Sierra Maestra.–Aunque no pueda asegurarse con total certeza, es muy poco probable que, antes de la llegada del Ejército Rebelde a los intrincados parajes de la Sierra Maestra, se hubiera visto por aquellas lomas olvidadas por el gobierno de Fulgencio Batista, tanta algarabía campesina como la que se vivió la jornada del 25 de mayo de 1958 en el lugar conocido como Vegas de Jibacoa, hoy perteneciente al municipio de Bartolomé Masó, provincia de Granma.
Cuentan que ese día, convocados por Fidel, cientos de serranos llegaron desde Minas de Frío, San Lorenzo, Polo Norte, Rancho Claro, Los Lajales, Ají de Juana, Caguara y La Esmajagua, para acudir al encuentro con el líder de los «barbudos».
Enrique Olivera, un viejo combatiente comunista (que más tarde se incorporó al Ejército Rebelde), y uno de los protagonistas de aquel suceso señaló: «Trabajamos mucho para lo de la reunión y, por fin, comenzó el 25 de mayo de 1958 a la 1:00 p.m., pero desde las 7:00 a.m. empezó a llegar la gente. Tuvimos que acomodar la tienda, que era bastante grande, quitarle todos los escaparates y estantes, le pusimos bancos y la gente se acomodó. Se preparó todo para celebrar un acto, con banderas cubanas y del 26 de Julio».
Se congregaron allí unos 300 campesinos –víctimas constantes de maltratos de los terratenientes y desalojos a manos de la Guardia Rural–, a quienes se les ensancharon las pupilas de expectación, pues por vez primera escucharían y serían escuchados, con respeto, sobre asuntos vitales para ellos, como la cosecha de café y otros temas de interés relacionados con la situación en la zona.
El propio Fidel describiría posteriormente el propósito de la reunión: «Ese día discutimos con todos los pobladores de la zona, y de muchos otros barrios cercanos, las medidas que considerábamos necesarias para asegurar la cosecha de café y organizar el resto de la actividad económica, en vista del bloqueo impuesto por el enemigo a la Sierra, y del inminente comienzo de la ofensiva».
El Comandante en Jefe, proclamado con ese grado días antes, en Altos de Mompié, estuvo acompañado entonces por Celia, el Che y otros combatientes de la guerrilla. Aquella emotiva reunión derivaría en un ameno diálogo para promover acciones que evitaran la pérdida de la cosecha cafetalera en medio de la lucha armada.
Bien sabía el líder guerrillero lo que significaba para los humildes caficultores perder una cosecha, por demás, mal pagada por el Banco de Fomento Agrícola e Industrial de Cuba y por los comerciantes tradicionales del grano.
Para ello, según escribió luego el Che, se propuso crear un fondo con dinero de la Sierra para los trabajadores, traer yarey y los sacos para envases, crear cooperativas de trabajo y consumo, y una comisión de fiscalización.
También para asombro y alegría de los campesinos congregados, Fidel precisó que, en caso de que hiciera falta personal para la recogida de café, podría utilizarse parte del Ejército Rebelde y, si era necesario, trabajarían entre 12 y 14 horas diarias.
Asimismo, por decisión de la asamblea, se acordó que se proveería a los caficultores de los recursos con que contaba la guerrilla de verde olivo, los cuales estaban siendo elaborados por ellos mismos en algunos de sus talleres.
Para hacer más simbólica una jornada que ya se quedaría grabada en la memoria popular de la serranía, más allá de los aplausos, de los compromisos contraídos y de las emociones latentes, el Comandante en Jefe se preocupó, además, por los padres de hijos muertos en la guerra. Con ellos conversó, les manifestó su dolor y les habló de una Cuba futura y posible, en la que no existirían asesinatos, desalojos ni explotación del hombre por el hombre.
Lo cierto es que la reunión de Vegas de Jibacoa –considerada precedente del Congreso Campesino en Armas, efectuado en septiembre de 1958– consolidó el respaldo del campesinado de la Sierra Maestra a la causa beligerante del Ejército Rebelde, confirmó el espíritu humano y solidario de los barbudos, e incidió en su prestigio como hombres que luchaban por el bienestar del pueblo.
Como colofón del encuentro, se dice que cuando Fidel realizaba el resumen, comenzaron a escucharse los primeros tiros del inicio de la ofensiva enemiga en Las Mercedes (también en Bartolomé Masó). Comenzaba así el otro acontecimiento insoslayable que perpetuó esa jornada en la memoria histórica de la nación.
LA OFENSIVA ESPERADA
«Ese mismo día –reseñó Fidel en su libro La victoria estratégica–, muy cerca de donde estábamos reunidos con nuestros leales y esforzados colaboradores campesinos, comenzó la batalla que tanto habíamos esperado, y para la que nos habíamos preparado con tanto esmero, seguros de la victoria».
Se trataba del inicio de la ofensiva de verano, denominada Plan FF (Fase Final o Fin de Fidel), que la dictadura había concebido contra el Ejército Rebelde y, en particular, contra el territorio del Primer Frente, en su anhelo por aniquilar a las tropas rebeldes.
El enemigo, envalentonado tras el fracaso de la huelga de abril, que cobró la vida de no pocos revolucionarios, suponía que ese revés había provocado la desmoralización en las filas guerrilleras, por lo que consideraron ese momento propicio para lanzar un golpe militar que arrasara con los rebeldes en la Sierra. Para tales fines, contaban, además, con no menos de 7 000 hombres, y llegaron a movilizar alrededor de unos 10 000 efectivos.
«Para combatir el torrente de soldados que se nos venía encima –escribió Fidel– el Primer Frente de la Sierra Maestra había logrado reunir para la fecha alrededor de 220 hombres con armas de guerra, incluyendo el personal de la Columna del Che, organizados en pelotones y escuadras, muchas de estas con jefes nuevos, sin gran experiencia, pero con excelente disposición y gran vergüenza.
«Otras pequeñas unidades de la Columna 3 del Comandante Juan Almeida, bajo el mando de Guillermo García, se estaban ya incorporando a la defensa, y alrededor de 40 hombres de la intrépida tropa de Camilo, los primeros combatientes del llano, marchaban hacia la Sierra Maestra. Juntos seríamos alrededor de 300».
Sin embargo, ante aquella desproporcional diferencia en la cantidad de combatientes, el Comandante en Jefe, junto a otros rebeldes, había analizado varias alternativas, hasta decidirse por aplicar una defensa escalonada, con máximo aprovechamiento del conocimiento del terreno, para resistir metro a metro, frenar a los contrarios, desgastarlos y detenerlos, en espera del momento oportuno para el contraataque.
Esa estrategia permitió que en aquel primer enfrentamiento ocurrido en Las Mercedes, una escuadra rebelde de poco más de una docena de hombres al mando del capitán Ángel Verdecia, se batiera osadamente, hasta que, ante la superioridad del enemigo, se vieron obligados a replegarse hacia otra posición donde eran más fuertes.
Al respecto, el líder de la Revolución subrayó que en aquel sitio los militares batistianos tuvieron que «vencer una resistencia tenaz que demoró su avance, desarticuló sus planes, comenzó a desgastar su poderío y demostró la moral superior del combatiente rebelde».
La evidencia era palpable, pues un batallón completo del enemigo, reforzado con morteros y armas automáticas, y apoyado también por tanquetas y aviones, debió combatir durante casi 30 horas contra un puñado de rebeldes, armados con sencillos fusiles y un parque más que limitado, y sin sufrir ni una sola baja.
«Allí, en Las Mercedes, donde comenzó la gran ofensiva enemiga con la que se esperaba dar el golpe de muerte al núcleo principal de la guerrilla, terminará también la operación, 74 días después, con una rotunda victoria del Ejército Rebelde», destacó Fidel.
Y es que aquel 25 de mayo quiso la casualidad histórica que coincidieran en esa fecha esos dos hechos ineludibles para la historia patria: uno, la reunión que, liderada por Fidel, afianzó la unidad entre rebeldes y campesinos; y el otro, el inicio de la ofensiva enemiga en su intento estéril por apagar el sueño emancipador de una Cuba que, defendida por sus hijos, pocos meses después se iluminó con su primer amanecer de soberanía.
Fuentes: Castro Ruz, Fidel. La victoria estratégica / Periódico Granma 2018.