Torre Eiffel: Entre los Juegos Olímpicos y el debate sobre la gestión del patrimonio

La permanencia de los anillos olímpicos en la torre Eiffel está generando controversia en París, tanto entre las autoridades competentes como entre parisinos y turistas, incluso con la oposición de los descendientes del mítico ingeniero que proyectó y levantó la estructura.

El cambio en la apariencia de uno de los monumentos más famosos del mundo y símbolo por antonomasia de París no es cosa pequeña. Se plantean cuestiones sobre si el patrimonio debe ser inmutable o qué factores deben influir en posibles cambios y quién y cómo se deciden esas modificaciones.

Todo comenzó cuando la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, se mostró a favor, en plenos Juegos Olímpicos, de que tanto los anillos como el globo cautivo que hizo de pebetero, se quedaran de forma permanente en la torre Eiffel y en los jardines de las Tullerías, respectivamente.

Hidalgo anunció el sábado pasado que los cinco anillos se quedarán en el monumento. “Como alcaldesa de París, la decisión es mía y cuento con el acuerdo del COI (Comité Olímpico Internacional). Así que sí, permanecerán en la torre Eiffel”, dijo la regidora en una entrevista.

La primera que se mostró sus reticencias fue la ministra de Cultura, Rachida Dati, vieja rival política de Hidalgo por la alcaldía parisina e intensa opositora a la regidora de la capital.

Dati recordó el domingo que la torre “es un monumento protegido” y que es necesario obtener permiso “para cualquier alteración sustancial que se vaya a realizar, y llevar a cabo una evaluación de impacto, de acuerdo con el código del patrimonio francés”.

La ministra añadió que la instalación de los anillos fue autorizada como una “excepción” y “a título temporal”, por lo que pidió lanzar una fase de consultas antes de tomar una decisión definitiva.

Este lunes entraron en liza los herederos de Gustave Eiffel, el ingeniero de origen alemán cuyo nombre está asociado para siempre a la torre que concibió y construyó.

“La torre Eiffel, que se ha convertido en el símbolo de París y de Francia, tiene una vocación más amplia que la de estar permanentemente asociada a una organización como los Juegos Olímpicos”, declaró Savin Yeatman-Eiffel, tataranieto, vicepresidente de la asociación de descendientes del ingeniero.

Añadió que, además, los anillos privarían a la torre de su papel de plataforma para otros mensajes, como se hace de manera frecuente mediante cambios en su iluminación para enfatizar determinadas causas, como la decoración con los colores en fechas claves.

Una petición en línea lanzada el sábado en Change.org contra la permanencia de los anillos ha reunido ya casi 16 000 adhesiones, la gran mayoría este lunes.

«El lugar de los anillos olímpicos durante los Juegos estaba en la torre Eiffel, pero una vez que se acabó la fiesta nuestro monumento emblemático debe recuperar su aspecto natural”, señala la petición.

Varias turistas que visitaban este lunes los alrededores de la torre mostraron sentimientos encontrados: “A mí me parece muy bien”, afirmó Catalina, una visitante llegada de Barcelona. “Encuentro que es un signo muy bonito de París”, añadió.

Pero otra turista, la también catalana Georgina, considera que “la torre Eiffel ya brilla por sí sola y estaría bien que los conservaran (los anillos), pero que los ubicaran en otro sitio, porque la torre Eiffel no necesita brillar”.

La tinerfeña Nenuca tiene una idea un poco ambivalente, ya que si bien considera que “la torre Eiffel es la torre Eiffel”, cree que los anillos podrían quedarse “como una señal, un recuerdo”, de los Juegos.

Estos sentimientos encontrados están también en la población local, orgullosa de los espectaculares Juegos de París, pero celosa de la protección de sus monumentos. “Por un año podría ser una buena idea, pero no para siempre”, dijo una parisina a BFM.

El amor de los parisinos por su torre favorita es fuerte hoy, pero no lo era tanto cuando se levantó.

Concebida y construida para marcar la exposición universal de 1889, la torre fue rechazada inicialmente por los habitantes de París, que la consideraban un horroroso artefacto de hierro, por lo que inicialmente se iba a desmontar tras ese evento.

Sin embargo, los parisinos acabaron tomando cariño a la torre, que durante un tiempo fue, con sus 330 metros de altura, la estructura construida por el hombre más alta del mundo, y que recibió 6.3 millones de visitantes el año pasado.

(Tomado de EFE)

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