Ser médico nace de una vocación humanista por excelencia, del instinto sanador que transforma y pone a disposición de otros sabiduría y amor; es la necesidad de entregar a raudales esa mezcla de sensibilidad y conocimiento científico que enaltece, salva.
El joven médico manzanillero Luis Jose Zamora Diz es uno de esos tocados por el don de la esperanza, un heraldo de la vida que a puertas cerradas en Unidades de Cuidados Intensivos abre paso a la luz entre las sombras; uno de los gloriosos Valientes cubanos que andan hoy por el mundo rescatando vidas de la Covid-19.
«Llevo cinco años de graduado y para mí la medicina es un modo y estilo de vida al servicio de los demás, más que un trabajo es una forma de interpretar la vida. Indiscutiblemente ha sido prioridad, en una persona el trabajo dicen que no lo define pero en mi caso sí, porque es lo que yo escogí para hacer y ser, y en dependencia de mi elección así serán mis principios y mis valores en función de ello.
«Soy médico intensivista del Hospital Clínico Quirúrgico Celia Sánchez Manduley, especialista de primer grado en Medicina intensiva y emergencia, y al paciente grave me debo. A ese con particulares, detalles que no tienen los demás, donde casi todo es impredecible, con infinidad de escalas pronósticas y patologías comunes con otras especialidades; del que es difícil discernir el pronóstico y para su evolución se debe tener una capacidad tanto teórica como imaginativa y mucho estudio para devolverlo a la vida.
«Las motivaciones, las de todos los días, el hecho de que son personas que necesitan de uno y requieren de las habilidades y capacidades que hemos adquirido durante el tiempo previo.
«Ante la Covid-19 me llamaron, y como el soldado que va a la guerra por un objetivo me incorporé a salvar vidas en el Hospital Militar Rubén Castillo Duany de Santiago de Cuba, donde estuve 15 días trabajando, aprendiendo, conociendo del curso de esta enfermedad donde las complicaciones son muy repentinas.
«Allí aprendí que tenemos que ser muy ágiles mentalmente, ser más rápido de lo normal pero con certeza, con seguridad. Fue una escuela pero con elevadas nociones de ciencia donde a los pacientes que llegaban se le hacía todo colegiado, siguiendo los protocolos, y me nutrí de los más avezados que tanto de Santiago como de La Habana se dieron cita por la salud.
«Cubanos al fin era como si nos conociéramos de siempre, y porque la cercanía al peligro inminente acerca a las personas, con respeto, disciplina y sin dejar a un lado la responsabilidad, pero si todos solidarios, aportando.
«En ese manejo adquirí una experiencia increíble, otras capacidades, habilidades y otra forma de pensar, otra forma de ver la vida donde lo que importa realmente es preservarla. Es cierto que hay un poco de estrés por el miedo a lo desconocido, y esta es una enfermedad que comenzamos a desentrañar; pero aunque teníamos y tenemos ese sentimiento tan antiguo se venció y se supera cada día.
«Tengo una buena retaguardia, es canónico de toda guerra, porque es lo que estamos librando contra esta pandemia; y es bueno tener una familia que sea soporte sólido cuando uno todos los días se expone al peligro, cuando va a atender un paciente y piensa que pudiera ser su último día o el último período.
«Hoy asumimos una nueva misión en Kuwait, nos enfrentamos a pacientes con coronavirus, y aprendemos otra vez, aportamos aquello de lo que nos sentimos orgullosos y de esa experiencia solidaria dentro de la Isla, pero con la mente abierta a nuevos desafíos, al reto de restaurar y volver íntegros a nuestra casa.
«Fuera de Cuba hago lo mismo, con respeto, y trato de salvarle la vida a quien lo necesita, de evitar que progrese un peligro mayor, con el mismo pensamiento que cuando estoy en Cuba, con la misma educación que nos ennoblece.
«En fin, cuando se es médico, médico cubano, no somos nuestros dueños, pertenecemos a esa inspiración humanista, a esa conciencia de que quien al salvar se salva».