Manzanillo. Octubre 28.- Sucedió hace dos años cuando mi niña cursaba el grado preescolar en la escuela primaria Martha Abreu de la parte alta de la ciudad, ella quería rendir tributo aquel 28 de octubre a Camilo en el mar.
Su motivación fue porque cuando era más pequeña siempre para esa fecha veía en la televisión los homenajes dedicados a ese hombre del «sombrero grande», como decía, y preguntaba qué era aquello que observaba, el por qué los niños y las personas tiraban flores al mar.
Nunca mi niña había tenido la experiencia de visitar al litoral manzanillero para ver cómo otros infantes, jóvenes y el pueblo dedicaban flores al Señor de la Vanguardia.
Hace dos años ella pidió que la llevara porque descubría por primera vez a la figura de Camilo Cienfuegos en esa melodía que le enseñaron en su escuela: Una flor para Camilo al agua vamos a echar. Todos los niños de Cuba lo queremos recordar.
Su avión se estrelló en el aire, cayó en pedazos al mar, por eso no tiene tumba el Héroe de Yaguajay.
Y así sucedió, en aquella ocasión los jardines cercanos al hogar fueron testigos de su insistencia y deseos de llevar al mar una flor para el Héroe de Yaguajay. Mientras juntaba varias de muchos colores repetía una y otra vez aquella nueva canción, y recitaba el poema que también le habían enseñado: Qué larga la barba, qué grande el sombrero.// Y tú que valiente, Camilo Cienfuegos.
Aquella mañana se vistió de blanco como la pureza de su alma, y flores en mano se aferró a la mía para caminar juntos hacia la concentración de donde salía la tradicional peregrinación de los manzanilleros.
Ella se mostraba feliz, observó a otros niños con sus manitas llenas de delicadas flores que marchaban junto a nosotros hacia el malecón. Y al llegar allí fue ese el justo momento en que ella dedicaba su primer ramo, lo besó y lo ofreció a las aguas para el Señor de la sonrisa amplia.
Luego me abrazó y con su delicada voz me dió las gracias, sus ojos brillaron. Ella se sentó en el muro del malecón y observaba cada momento de aquel homenaje. Un colega de la prensa local la sorprendió con el lente de su cámara, mirando al horizonte como buscando en el mar a su nuevo amigo, a Camilo Cienfuegos, entre sus flores y las de los demás que caían para adornar ese gigante panteón que recuerda al héroe.
Y fue la luz del Señor de la Vanguardia en el horizonte la que iluminó su rostro y el de los demás pequeños, esa luz que hoy guía a las nuevas generaciones a seguir su ejemplo, a ser fieles, valientes, combativos, responsables, alegres y profundos para su futuro y el de la Patria.
Mi niña tenía ya la posibilidad de contar a la maestra y demás niños del aula la experiencia, de esa primera vez en que le dedicó flores a Camilo. Ya no lo ve distante desde una canción o en las lecciones escolares, ya ella forma parte de aquel tributo que no olvidará jamás.