Reverencia a Manzanillo en su 227 cumpleaños (+Audio)

Parque Carlos Manuel de Céspedes // Foto Roberto Mesa

Ella abre los brazos a quienes desandan  una rica historia que atrae desde su génesis porque a  un árbol debe su nombre y exhibe una glorieta, pieza arquitectónica única de relevancia nacional.

El Golfo de Guacanayabo, columna vertebral de su desarrollo económico, social y cultural, guarda la huella de piratas, y filibusteros de diversos países.

Sus construcciones hermosas tienen la impronta de las épocas y cada palmo de sus calles y avenidas guarda el nacimiento y desarrollo de hombres y mujeres inscriptos en  páginas  patrióticas e ilustres desde La Demajagua.

La  nacionalidad cubana tiene en Ella a una fiel defensora con tradición de zapateros, tabaqueros, albañiles, panaderos, carpinteros, cocheros y barberos.

Está presente junto a Mella en la fundación del Partido Comunista,  acuna líderes genuinos como Blas Roca Calderío y da abrigo a Paquito Rosales, el primer alcalde comunista de Cuba, toma parte también en el ataque al Cuartel Moncada y aborda el yate Granma bajo las órdenes de Fidel.

Protege con celo el sitio donde fue asesinado a traición el líder azucarero Jesús Menéndez, combate en el asalto a Palacio Presidencial y es cómplice de la heroína de la Sierra y del Llano.

Renace en Girón, el Escambray y en las misiones internacionalistas de Angola, Etiopía, Nicaragua y Bolivia.

Es tierra del  trovador Carlos Puebla, que el poeta Navarro Luna también hizo suya y en sus costas tuvieron lugar los acontecimientos originarios del primer monumento de la literatura cubana.

El Caribe y el mundo le agradecen maravillas musicales, incluso Originales, también el son tradicional, compartir espacio con el Benny y en sus legendarios carnavales se escucha el ritmo del Órgano Oriental.

Tributamos hoy respeto y eterno agradecimiento a la Villa Puerto Real de Manzanillo, que más allá de la alcurnia de haber sido fundada por Real Orden el 11 de julio de 1792, Ella, la Perla del Guacanayabo prefiere el amor, el cuidado de sus buenos hijos,  que la protejan como lo hace el murmullo silencioso  y ensordecedor  de las olas que la acarician.