especializarnos en una materia tan relevante como esta que lleva el peso de la asistencia médica y los resultados y respeto internacional del sistema nacional de salud”.
Comenta Olegario a sabiendas de que integra el ejército de batas blancas que sustenta el logro de mantener en el hospital materno manzanillero una tasa de mortalidad infantil de 1.03 por cada mil nacidos vivos y cero mortalidad materna en el actual año, y en sentido general, que aporta a resultados como el índice de 3,9 por cada mil nacidos vivos alcanzado por Cuba en los primeros cinco meses de 2018, la tasa más baja registrada en su historia.
“Hoy es un placer para nosotros, para cada uno de los integrantes de nuestras familias, de los profesores de este hospital como escenario docente donde nos desempeñamos y que nos permite ver la realidad objetiva, es el resultado de la abnegación durante mucho tiempo”.
Su especialización, resume el hacer de muchos que desde su entrega cotidiana a la noble faena de preservar la vida de mujeres y bebés, de mantener en su tonalidad más intensa el color de la esperanza.
“Uno agradece a todos porque aquí crecimos, nos hicimos adultos, aprendimos a dar pasos como personas y profesionales de hoy y mañana. A la cátedra docente, a las personas cercanas, profes, colegas y amigos como Maikel por la dedicación y confianza en uno, a Roger que cada momento en que daba un paso en falso dijo no para llevarte de la mano, y corriendo, como digo yo”.
“En particular a Pedro Leandro Núñez Betancourt que asumió junto a nosotros desde el segundo año de medicina y a quien debo todo el respeto y cariño como un segundo padre, fuente de inspiración para mí por sus resultados y porque confió cuando apenas éramos estudiantes y se adentró en el camino hasta alcanzar junto a nosotros este título”.
“Fue difícil, llevó horas de sacrificio, de dejar el sueño a un lado por el estudio, de abandonar las fiestas y apoyarnos en la familia para cumplir con nuestras responsabilidades, para ser fieles a las necesidades de nuestros hijos, esposos, incluso de los pacientes que atendíamos como parte del proceso diario en el centro y en vista a nutrirnos de los conocimientos imprescindibles para llegar hasta aquí”, explica Yenisel mientras enjuga sus ojos teñidos tras la ovación por el éxito.
“Sin dudas, es una de las cosas más grandes que me han sucedido en la vida, la esperaba con ansias y hace mucho tiempo. Resulta a la vez un compromiso con la medicina cubana y con los pacientes de seguir preparándonos para lo que viene detrás, pues es nuestra responsabilidad como especialistas ofrecer garantías de felicidad y futuro a las familias desde la calidad de vida de las féminas, madres o no, y de sus hijos”.
Con ello concuerda el manzanillero Leyva Escalona: “resta seguir esforzándonos en la cantidad de estudio para ser profesionales mucho más preparados y plasmarlo con resultados asistenciales y docentes, aspirar a maestría, a la especialidad en segundo y grado, y hacer objetivo este saber científico con el trabajo de cada día”.
A sus padres, hermanos, esposos e hijos dedican con especial cariño su triunfo, el que emanó del que juntos coincidieron en llamar “un examen didáctico”, porque “se aprendió sobre todo y quizás de él nos llevamos un esquema de examen para la vida, para cuando un día seamos los profesores que estemos al frente, pues la especialización deja de ser una meta para convertirse en el principio de otra carrera, claro está, también por la vida”.